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Responsabilidad emocional

Aprender a hacerse cargo

Enojarse es fácil, pero enojarse en la magnitud adecuada, con la persona adecuada, en el momento adecuado, eso, es cosa de sabios

Aristóteles

En cada etapa de la vida, así como madura el cuerpo y sus funciones, también pasa lo mismo con las emociones. Es de esperar que, en la primera infancia, los niños tengan berrinches cuando se sientan frustrados, que en la adolescencia aparezcan los torbellinos emocionales y que, en la etapa adulta, la madurez vaya acompañada de seguridad, autocrítica, autocontrol, templanza y responsabilidad.

Sin embargo, la edad cronológica no siempre es garantía de madurez emocional y, muchas veces, el cuerpo y la edad no combinan con las emociones y reacciones en algunas personas. Esto repercute en sus relaciones con los demás.

¿Cuántas veces hemos depositado nuestras frustraciones, enojos, decepciones y malestares en las personas equivocadas? La responsabilidad emocional es un derivado de la inteligencia emocional, y podría ser un concepto que nos ayude a reconocer estas falencias y redireccionar nuestras emociones hacia el destinatario correcto, para poder administrar, en el contexto adecuado, aquello que nos afecta y nos bloquea. También sirve para tener un buen relacionamiento con los demás, basado en la autocrítica y en la capacidad de reconocer aquello que nos pertenece —o si realmente tiene que ver con los demás—.

Podemos analizar en tres pasos nuestra responsabilidad emocional; identificar, reconocer y hacernos cargo de nuestras emociones.

1° paso: identificar las proyecciones

La responsabilidad emocional es tener la capacidad de reconocer las emociones, pensamientos, sentimientos, impulsos o deseos propios, ser conscientes de ellos y no hacer al otro responsable de nuestras reacciones o decisiones. Esas son actitudes que nos hacen caer en el victimismo o la violencia.

Esto implica una madurez emocional importante, ya que el mecanismo de defensa por excelencia en las personas inmaduras, incapaces de reconocer sus errores y tolerar la angustia, es la proyección. Proyectar sería la incapacidad de mirarnos a un espejo y decirnos todo lo que no soportamos de nosotros mismos (autocrítica), entonces, el espejo son los demás. Por lo general, son aquellas personas con las que más compartimos, interactuamos y, por ende, nos identificamos.

Por esta vía, la defensa psíquica expulsa fuera del sujeto los contenidos amenazantes o inaceptables de su personalidad y las proyecta en el otro. Por ejemplo, si nos cuesta ser puntuales, lo primero que vamos a criticar en el otro es la impuntualidad; si tenemos una personalidad muy moralista, pero en el fondo deseamos ser más extrovertidos y liberales, vamos a criticar duramente a esas personas que son así, sin complejos. Un clásico es la pareja celosa, ya que los celos son directamente proporcionales al deseo que el celoso tiene de estar con otra persona. ¡Es una confesión abierta!

La proyección también esconde deseos inconscientes inconcebibles para el sujeto, que generan una formación reactiva extrema como la homofobia, la misoginia y el radicalismo racial o social. Por ejemplo, actualmente se observa en un tipo de terrorismo de hombres blancos radicalizados en Estados Unidos, donde los tiroteos no son perpetrados por grupos extremistas foráneos, sino por supremacistas blancos de ese país. Estas personas deberían denominarse también terroristas, pero la proyección les impide a los ciudadanos aceptar que tienen terroristas en casa.

Por otro lado, es interesante observar que la proyección depende de la introyección, es decir, de la percepción que tiene el sujeto de sí mismo. Es decir, cada uno extrae experiencias de su infancia, sus relaciones sociales y vínculos emocionales, que servirán de referencia para interpretar y juzgar al mundo duran su vida adulta.

Esto implica una responsabilidad emocional importante para los padres, ya que en la primera infancia es en donde se graban a fuego estas emociones, a través del apego, la capacidad de validar las emociones de los hijos o el desamparo emocional, entre otras experiencias primarias, que pasan a configurar la salud emocional de las personas en sus vínculos futuros.

2° paso: conocer la biografía emocional familiar

En una consulta médica, para conocer el origen de una enfermedad nos preguntan sobre el historial familiar. En consulta psicológica, esto también es importante porque muchas veces nos encontramos con la repetición de historias de padres a hijos, al igual que a través de diferentes generaciones, ya sea en el tipo de parejas elegidas, divorcios, abandonos, maltrato familiar, suicidios, enfermedades, la maternidad y crianza, inclusive en la elección profesional.

Si indagamos en estas cuestiones familiares, podemos descubrir formas de pensar y actuar que no sabemos de dónde nos vienen, pero que están. Es así que podemos entender quiénes somos y quiénes nos “habitan” desde su lenguaje y forma de pensar. Los condicionamientos del pasado familiar nos constituyen, son como marcas transgeneracionales que construyen la mente y, por ende, las emociones. Por eso, tener un conocimiento sobre nuestro pasado puede ayudar a superar traumas, así como síntomas que no tienen un detonante evidente y hasta reacciones y estilos de vínculos que repiten patrones.

En una publicación de la página española Abc.es/Ciencia titulada “La epigenética, la causa por la que los niños heredan el sufrimiento de sus padres”, encontramos que: “un estudio realizado concluyó que los hijos de supervivientes del Holocausto mostraban una transformación química en una región del ADN asociada con el estrés. También se ha mostrado que las agresiones racistas provocan cambios en los hijos de las víctimas, en genes que influyen en la esquizofrenia, el desorden bipolar y el asma”. Estos estudios indican que no solo heredamos el color de ojos, la contextura o el metabolismo de nuestros padres y abuelos, sino que también, aparentemente, sus emociones y cicatrices traumáticas.

Este descubrimiento no puede subestimarse, sobre todo si queremos cambiar la historia de nuestros hijos, con quienes podemos desandar caminos trazados en el pasado e iniciar uno original, libre de restos emocionales que pueden influir en sus vidas de forma negativa. Empezar a iluminar con nuevas formas de interactuar, sentir y pensar sobre la vida y así construir un patrimonio emocional digno de heredar y perpetuar para ellos y sus descendientes.

3° paso: hacernos cargo

Si logramos decodificar cómo proyectamos nuestros miedos y carencias en los demás, los reconocemos y superamos, vamos a poder librarnos de ellos y realizar nuestros deseos sin culpas ni complejos. Lo más importante: dejaremos de criticar, envidiar y juzgar neuróticamente.

Si podemos darnos cuenta de las emociones heredadas, de las reacciones aprendidas y perpetuadas en la familia, de patrones de conducta que se repiten, ya sea en nuestra vida de pareja o lugares de trabajo, vamos a poder elegir nuestros vínculos y relaciones de forma más asertiva, erradicando vibraciones emocionales que atraen situaciones dolorosas e incluso enfermedades. Anne Ancelin Schützenberg, psicoanalista francesa especialista en psicodrama, terapeuta de grupos y profesora emérita de la Universidad de Niza, es una reconocida especialista internacional en el tema de los vínculos transgeneracionales. En su libro ¡Ay, mis ancestros! habla sobre los secretos de familia, el síndrome de aniversario, transmisión de traumatismos y práctica del genosociograma.

Poner en forma el cuerpo emocional es beneficioso para todos, ya que al hacernos cargo de nuestros deseos y emociones, podemos entender que nadie tiene la culpa ni el control de cómo nos sentimos, despojándonos del rol de víctima. En esa nueva configuración, incluso cambiamos la estructura biológica de nuestros neurotransmisores —si estaban acostumbrados a liberar cortisol y adrenalina (hormonas del estrés), vamos a ir depurándolo con endorfinas y serotonina (hormonas del placer y bienestar).

Cambian las emociones y cambiamos todo. Es nuestra responsabilidad como padres, pareja y amigos reconocer en nosotros, aquellos patrones de conducta y emociones que pueden atrofiar nuestros vínculos. Tenemos las herramientas cognitivas, en nuestro corazón vamos a encontrar la voluntad y el coraje para resistirnos a la tentación de proyectar en los demás, para finalmente, crecer responsablemente.

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