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Una sentencia de muerte y un milagro de Dios

La experiencia sanadora de Ricki Farley

Ricki Farley vivía a mil cuando el doctor le sintió un bulto en el pecho en un control de rutina y le indicó una biopsia. A ella no se le ocurrió que fuera nada grave, pues no tenía tiempo para esas cosas. Marcó la cita como un trámite y fue al procedimiento días más tarde, en medio de una conferencia telefónica. Cuando llegó a la clínica se encontró con la enfermera, el doctor y su hija que la esperaban en la vereda. Ni siquiera colgó la llamada al bajar del auto, hasta que su hija le sacó el celular de la mano. 

–¿Estás loca? ¡Le cortaste a mi cliente!– le reclamó duramente a su hija. 

Ricki tenía mucha presión porque era socia en una compañía de marketing y el soporte principal de su familia. Había pagado la costosa universidad de su hija mayor y estaba en el proceso de costear los estudios de la segunda. No podía darse el lujo de quedarse quieta. Así que rápidamente se sacó de encima el trámite de la biopsia y siguió su alocada rutina. Unos días más tarde, rumbo al aeropuerto, recibió la llamada de su médico, quien le dio la noticia. 

–Ricki, tienes cáncer– le dijo sin preámbulos–. Necesito verte en mi clínica. 

–Ahora no puedo–contestó–. Estoy rumbo a un viaje de negocios y las dos semanas próximas serán complicadas. Lo llamo al volver y agendamos una cita. 

Finalmente, pensaba que no cambiaría mucho en 15 días. Pero tres días más tarde, el doctor volvió a llamarla. Tenían el reporte patológico en las manos y las cosas se veían bien graves: el cáncer era triple negativo y tenía que acortar su viaje. Ricki no entendía muy bien de qué se trataba aquel diagnóstico, y esa noche al llegar a su hotel se puso a investigar en Google: “El cáncer triple negativo es el peor de todos. Y el que tiene la mortalidad más alta”. 

Aquello sí la asustó sobremanera y decidió volver a casa. Habló con el doctor y se reunió con la enfermera que le ayudaría a navegar todo su proceso. Aquí se trataba ya de ponerle pecho a la batalla y lo primero era reducir el estrés para mejorar la calidad de vida. Para sacar el cáncer de su cuerpo se procedió a la doble mastectomía, a seis rondas de quimioterapia más 10 semanas de radiación, y el tratamiento funcionó. Por meses todo fue de maravillas, pero al año la enfermedad volvió. Y llegó acompañada de una sentencia de muerte. 

–Lo siento Ricki, pero tienes metástasis– le dijo el doctor con la mirada sombría. A lo sumo te quedan dos años de vida. 

Ricki lo miró estupefacta. 

–¡Doctor, yo no puedo darme el lujo de que me desahucien ahora! Tengo que apoyar a mi hija para que termine la universidad y trabajar para sostener a mi familia. Entre Dios, usted y yo, ¡tendremos que encontrar la manera!

Una cosa muy fuerte en Ricki siempre fue la fe. Apenas se permitió un momento de autocompasión en ese día horrible y ya sacó fuerzas de sus oraciones para enfocarse en sus bendiciones y encontrar un nuevo propósito en su vida. Algo le decía que el Todopoderoso estaba a cargo de este viaje y rezaba diariamente no por su sanación, sino para que se hiciera la voluntad de Dios. Él sabía que ella estaba luchando para dar a su hija una educación universitaria y estaba convencida de que la ayudaría. 

Ricki completó cuatro rondas más de quimio y de manera milagrosa el cáncer desapareció. Durante esta segunda vuelta de tratamiento, también se enfocó en remover otros cánceres de su vida, definitivamente. Cortó la relación tóxica con su marido, salió de su trabajo que tanto le exigía y empezó una compañía propia. Vendió la casa enorme que tenía y se mudó a un pequeño departamento. Cambió toda su existencia y entendió que su paz mental era innegociable. Apoyó a su hija para que terminara la universidad y cuando ese pendiente estuvo listo, se enfocó en su nueva misión: apoyar a otras mujeres. 

Una cosa muy fuerte en Ricki siempre fue la fe. Apenas se permitió un momento de autocompasión en ese día horrible y ya sacó fuerzas de sus oraciones para enfocarse en sus bendiciones.

Decidió que fue por eso que Dios le permitió que se quedara de este lado de la vida: para servir no solo a las pacientes de cáncer de mama, sino a las mujeres en general, para alertar a todas sobre la salud mamaria. Además, se involucró en una fundación que lidia con pacientes que tienen el cáncer triple negativo, como el que le tocó a ella, y formó una red de hermanas, Sister Network, que trabaja con afroamericanas sobrevivientes de este mal. Al ser ella afrodescendiente le interesa mucho ayudar a su comunidad. Sabía que toda mujer sufre con el diagnóstico más allá de su raza. Pero las batallas son diferentes, porque la comunidad negra no tiene la misma calidad de cuidado, no confía por lo general en el sistema y tiene más posibilidades de ser madre soltera —según las estadísticas, 77 % de madres de color lo son—. El rol de Ricki es conectar a esas mujeres y lograr una red de apoyo entre ellas. 

Hoy en día, Ricki es una gran líder y portavoz del cáncer mamario en los Estados Unidos y dedica su vida entera al servicio de la comunidad. Ha logrado transformar el gran escollo de la enfermedad en un propósito que la catapultó a las más altas esferas de activismo y cada día de supervivencia. Pasaron ya nueve años desde que le diagnosticaron su final, y lo atesora como una bendición y un milagro digno de celebrar. Agradece por cada instante y se compromete a dejar un legado de esperanza a la humanidad.  

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