El lado humano
Conexión en medio del aislamiento
Es imposible escribir una columna para este mes de abril sin pensar en todo lo que está pasando con la pandemia que estamos atravesando. Personalmente, estaba en la marcha 8M un domingo de marzo y dos días más tarde, un martes, las clases se estaban clausurando, la gente se apilaba en los supermercados y se peleaba en el colectivo por el terror de aglomerarse y ser contagiados. Y, de pronto, todos encerrados por la noticia de la llegada del COVID-19 y la advertencia de obedecer el aislamiento social.
Luego, la ansiedad de la cuarentena: el miedo —más allá del virus— al colapso de nuestro sistema de salud deficitario; las noticias en cada esquina del mundo con números de contagio; todos los días voy a la cama pensando que al día siguiente encontraré alguna noticia que tenga una solución mágica para esto que está pasando… algo que merme esta incertidumbre, ¡alguna pista que alivie todo el impacto!
Al tiempo de esta redacción, solo el aislamiento puede disminuir los casos. Y ese aislamiento forzado nos invita a reflexionar sobre dónde estamos como seres humanos.
Primeramente, estamos igualados ante un virus que nos hermana transversalmente. Más allá de que seamos ricos o pobres, negros o blancos, es un momento histórico del que solo vamos a sobrevivir si aprendemos a ser solidarios y cuidarnos, sea tanto por el adulto mayor como por el enfermo de cáncer o el médico que no puede faltar al hospital y necesita que la gente colabore previniendo el contagio.
Nos cuidamos porque volvemos a dar valor a la salud global, el único que tenemos en esta fragilidad de ser humanos. Las luchas políticas y las discrepancias, hoy por hoy, quedan de lado. Somos un planeta y una raza: la humana. Todos somos igualmente endebles y efímeros. Igualmente aferrados a la vida aquí, en China, Italia, Irán y en todos lados. Musulmanes, budistas, judíos y cristianos dependemos de un sistema económico que luego de esto atravesará grandes cambios y requerirá de la empatía y el esfuerzo de todos para recuperarnos.
El mundo ha tenido otras pandemias, como la gripe española (1918-1919), que fue una cepa grave y mortífera que inició en Kansas y arrasó con 25 millones de personas en el curso de seis meses (algunos estiman más del doble de muertos en todo el mundo); duró 18 meses y se desvaneció. La gripe aviaria nos tuvo en jaque en 2003 y fue amenaza de pandemia en 2005, mientras que la gripe tipo AH1N1 —que también se dio a conocer como gripe porcina— atacó entre 2009 y 2010. La tasa de letalidad fue inicialmente alta, pero luego fue controlada por los tratamientos antivirales que hoy se encuentran disponibles.
Parece ser que, de vez en cuando, aparecen ciertos reguladores de la población humana en forma de estos virus que arrasan con todo. En la misma semana en que cundía el pánico por el coronavirus, el New York Times anunció que desde el inicio de la epidemia global del COVID-19, un segundo paciente con HIV+ había sido curado. ¡Sí, curado! Esto confirma que no es imposible encontrar una cura para todos, aunque siga siendo difícil. Cuando el sida se propagó por el mundo, el pánico fue inmenso y, de hecho, cambió completamente el modo de enfrentar las relaciones desde el punto de vista profiláctico. La supervivencia del más fuerte radica siempre en nuestra capacidad de adaptarnos a los cambios.
El psicólogo italiano F. Morelli escribió algo realmente aleccionador para estos tiempos que estamos atravesando. Comparto un extracto de sus palabras, como aporte desde esta columna en estos momentos extraordinarios: “Creo que el universo tiene su manera de devolver el equilibro a las cosas según sus propias leyes, cuando estas se ven alteradas. En una era en la que el cambio climático está llegando a niveles preocupantes por los desastres naturales que se están sucediendo, a China en primer lugar —y a otros tantos países a continuación— se le obliga al bloqueo. La economía colapsa, pero la contaminación baja de manera considerable. La calidad del aire que respiramos mejora. Usamos mascarillas, pero, no obstante, seguimos respirando”.
Parafraseando a Morelli, en esta época en la que ciertas políticas e ideologías discriminatorias están resurgiendo en todo el mundo, aparece un virus que nos hace experimentar que en un cerrar de ojos podemos convertirnos en los discriminados, en aquellos a quienes no se les permite cruzar la frontera por temor a transmitir enfermedades. Sucedió incluso a los occidentales de raza blanca y con todo tipo de lujos económicos a su alcance.
En una sociedad que se basa en la productividad y el consumo, en la que todos corremos 14 horas al día persiguiendo no se sabe muy bien qué, sin pausa, de repente se nos impone un paro forzado. Morelli invita a cuestionarnos: ¿acaso sabemos todavía cómo usar nuestro tiempo sin un fin específico?
En estos tiempos en los que la que la crianza de los hijos se relega, a menudo, a otras figuras e instituciones, el coronavirus obliga a cerrar escuelas y nos fuerza a volver a ser papá y mamá. Nos obliga a volver a ser familia.
En una dimensión en la que las relaciones interpersonales, la comunicación y la socialización, se realizan en el (no)espacio virtual de las redes sociales, dándonos la falsa ilusión de cercanía, este virus nos quita la verdadera cercanía, la real: que nadie se toque, bese o abrace. Todo se debe de hacer a distancia, en la frialdad de la ausencia de contacto. ¿Cuántas veces hemos dado por sentados estos gestos y su significado?
En una fase social en la que pensar en uno mismo se ha vuelto la norma, este virus nos manda un mensaje claro: la única manera de salir de esta es hacer resurgir en nosotros el sentimiento de ayuda al prójimo, de pertenencia a un colectivo. La respuesta es la corresponsabilidad: sentir que de tus acciones depende la suerte de los que te rodean y que vos dependés de ellos.
El psicólogo italiano invita a dejar de buscar culpables y empezar a pensar en qué podemos aprender. Todos tenemos mucho sobre lo que reflexionar y esforzarnos. Con el universo y sus leyes parece que la humanidad ya está bastante en deuda y no los está viniendo a explicar esta epidemia, a un precio bastante caro.
Invitamos a todos a reflexionar. Este mes, cerramos este espacio extendiendo nuestra inmensa gratitud al personal médico, que está poniendo su vida en riesgo todos los días para cuidarnos.