Poliamor
¿Felices los cuatro?
El argumento musical de Maluma que predica que pueden ser felices “los cuatro”, no es un mantra millennial ni patrimonio de esta generación, sino que data de épocas pasadas. Hasta los no-tan-fanáticos del reggaetón tenemos que aceptar que esa estrofa sostiene una verdad que podría sustentarse en teorías antropológicas, biológicas y culturales considerables, y que no excluye a ninguna generación.
El modelo de pareja se fue desestructurando a razón de las nuevas formas de relacionamiento y, por ende, están cada vez más normalizadas las diferentes dinámicas vinculares, incluso familiares, que señalan que en sociedades como la nuestra, las relaciones monogámicas y heterosexuales son constructos culturales y sociales, no exclusivamente naturales, además dependientes de nuestros estilos de crianza. Sin embargo, no lograron circunscribir al amor y a sus múltiples formas de manifestarse.
Allí es donde aparece el poliamor, un neologismo reciente que define una relación estable, pero simultánea entre varias personas que tienen conciencia de la situación y la aprueban. Es otra forma subversiva, pero no nueva, de amar. Aunque muchos pueden jactarse de modernos e intentar embarcarse en esta odisea por considerarla vanguardista, tienen que saber que el poliamor no es para todos, pero es más común de lo que pensamos o queremos ver.
Hoy día aparece en series como Tú, yo y ella, de Netflix, y películas como Un método peligroso. El libro La invitada, escrito por Simone de Beauvoir en 1943, muestra a una pareja adulta y cultísima, formada por la propia autora y Jean Paul Sartre, ante la llegada de una muchacha que fascina a ambos. Cuestiona radicalmente el modelo burgués de pareja y expone algo que bien podría decir en su introducción: cualquier semejanza con la ficción es pura realidad.
Pero las interrogantes que surgen desde las almas más conservadoras siempre son las mismas: ¿Se puede amar a dos personas a la vez? ¿Es posible este tipo de vínculos sin sentir celos? ¿Se respetan los límites establecidos? Estas y otras preguntas más domésticas, que tienen que ver con la curiosidad que despierta entender cómo será la dinámica diaria de una relación poliamorosa, el estilo de vida y las tareas establecidas en la vida cotidiana, y más aún si hay hijos.
A pesar de todos los cuestionamientos, el poliamor existe, y es necesario hablar de este tema para disolver los prejuicios en el solvente de la tolerancia y la comprensión. Hoy más que nunca es importante aceptar que hay formas diferentes y válidas —no solamente— de pensar, sino de amar.
La honestidad, la comunicación y la libertad son las columnas vertebrales de este tipo de vínculos.
Los anarquistas del amor
No hace falta esperar que algo esté de moda o que todos hagan lo mismo para que el espíritu anarquista de algunas personas inicie caminos diferentes al establecido como normativo en una sociedad. Esto sucede siempre, en todos los contextos y épocas.
Hoy día, quizá existe un escenario más flexible para que “los anarquistas del amor” se animen a explorar sin prejuicios esta apuesta, sabiendo que no es un camino fácil, porque si caminar de a dos ya se dificulta, hacerlo con uno más (en un trío o parejas swingers) es mucho más complejo —no solo en la esfera personal y emocional, sino social y familiar—.
La honestidad, la comunicación y la libertad son las columnas vertebrales de este tipo de vínculos, pero no siempre son tan armónicos como se predica, ya que también caen en los abismos de la neurosis, los celos, la lucha de poder que surge en todos los grupos y los desencantos normales de todas las parejas.
La diferencia con la pareja normativa (entre dos personas) radica en el compromiso con la monogamia y la fidelidad, que puede resquebrajarse con los años a pesar de intentar legislarlo; a pesar de extremar el juramento de amor perpetuo y exclusivo, incluso ante Dios. El amor es libre y no se lo puede constreñir a leyes ni dogmas. Irónicamente, la infidelidad solo confirma que la fidelidad es una decisión personal más que un compromiso civil o social: es posible y existe.
En las parejas monógamas, se esconde a la tercera persona cuando aparece, y en esta hipocresía nada es fácil. Pero, por otro lado, en el amor libre (supuestamente exento de ataduras, celos y sentido de posesión) también pueden aparecer las comparaciones con el otro, los celos y la competencia por el tipo de amor que, por lo general, nos constituye: el edípico.
La diada estructural edípica entre madre e hijo configura esa necesidad de que alguien me quiera solo a mí y me prefiera solo a mí ante todos los demás. En esta teoría, para eso se necesita de un competidor: el padre. Esta competencia siempre surge en parejas de dos o más personas. Se trata de una posición subjetiva constitutiva del amor, de la que solo se puede escapar con un crecimiento personal verdadero (análisis mediante) para no demandar al otro un amor infantil; para ofrecer y esperar un amor maduro, libre de ataduras inconscientes, ¡y no solo en parejas poliamorosas! Sino en general.
Argumentos culturales y biológicos
En los países musulmanes, donde ocurre la poligamia, existen ciertos principios fundamentales comunes en la mayoría de ellos. De acuerdo con la tradición de la ley islámica, un hombre puede tomar hasta cuatro esposas, pero cada una de ellas debe tener sus propiedades, bienes y dote.
David P. Barash biólogo, evolucionista y profesor de psicología de la Universidad de Washington, autor del libro Out of Eden: The Surprising Consequences of Polygamy, analiza la infidelidad sexual de los humanos, tan estrechamente relacionada con la poligamia presente en la mayoría de las especies animales. Barash llegó a la conclusión de que la monogamia no es una situación sencilla ni mucho menos “natural” para hombres y mujeres.
La misión esencial de la pareja es aprender a amar a otras personas que no sean los padres, salir del esquema edípico y de la familia originaria para aprender a querer como adultos.
¿Qué amamos cuando amamos?
Lo importante es registrar que cuando amamos, sabemos lo que amamos. Muchas personas están en pareja, pero no saben si aman a la persona, al estilo de vida que se lleva con ella, al estatus o posición social, o al ideal de familia que construyeron en su cabeza. Amar requiere de una toma de conciencia profunda —y amar a varias personas a la vez debe de ser un desafío y una proeza que solo demuestra que el amor puede multiplicarse, que puede ser tan generoso como libre—.
La misión esencial de la pareja es aprender a amar a otras personas que no sean los padres, salir del esquema edípico y de la familia originaria para aprender a querer como adultos. La finalidad de este proyecto es crecer juntos, atravesando problemas, limando asperezas, en las buenas y en las malas. Hay que saber que en toda relación entre dos o más personas (ya sea de amistad, laboral o con cualquier fin social) existe un componente erótico que sublima un vínculo amoroso, al igual que las pasiones. Por ejemplo, hay personas que consideran una amenaza el interés de su pareja por el fútbol, por verla como una preferencia más importante que la pareja misma en sus vidas.
Para comprender que ninguna pareja puede satisfacer todo lo que deseamos, es necesario saber que es imposible complementarse con una sola persona (fuera de lo sexual). Los que creen que se puede vivir solamente entre dos personas en una especie de simbiosis tienen una idea altamente psicotizante, como la relación de Norma y Norman Bates en la serie Bates Motel, en donde madre e hijo mantienen un vínculo demasiado estrecho, por ser ella una madre tan controladora que el hijo termina por vincular incluso su libido a ella. Esto le impide fijarse en otras mujeres o le lleva a destruirlas, por verlas como amenaza al vínculo patológico.
Este componente erótico implícito en las relaciones humanas sublima una especie de relación poliamorosa en donde el tercer participante no necesariamente tiene que ser una pareja, sino complementos existenciales: los amigos, los colegas o una pasión, como el arte, la música, el deporte o la profesión.
Nadie puede realmente completar la falta constitutiva del ser humano; ni con una, dos o más parejas amorosas. Si entendemos eso, quizá podremos amar de forma plena, sin buscar complementos, estableciendo lazos en donde la fidelidad no sea un mandato ni una odisea, sino que un compromiso con alguien más, pero también con uno mismo.