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Alergias e intolerancias alimentarias

Cómo detectarlas en nuestros hijos

En la superficie, puede que ambos términos tiendan a mezclarse. Sin embargo, en la maternidad o paternidad, el conocimiento preciso de qué son, cómo se detectan y cómo actuar en consecuencia se convierte en un elemento preciado. Para aclarar dudas y mitos acerca de alergias e intolerancias alimentarias, conversamos con la pediatra Viviana Sotomayor Giubi acerca de algunas herramientas de acción útiles en la vida parental y la alimentación familiar.

Según la doctora Viviana Sotomayor Giubi, especializada en Nutrición Pediátrica, la diferencia más notoria que existe entre una alergia y una intolerancia es que la primera se presenta ante cualquier contacto con un alimento, sin importar la dosis, como un mecanismo de defensa inmediato del cuerpo, del cual el paciente tarda en reponerse. En cambio, la intolerancia se desarrolla porque el organismo no cuenta con las herramientas necesarios para digerir y absorber de manera correcta un ingrediente, por lo que su efecto no siempre se manifiesta instantáneamente y puede oscilar entre un problema transitorio hasta uno persistente.

“En el caso de la intolerancia a la lactosa, el cuerpo puede consumir un poco de leche des-lactosada de acuerdo con el grado en que se presente la afección, pero si se toma en grandes cantidades, el organismo no la absorbe correctamente y aparecen los síntomas, que dependen mucho de la dosis”, aclara.

Doctora Viviana Sotomayor Giubi.

Señales de alerta

Con estas distinciones en mente, es importante apuntar que, en cuanto a síntomas digestivos, ambas condiciones pueden presentar algunas similitudes, como dolor abdominal, cólicos, reflujo y/o diarrea. Además del efecto esencialmente digestivo que caracteriza a la intolerancia, las alergias también presentan señales cutáneas como ronchas y signos respiratorios como angioedemas (hinchazón de la zona de los ojos y la boca) y chillido de pecho.

“Hay un indicio de alarma general: nos tienen que preocupar las alergias severas. Es decir, niñas y niños que consumen un alimento sospechoso y desarrollan problemas respiratorios graves, anafilaxia, diarrea con sangre o falla de medro, que es cuando el paciente deja de crecer por causa de la afección”, ahonda la doctora.

Una vez que los padres hayan detectado estos signos, la profesional recomienda que no saquen conclusiones por sí mismos. “Cuando vemos las señales y su relación con un alimento particular, debemos consultar y, una vez hecho el diagnóstico, evitar lo que causa las molestias”, asegura la doctora.

Tanto las alergias como las intolerancias poseen variantes mayormente curables; tal es el caso de la alergia a la leche o al huevo. Sin embargo, otros ejemplos tienden a perdurar en la vida adulta como los relacionados con frutos de mar y frutos secos. Por ende, la doctora nos cuenta que, en principio, la proteína sospechosa se excluye totalmente en los seis meses inmediatos al diagnóstico. Al cumplirse este plazo, se realiza la prueba del reto, que consiste en que el niño o la niña vuelva a consumir el alimento para detectar si la afección sigue presente o remitió.

La especialista menciona el caso de la alergia a la proteína de la leche de vaca (APLV), una de las más comunes en los primeros años de vida: “En general, los niños con APLV tienen un buen pronóstico con grandes porcentajes de curación luego de seis a 12 meses de buen tratamiento. Se estima que cerca del 85 % estará curado para los dos años y más del 95 %, para los cinco”.

El rol parental

A criterio de la doctora Viviana, un paso muy importante para el diagnóstico es asistir a consulta médica ante los primeros signos de alerta y aplicar correctamente las herramientas para excluir de la dieta el alimento que causa un rechazo. “Comenzar el tratamiento cuanto antes cambia definitivamente la calidad de vida del niño o la niña”, asegura.

En este sentido, su historia con la pediatría y la nutrición infantil se revela como una muestra de primera mano. Al principio, el acercamiento se dio por un interés innato hacia esta área de la medicina —su mamá también se desempeñó como alergista—, por lo que decidió hacer un diplomado en alergias alimentarias luego de obtener su doctorado en Pediatría y su especialización en Nutrición. Sin embargo, el momento clave fue cuando tuvo que convivir de cerca con la alergia a la proteína de la leche de vaca, que se presentó en dos de sus tres hijos. Actualmente, explica que se encuentra haciendo la llamada dieta del amor, “en la que una madre, por cariño al bebé lactante, excluye el alimento que le produce alergia o intolerancia a su hijo para que este no lo consuma a través de la lactancia materna. Se trata de una de las principales recomendaciones para protegerlos cuando la condición se presenta en los primeros meses”, ahonda. Entonces, en vista de que la madre constituye la principal fuente de nutrición del niño o la niña durante ese periodo específico de la vida, si el lactante desarrolla algún tipo de rechazo a la proteína de la leche de vaca, por ejemplo, ella tendrá que excluirla completamente también de su dieta y optar por alternativas naturales, como las leches vegetales.

Cómo disminuir el riesgo

Si bien no existe una forma de prevenir ninguna de estas afecciones, sí hay algunos factores que pueden ayudar a disminuir el riesgo. Entre ellos, la pediatra menciona la lactancia materna y un parto natural, ya que ambas prácticas ayudan al desarrollo y fortalecimiento adecuado del sistema inmunológico del hijo o la hija. “Optamos por todo lo que ayude a construir una buena microbiota intestinal, que también significa no tomar antibióticos si no es necesario y consumir alimentos naturales, sin muchos condimentos que lastimen el intestino”, explica Viviana y añade que “sobre todo, los niños con hermanos o familiares alérgicos deben cuidarse con más razón. Con ellos tenemos que insistir en la lactancia, ya que, si les damos fórmula desde que son pequeños, aumentamos el riesgo de que estas afecciones aparezcan más rápidamente”.

Si convivimos con un niño que tiene diagnosticada alguna de estas condiciones, el hecho de que los familiares se muestren comprensivos es tan importante como la exclusión del alimento sospechoso de la dieta. Además, de acuerdo con el nivel de gravedad del diagnóstico, también se deben evitar trazas o restos de este nutriente en los utensilios del niño o los que estén involucrados con el proceso de cocción de sus comidas.

“Debemos ser amigables con las familias. De repente, hay algunas personas que aún no comprenden que para ellos es grave el malestar o la reacción alérgica de su hijo o hija. No debemos intentar que el paciente consuma ‘aunque sea un poquito’, sino que resulta importante practicar la empatía y normalizar la situación”, recomienda la especialista.

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