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Amistad: Hoy por mí, mañana por ti

¿Por qué nos cuesta pedir ayuda?

“Eres la promesa que cumples, el perdón que pides y das, la ayuda que ofreces cuando
nadie te ve. No eres lo que tienes, eres lo que das”

El famoso refrán de reciprocidad adquiere sentido cuando aparece la oportunidad de ayudar a un amigo o una amiga en una situación difícil y este nos agradece sin saber cómo devolvernos el favor, la atención o la consideración. El don de dar de uno mismo, del ser, no necesariamente de su tener, es invaluable, porque los dones no tienen precio de mercado y ni la IA (inteligencia artificial) puede emularlos.

Cuando tenemos la oportunidad de dar, ya sea tiempo, energía, oraciones, atención, buenas intenciones, palabras de aliento, esperanza, paciencia, escucha, consuelo, comprensión o contención, estamos ofreciendo lo mejor de nosotros, porque todo esto nace del corazón. Pero la felicidad no aparece solamente en al acto altruista de “dar todo sin esperar nada a cambio”, porque recibir también es un derecho y una necesidad.

Lo sabemos cuando estamos pasando por momentos difíciles y lo primero que surge es llamar a un amigo o una amiga. Cuando ellos nos tienden una mano, sentimos un alivio inmediato, un amparo y confirmamos que hemos construido esa amistad sobre pilares solidos de confianza, que nuestro vínculo se fundamenta en la reciprocidad, porque solamente aquel que es capaz de ayudar a los demás se deja ayudar, y viceversa. Mostrarse vulnerable, triste y angustiado con alguien es muy íntimo, y quien se considera perfecto u omnipotente evade estas emociones y jamás las demuestra.

Es por eso que es importante reconocer en cada uno esa capacidad que tenemos de dar y recibir ayuda, ya que no todos estamos dispuestos a entregar de nosotros o a aceptar ayuda de los demás, y eso puede ser contraproducente. Incluso, para algunos resulta más fácil ofrecer dinero antes que su tiempo, y esto no está bien ni mal. Pero cuando esa persona necesite un apoyo que no sea económico, le va a resultar muy difícil pedirlo o aceptarlo, porque no se maneja con esa lógica.

Nadie está exento de sufrir de los imponderables de la vida, porque somos seres vulnerables, arrojados a un azar sin distinciones. Cualquiera puede tener un accidente, una pérdida, una decepción y, en ese sentido, todos necesitamos de los demás en algún momento. Analizamos la capacidad de dar y recibir ayuda para entender cómo manejar estas situaciones y cómo podemos perder los miedos y los prejuicios que giran en torno a este acto en momentos difíciles.

No es debilidad, es valentía

Todos necesitamos de alguien para nacer y para morir, una persona que se tiene que hacer cargo de nosotros para llegar y partir de este mundo. Lo que pasa en el medio es la incertidumbre total. Para andar ese camino tenemos a los amigos, que son compañeros de vida, que están a nuestro lado para celebrar los logros y disfrutar de momentos buenos. Pero también para atravesar con fortaleza y dignidad los momentos malos.

Existen personas a quienes les cuesta mucho pedir ayuda y agotan todas las alternativas posibles e imposibles antes de hacerlo. Incluso, están dispuestos a errar, a pagar precios altísimos y hacer algo mal antes de acudir a los demás. Esto suele darse en personas muy perfeccionistas, a quienes les superan las creencias de que pueden y deben superar los problemas solas; que podrían haberlos evitado, simplemente no planificaron bien o tendrían que haberlos previsto.

Estas personas no es que no posean la capacidad de pedir ayuda, porque pueden y suelen contar con muchos amigos que podrían darles una mano sin dudar, sino que no creen tener el derecho de hacerlo. Confunden el pedir ayuda con debilidad, con molestar, no de forma consciente, sino porque en algún momento lo han aprendido así. Esto les genera niveles elevados de estrés, tanto emocional como mental.

Los motivos por los que algunas personas no se atreven a pedir ayuda pueden ser varios; al identificarlos, derribamos falsas afirmaciones y se vive con menos presión. La infancia de estas personas quizás estuvo llena de frases tales como “vos podés solo”, “esto no le podés contar a nadie, se arregla en casa” o “vos sos fuerte, lo vas a lograr sin ayuda”, lo que genera autoexigencias o baja autoestima. La persona identifica como fracaso el hecho de pedir ayuda, porque aprendió que eso es ser inferior a los demás en un hogar o lugar donde se le daba mucha importancia a la superación personal, sin ayuda de nadie, potenciada con esas famosas frases que enuncian padres y madres como “yo a tu edad hacía esto solo”, “cuando eso ya logré tal o cual cosa” y más, lo cual genera comparaciones infinitas y expectativas inalcanzables, y por ende, insatisfacción personal.

También puede deberse al orgullo o al narcisismo, pues muchos creen que deben demostrar que son capaces de hacerlo todo solos y solamente así se sienten exitosos. Por último, es posible que se deba a experiencias pasadas que salieron mal. A veces, al querer ayudar a otros, nos hundimos en un pozo de problemas siniestro del cual no podemos salir y nos arrepentimos de habernos metido en el asunto de los demás.

¿Qué podemos hacer para pedir y aceptar ayuda?

Empezar por entender que cuando nos damos cuenta de que necesitamos ayuda, ya sea real y específica, como por ejemplo pedirle a una mamá o papá de grado que lleve a nuestro hijo de un lugar a otro; o una ayuda profesional, como la terapia psicológica, estamos aceptando que no podemos solucionar solos el problema que se nos presenta, lo cual le da un valor real a la situación y no la subestimamos ni perdemos tiempo o energía tratando de hacerlo por nuestra cuenta cual “Mujer Maravilla”, síndrome que se caracteriza por no saber delegar, recibir o pedir favores.

Es importante ser claro y conciso con lo que necesitamos, pedir y buscar a la persona que podría hacerlo, contarle el problema y lo que requerimos, sin vueltas. A veces, creemos que tenemos que explicar demasiado, y las personas están mucho más preocupadas por encontrar la solución más rápida y eficiente, que en los detalles de la situación; y si no pueden o no quieren ayudarnos, debemos buscar otra opción, dejar de lado el ego, entender que, si estamos en el lugar de ayudar a nuestro amigo, haríamos lo mismo por ellos y no lo veríamos como una molestia, sino como una oportunidad de hacer algo por él o por ella. Esto se llama empatía, ponerse en los zapatos del otro. Si pensamos así, perdemos la vergüenza y hacemos lo que tenemos que hacer, a tiempo.

La tecnología nos ayuda a ayudar

Lo mejor del ser humano es el deseo de dar y compartir, incluso en un mundo tan individualista y virtual encontramos la forma de hacerlo a través de las redes. La tecnología nos ayuda a ayudar al poner a nuestro servicio plataformas donde se pueden hacer oraciones y reuniones por Zoom, mensajes en todos los formatos posibles, videollamadas e información profesional con charlas, entrevistas y colaboraciones por causas y metas, los cuales no suplen la atención presencial o el abrazo de una amiga, pero ¡cómo ayudan y sostienen el alma en momentos difíciles!

Este dar y recibir, aceptar y pedir, tiene el valor emocional de cargar con energía positiva y hacer andar un circuito de interacciones revitalizantes que estimulan la expresión de emociones de auténtica aceptación, humildad y alegría que tan bien le hacen al cuerpo y el espíritu. Es gratificante para el que recibe y para el que entrega, ya sean buenas intenciones, regalos,  felicitaciones o consuelo.

De todas las experiencias vividas, sin duda, ayudar es una de las más hermosas formas de sentirse útil, pleno y satisfecho. Pero si alguna vez nos encontramos en la posición de recibirla, podemos sentirnos bendecidos y seguros con el compromiso de los amigos de verdad. La energía cuántica que llega a través del apoyo espiritual y la contención en momentos de total desesperanza se percibe a escalas subatómicas que, aunque invisibles a los ojos, operan en la realidad.

Esta energía cargada de buenas intenciones eleva el estado de ánimo y la moral para seguir adelante. Sentirse acompañado en las dificultades nos hace sentir un profundo y eterno agradecimiento a quienes estuvieron ahí, y este acto, a la vez, nos saca de las profundidades de la tristeza y nos enseña los recursos de rescate para quien los necesite el día de mañana. Esta demostración de amor en la amistad nos devuelve la fe en la vida y nos invita a creer en el amor incondicional, humano y divino, hasta en los milagros. ¡Gracias, amigas! ¡Feliz Día de la Amistad!

Las opiniones expresadas son de exclusiva responsabilidad de la autora del artículo. Para más información y consultas, escribí a gabrielacascob@hotmail.com
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