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Ao Po’i

Legado bordado a mano

Junto a los ríos que entretejen el departamento de Guairá, el ao po’i nace todos los días como un elemento que aglutina, sostiene y fortalece a varias comunidades de artesanas. De todas ellas, 22 fueron elegidas para contar su historia y, a partir de ella, bordar un punto representativo que los diseñadores de moda Yamil Yudis Yaluff y Andrea Vázquez inmortalizaron en el libro Ao po’i: un viaje por el bordado y sus protagonistas. Con fotografía de Chiara Chiriani, los autores desentrañan en sus páginas el universo que circunda a este tradicional elemento de nuestra cultura.

Sentadas en sillones de cable, en sus patios o entre las paredes de sus casas, con bastidores e hilos en mano, 22 artesanas bordadoras de ao po’i rememoraron su historia en torno a este tejido para hablar de la herencia humana y cultural que emana de él. El libro que recoge estas vivencias lleva el nombre de Ao po’i: un viaje por el bordado y sus protagonistas, porque, aunque haya bastante énfasis en el lado práctico y estético de cada punto, para sus autores —dos exponentes del diseño nacional— la única manera de hablar de ellos es desde el sentir de quienes lo hilan.

“Por eso pedimos a las artesanas que nos cuenten un poco de su vida y que elaboren un punto particular con gran significado para ellas. Muchas nos hablaron de alguna costura que aprendieron de sus madres o abuelas, ya que esta labor se pasa de generación en generación”, recuerda Yamil Yudis Yaluff, uno de los investigadores de esta obra junto a Andrea Vázquez.

Pedimos a las artesanas que nos cuenten un poco de su vida y que elaboren un punto particular con gran significado para cada una de ellas

Yamil Yudis Yaluff, diseñador de modas.

Aunque el ao po’i y las artesanías en general siempre reforzaron el vínculo que Yamil tiene con Andrea —hoy su esposa—, fue él quien comenzó esta investigación en el 2020 con apoyo parcial del Fondo Nacional de la Cultura y las Artes, así como la colaboración del Instituto Paraguayo de Artesanía. Cuando las restricciones de la pandemia comenzaron a flexibilizarse, el investigador visitó varias comunidades de Guairá y seleccionó a 22 mujeres que se dedican a elaborar piezas de ao po’i para iniciar un recorrido por el carácter sentimental, tradicional y humano del tejido.

La primera fase del trabajo consistió en viajar al cuarto departamento —de donde es originario este género— para entrevistar a artesanas de localidades como Yataity, Natalicio Talavera y Mauricio José Troche. De esta manera, descubrieron que la mayor parte de ellas adquirió esta habilidad en la primera etapa de su vida.

“Aprendían a contar y ya podían ayudar a sus mamás en el trabajo”, detalla Yamil y agrega que “lo particular de este tejido es que se trata de un lienzo con estructura simple que, si uno hace un zoom, puede diferenciar claramente las fibras. Entonces, las bordadoras deben dibujar los puntos en cada cuadro de la tela y, para ello, contar las repeticiones que necesitan hacer en su trama. Por eso, la edad para comenzar a bordar es, más o menos, los seis años”.

Las hebras místicas

Andrea Vázquez, coautora del libro, piensa que un elemento muy destacable es la unión humana que se forja a través de esta actividad tradicional. “La artesanía se convirtió en un trabajo comunitario; en estas localidades que visitamos existen muchos comités de personas que trabajan de manera asociativa. ¿Qué quiere decir? Que si una artesana no cree posible terminar un pedido de 50 camisas, se agarran todas de la mano y distribuyen el trabajo”, interviene la especialista.

Desde las fibras materiales hasta las hereditarias del tejido, hay más de un enfoque posible para hablar del ao po’i: el libro eligió denotar, también, un lado místico. Ese sentir abstracto que se forma alrededor de la experiencia personal no solo se adentra en lo intangible de este arte —esfuerzo, producción y significado—, sino que también sirve para comprender la diversidad con que se lo bautiza: “La denominación varía de una comunidad a otra, cada una hace un mismo bordado y lo llama diferente. Existen algunos más antiguos con nombres tradicionales ya establecidos, hay otros que se podrían llamar ‘innovados’ que ya depende de con quién estés hablando y de qué comunidad de Guairá sea”, explica Andrea.

Sin embargo, a su criterio, más allá de los nombres utilizados, algo que une la esencia de todo este tejido es justamente que “la vida del bordador y la bordadora es diferente”. Y esa distinción no radica esencialmente en un patrón de vida, sino en las perspectivas de cada uno: “El artesano vive de su arte, pero no toma este trabajo como una obligación, sino que ejerce su oficio porque lo ama, está en sus venas, en lo más profundo de sus raíces. Desarrolla esta labor dentro de su vida familiar y hogareña, lo mezcla con sus tareas de la chacra, de la huerta. Es una actividad que conecta a la artesana con sus antepasados porque está haciendo lo mismo que ellos, probablemente en el mismo lugar”.

El artesano vive de su arte, pero no toma este trabajo como una obligación, sino que ejerce su oficio porque lo ama, está en sus venas, en lo más profundo de sus raíces

Andrea Vázquez, diseñadora de moda

En este universo paralelo, místico y contemplativo, el componente sentimental está ligado a la niñez de las mujeres bordadoras, una parte esencial de la tradición. Al entrar al terreno del valor real de este arte, Andrea nos cuenta que el trabajo artesanal se piensa más allá de la materia prima. “En verdad, no es nada fácil para ellas. Durante mucho tiempo, la artesanía fue menospreciada porque resultaba muy difícil comprender el trabajo que acarrea una pieza hecha a mano, la cantidad de horas y esfuerzo, la historia detrás de cada prenda”, agrega.

En las zonas que se dedican aún al bordado de estas piezas, la tela y el hilo son los insumos principales de su producción material. Sin embargo, la Escuela de Salvaguarda del Auténtico Ao Po’i, un programa del IPA, busca preservar la tradición del ao po’iete, desde el algodón hasta la fibra. “En estos casos, las artesanas se encargan de plantar, cosechar, hacer el tejido en sus telares manuales, con los hilos que ellas mismas elaboraron a mano”, relata Andrea.

Para asegurar la persistencia de ese ao po’iete, las artesanas se encuentran trabajando en un banco de semillas autóctonas de Guairá, de manera a autosustentar el algodón y todo lo que conlleva el proceso de producción. “Sin embargo, el valor de la artesanía tiene mucho más que ver con el tiempo que toma este tejido. Se trata de una prenda que se bordó a mano, que costó noches sin dormir y que sacó adelante a varias familias porque muchas de las artesanas de ao po’i son madres solteras y hacen el bordado en sus tiempos libres, entre el cuidado de la chacra y de los hijos”, explica Andrea.

“Considero al bordado de ao po’i como un elemento en peligro de extinción, porque más tarde o más temprano lo será. Por eso, la cantidad de horas, conocimiento e historia que hay detrás de una prenda debe ser cada vez más valorada”, agrega.

La cantidad de horas, conocimiento e historia que hay detrás de una prenda debe ser cada vez más valorada

Andrea Vázquez, diseñadora de moda

Retratos de identidad

Cuando Andrea plantea el bordado como elemento que florece en los ratos libres, entre quehacer y quehacer, no podemos dejar de preguntarnos por el contexto hogareño que le sirve de base. Chiara Chiriani fue la elegida para inmortalizar a las bordadoras en sus universos, cada una en el lugar que destina a la elaboración de sus prendas. Entonces, comenzó documentando todos los detalles del espacio físico, hasta lograr la magia que, según su visión, desprende el tejido. “Es un proceso muy minucioso, bastante largo, hasta llegar al trabajo final. Y como la casa misma es el lugar de trabajo —el verdadero home office según lo veo yo—, hay muy pocos espacios que no estén llenos de elementos relativos al ao po’i”, comenta la fotógrafa.

Por ello, la idea del libro no era separar la vida del arte, sino poner ambas aristas en paralelo. “De la misma forma en que lo hacen en palabras los investigadores, busqué retratar la obra terminada y a la artista”, señala Chiara y agrega: “El ao po’i es un arte manual, ningún tejido es igual al anterior, cada uno es único en su estilo y el artista nunca sabe cómo va a terminar. De ahí que una parte importante fue inmortalizar con la lente el proceso creativo de estas piezas para las futuras generaciones”.

Herencia y naturaleza

Este tejido arrojó sus raíces en el departamento de Guairá en el siglo XIX y se expandió, como el guaraní, a través de la herencia materna. Actualmente, según datos del Instituto Paraguayo de Artesanía, existen aproximadamente 2000 artesanas bordadoras de ao po’i, que se agrupan a su vez en varias comunidades. Si bien los nombres de los puntos tienden a variar, no cabe duda de que la naturaleza sirvió como inspiración para bautizar a varios de los que veremos en el libro de Yamil y Andrea. El punto Ysyry, por ejemplo, describe el cauce de un río, mientras que el Ju’i Rupi’a se inspira en los huevos de ranas que las bordadoras veían al lado de los arroyos frente a los que se sentaban a bordar.

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