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La ausencia obligada

Testimonios de madres lejos de casa

“Mami, ¿cuándo vas a poder venir a casa?”, pregunta una niña española en una videollamada, tratando de contener las lágrimas para que su madre no se dé cuenta lo mucho que le afecta no tenerla, ahora que el mundo entero está dado vuelta. Pero María es su madre y se da cuenta; así que también evita el llanto intentando esbozar una sonrisa y transmitirle seguridad de alguna manera.

Ya van tres semanas desde que María entró a las rondas del hospital y ya no volvió para ver a su hija. Duerme en uno de los hoteles que ofreció el Estado para no exponer a su familia. Sobre todo por la abuelita que vive con ellos y está enferma. Todas las noches, después de trabajar por turnos que parecen interminables, llega a ese cuarto vacío de hotel y se mira al espejo. Las marcas de las máscaras protectoras cuartean su piel. No puede creer lo que está viviendo. Por suerte, es el mismo cansancio el que no la deja pensar mucho y la duerme profundamente, abrazada a su almohada hasta que el despertador le recuerda un nuevo amanecer.

A veces, María se desvela y extraña a sus hijos. Lucía tiene nueve, Ignacio tiene seis. Su marido, quien era chef hasta que empezó todo, se ha quedado sin trabajo. María es la única que tiene un sueldo y no es una opción salir corriendo. A veces, siente que está de viaje, cuando habla con ellos desde un hotel. Y no se equivoca: de alguna manera, se trata de una travesía solitaria que la tiene alejada de los suyos, y la angustia que la rodea no le hace bien. Los chicos quieren que ya vuelva a casa.

Claire vive en una casa rodante en el estacionamiento de su propio hogar. Su marido le acerca su bebé todos los días a la ventana para que lo pueda ver y, aunque sonríe, se le estruja el alma.

“Estoy luchando contra un monstruo que parece chiquito, pero no lo es”, les dice, y les pide paciencia y que se porten bien. Corta con ellos y mira por la ventana las luces de un cartel guiñando sobre una calle vacía, sobre una ciudad sitiada, y se le borra la sonrisa pensando en el enemigo gigante al que no puede ver.
En todas partes del mundo hay madres como María, que por estar salvando vidas se encuentran alejadas de sus hijos y de sus familias en estos inciertos tiempos de pandemia. Son heroínas. Arriesgan la vida en el campo de batalla todos los días.

Claire, en Texas, tuvo que separarse de su bebé de tres meses cuando volvió al trabajo después de su permiso de maternidad. Su área de especialidad es conectar respiradores, y la exposición al virus es demasiado fuerte para arriesgar a la pequeña familia que acaba de formar.

Por lo pronto, Claire vive en una casa rodante en el estacionamiento de su propio hogar. Su marido le acerca el bebé todos los días a la ventana para que lo pueda ver y, aunque sonríe, se le estruja el alma, porque ya son tres semanas sin poderlo abrazar. Lidia con un montón de sentimientos encontrados: por un lado, la culpa de no poder estar con él; por el otro está el sentido del deber para con su profesión y con el mundo que necesita de sus cuidados, hay vidas que dependen de lo que ella sabe a hacer.

No es fácil estar lejos de todos en momentos tan extraordinarios, sobre todo cuando la parte más visceral del instinto materno es, justamente, protegerlos.

Les pasa lo mismo a las madres cuyo trabajo es cuidar a los ancianos, muchas han renunciado a pasar la cuarentena con sus hijos para apoyar a los abuelitos que se encuentran en la situación más vulnerable, completamente aislados. Una de ellas es Lucero, quien hace los deberes por las noches con sus hijos, vía WhatsApp, cuando la pareja de ancianos que cuida ya se ha acostado.

Lucero jamás imaginó que pasaría tantos días lejos de sus niños y le preocupa no poder acompañarlos. No es fácil estar lejos de todos en momentos tan extraordinarios, sobre todo cuando la parte más visceral del instinto materno es, justamente, protegerlos. Poder estar cerca y reconfortarlos, decirles que todo va a estar bien.

Por eso elegí estas pequeñas historias en honor a la valentía callada de miles de madres que pasarán fechas importantes lejos de sus hijos. Todavía faltará un tiempo para volver a abrazarlos, para recuperar esos placeres simples en los que tal vez jamás habían reparado.

La libertad de querernos
de compartir gestos de cariño
el privilegio de estar juntos
y de estar sanos y salvos.

Que los hoteles en donde hoy duermen estas mujeres aisladas vuelvan muy pronto a ser lugar de los viajeros y de los enamorados. Y que el próximo Día de la Madre nos tenga a todos celebrando en la fuerza infinita de un sentido y glorioso abrazo. ¡Feliz día a todas las mamás del mundo!

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