Reset
Pausa y volver a encontrarnos
Desde que empezó la cuarentena y nos guardamos en la casa, de a poco empezaron a cambiar las costumbres. Comenzaron a cohabitar el colegio, la oficina y —reñida o no— la convivencia, ocasionando un aumento del tiempo en familia. Mientras el mundo de afuera se volvía un lugar amenazante y la casa se convertía en el único refugio, no quedó de otra que adaptarse a una nueva forma de vida.
A partir de la vida compartida aumentó el diálogo, y eso trajo consecuencias para solidificar el proyecto de convivencia o para definir situaciones que andaban parchadas por distracciones externas.
En realidad, la pandemia vino a obligarnos a mirar al otro. Al más cercano, que a veces es con quien menos se conversa a nivel profundo por los trajines de la vida cotidiana. También tocó observarnos en el espejo del encierro y de los silencios prolongados.
¿Cuál es el resultado de estos más de seis meses encerrados? Conocernos más a fondo, valorar el pequeño espacio que habitamos o decidir que no nos llena, y saber que al terminar esto necesitaremos un cambio.
Los tiempos detenidos de pronto empezaron a escurrirse. Muy pronto el verano estará llegando. El mundo sigue a la espera de una vacuna que nos permita volver a movilizarnos; mientras tanto, la incertidumbre permanece.
Cuando terminó la fase cero que nos obligó a enfrentar —con sus luces y sombras— a nuestro círculo más íntimo, pasamos a poder salir de a poquito, retornar al trabajo y empezar a elegir las cosas que de verdad queríamos hacer, considerando las actividades que nos hacen bien y las personas a las que realmente necesitábamos ver.
El modo covid ya se ha instalado para casi todas las personas: el tapaboca y el alcohol en gel forman parte de nuestro cotidiano. Aprendimos a celebrar los encuentros de manera más pequeña. Sin tantos oropeles, concentrándonos en la esencia de estos rituales. Las bodas que se celebraron cumpliendo los protocolos fueron mucho más íntimas, eligiendo a las personas imprescindibles para el disfrute a aquellas que forman parte del círculo más cercano.
Si soplamos velas de cumpleaños, ocurrió lo mismo. Hay historias en todas partes de lo que han hecho los amigos para celebrarnos, como aquella del hombre que cumplió 50 años y se sentó afuera de su patio frontal en su barrio adornado con globos, cuando una caravana de vecinos pasó a celebrarlo desde sus autos.
Hay amigos que de ese mismo modo asistieron a matrimonios, solo para acompañar desde sus vehículos al pacto de amor que se estaba sellando. ¡Y el Zoom bendito que vino a salvar a tantos propiciando las celebraciones de manera remota!, aparte de las clases, las reuniones y los seminarios.
La tecnología fue el enlace definitivo con el mundo, el puente que nos mantuvo a flote laboral y emocionalmente y que nos permitió encerrarnos físicamente. Asimismo, se hizo evidente la brecha tecnológica entre la ciudad y el campo, y se hizo palpable la necesidad de pensar en un sistema educativo más igualitario.
El nuevo coronavirus vino a enseñarnos tantas cosas este año. Aprendimos sobre resiliencia, tolerancia y paciencia, recordamos especialmente nuestra innata capacidad de adaptación. Y en medio de esta lucha, surgieron nuevos negocios, hobbies y hábitos.
En estos meses de encierro tocó mirar a los nuestros y, sobre todo, mirarnos a nosotros mismos. Tuvimos que fijarnos en los más cercanos, pero también en aquellos que no tuvieron nuestra suerte cuando llegó la pandemia, esos que necesitaban de nuestro espíritu solidario.
El 2020 fue y sigue siendo un gran desafío para la estabilidad emocional y mental; pero como todas las cosas en la vida, cuando esto acabe quedará el recuerdo de un tiempo duro, pero también el corolario de saber que somos mucho más fuertes de lo que pensábamos.
Este año tan complicado aprendimos que los verdaderos afectos se cuentan con los dedos de la mano, que hay todo un mundo en el pequeño espacio que habitamos y que de vez en cuando viene bien parar un poco, mirarnos al espejo y reencontrarnos.