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Emociones sintéticas

Cómo reconectar con nuestra naturaleza

El hombre nació en un ambiente natural y lo transformó por etapas en un ambiente artificial.

Gillo Dorfles, crítico de arte, pintor y filósofo italiano

Las verdades arraigadas sobre la naturaleza humana y la sociedad varían a lo largo de la historia, lo cual nos indica que son relativas al contexto sociocultural en el que nos desenvolvemos y que no son verdades absolutas.

En cada época surgen interrogantes y aclaraciones sobre costumbres, creencias, prejuicios y valores que determinan el sistema de normalización social. En este caso hablamos de reconectar con nuestra naturaleza, replanteando en lo individual también esas certezas que nos configuran, empezando por advertir la lógica que opera en el interior de las emociones e ideas que tenemos, ya sean sobre el consumo, las costumbres o los parámetros que acatamos y que sirven para revelar aquello que está tan incorporado en nuestra vida, que se vuelve oculto.

Aunque pocas veces nos lo cuestionamos, tenemos derecho a ejercitar la crítica con respecto a los mensajes que tenemos socialmente internalizados y preguntarnos por qué vivimos de cierta manera, por qué perseguimos un sueño determinado y de dónde proceden nuestras convicciones. Algunas respuestas pueden ayudarnos a identificar emociones sintéticas que causan estrés (y hasta depresión) y todos los malestares que se derivan. Todo para, en última instancia, hacer algo al respecto para rescatar la esencia de lo que realmente nos pertenece.

Entre lo natural y lo artificial

Al ser humano no le fue tan difícil emanciparse de la naturaleza. A diferencia de los animales y las plantas, a los humanos nos fue posible prescindir de los ciclos lunares y del clima para organizar su calendario vital gracias a la tecnología. También lo confirma nuestro estilo de vida acomodado en ciudades de cemento y nuestros alimentos, que cada vez son más acartonados y modificados.

En cuanto a lo cognitivo y emocional, la negación o patologización de la vejez, la muerte y el dolor, son posturas contra natura. Actualmente, las muletillas exocerebrales y exocorporales que hemos inventado gracias a la misma tecnología que nos ayudó a evolucionar, nos permiten hacer cosas antes impensadas, como comunicarnos de forma inmediata y permanente con quienes queremos; en contraposición, la empatía y la búsqueda innata de conexión real con el otro están disminuyendo. Constantemente, vemos cómo se recrudecen la discriminación, la intolerancia y el individualismo.

Las comodidades artificiales a las que hemos arribado nos han acostumbrado a un estilo de vida tan placentero, que nos cuesta salir de esa zona de confort. El precio que pagamos por alejarnos demasiado de la naturaleza provoca una serie de síntomas de los que ni siquiera somos conscientes. Vivir en un ambiente demasiado artificiales y falsos (objetiva y subjetivamente), puede desencadenar una serie de síntomas.

¿Qué es el trastorno por déficit de naturaleza?

En un artículo digital publicado por la BBC, se explica que “nos pasamos el día bajo luces artificiales en una oficina y al salir estamos tan cansados que nos vamos derecho a casa, a pasar la noche entre paredes”. No extraña entonces la aparición de este desorden neomilenario: el trastorno por déficit de naturaleza o TDN, una de las enfermedades “psicoterráticas y somaterráticas”, bautizadas de esta manera por el filósofo australiano Glenn Albrecht. Aunque no es una condición médica reconocida —todavía—, sí existe cierta preocupación por sus efectos sobre el bienestar.

Sus síntomas son la ansiedad, el estrés y la fatiga de la atención, pero también ha sido asociado con cuatro grandes patologías, la obesidad, las enfermedades respiratorias, el trastorno por déficit de atención y la hipovitaminosis D.

Estamos hechos para estar en ciertos ambientes, a estar activos, conectados con una energía y ritmo que reconoce nuestro ADN (biológico y emocional). El contacto con aquellas cosas con las que nos sentimos bien, que nos resultan cómodas y fáciles de adaptarnos y digerir (en todo sentido) son las cosas con las que tenemos que sintonizar y arraigar a nuestro estilo de vida.

Quizá en este registro encontremos que no era tan difícil empezar a alimentarnos mejor, que tener una rutina de ejercicios se puede convertir en una necesidad para sentirnos bien, que cortar con las relaciones tóxicas y conectar con personas con quienes somos auténticos y con quienes compartimos los mismos valores, era un paso que teníamos que dar ayer.

Aprovechando la culminación de un año más, podemos repensar en aquellas cosas que tenemos instaladas en lo rígido de la memoria, actualizarnos y flexibilizar estilos, que quizá ni siquiera somos capaces de cuestionar.

Aprovechando la culminación de un año más, podemos repensar en aquellas cosas que tenemos instaladas en lo rígido de la memoria, actualizarnos y flexibilizar estilos, que quizá ni siquiera somos capaces de cuestionar. En estas fiestas y en las próximas vacaciones, podemos tomar conciencia de esto y realizar algunos rituales diferentes que nos conecten con lo más esencial de nuestro ser, sin necesidad de demasiados artificios. Podemos ir al campo, hacer caminatas en el bosque, o en algún parque. Si estamos en un lugar rodeado de agua, observarla, escucharla, beberla y tocarla, remar o hacer algún deporte acuático.

Algunos beneficios de conectarnos con la naturaleza son: mejora el sueño, la atención, la creatividad, la intuición, nos da energía y vitalidad, aumenta el sistema inmunológico, incrementa la capacidad sensorial y la percepción.

Lo mismo pasa con la compañía. Muy dentro nuestro sabemos perfectamente con quiénes queremos estar, y no debemos tener ningún pudor en decir que no si no queremos pasar las fiestas con algún familiar o grupo al que siempre tenemos que aceptar “para quedar bien”. Tomar el egoísmo como postura ética en la vida también es algo natural y lo vemos en los niños pequeños, quienes protegen y pelean por sus deseos incluso con berrinches y llantos.

Aunque se considere el egoísmo como un antivalor, podemos aprender a protegernos y hacer todo lo posible para sentirnos bien, aunque eso signifique la falta de aprobación o enojo del otro —siempre y cuando esto no implique infligirle dolor o sufrimiento, claro está—. Por ejemplo, a veces, en pos de evitar fastidios o incomodidades en los demás, hacemos grandes sacrificios en función de una falsa armonía. Esta posición masoquista y de “alma bella”, también genera estragos en la autoestima y en la percepción que tenemos de nosotros mismos.

Depende de nosotros evitar que hasta las emociones más esenciales de nuestro ser se vuelvan moralmente mecanizables. Ya hemos apostado tanto a la tecnología, a lo virtual, incluso a la inteligencia artificial, que salvaguardar aquellos aspectos que nos hacen humanos requiere de urgente conexión con aquellas partes olvidadas de nuestras emociones que hemos robotizado a expensas de la razón, del intelecto y lo social.

Es tiempo de acercarnos a aquellas cosas que no pueden ser explicadas con la razón o la ciencia, aquellas que despiertan nuestros sentidos y exaltan el corazón; apreciar el arte en un museo o en las artesanías de nuestro país, extasiarse con un hermoso atardecer en silencio, escuchar una buena música o deleitarnos con una lectura, película o compañía.

Intuitivamente, vamos a ir reciclando aquellas emociones sintéticas para experimentar el sabor de las emociones auténticas, las mismas que no podemos explicar hablando, solo viviendo aquí y ahora.

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