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Kamala Harris

Pionera

Kamala Harris recibió los títulos de primera mujer, primera afroamericana y primera asiática-americana cuando, en noviembre pasado, hizo historia, al ganar la vicepresidencia de Estados Unidos al lado de Joe Biden, el presidente con más poder sobre la tierra. Desde varios puntos de vista la elección fue histórica y puso a Harris en el foco de las miradas de todo el planeta.  

“Aunque pueda ser la primera mujer en ocupar este cargo, no seré la última”, aseguró la flamante vicepresidenta en su discurso de victoria, esperando que su ejemplo llegue a todas las niñas que asuman este hito como algo posible en Norteamérica. 

Y es que Kamala está acostumbrada a soñar en grande y romper los límites: fue la primera fiscal de distrito de San Francisco, la primera mujer con el cargo de fiscal general y la primera afroamericana en ser nominada para un cargo nacional por uno de los principales partidos políticos de los Estados Unidos. Todos hitos que, según las predicciones, podrían llegar a su punto culminante el día en que llegue a ser la primera presidente mujer de la historia de esa patria.

Es hija de una madre hindú y padre jamaiquino, así que Kamala entiende muy bien sobre minorías. Creció en California, mientras su mamá investigaba sobre cáncer y su padre enseñaba Economía. Su nombre “Kamala” está en sánscrito y deriva de la mitología hindú. Su familia vivió en Berkeley, pero ella creció en contacto constante con la India. Iba frecuentemente de visita a la familia materna y con respecto a espiritualidad, fue expuesta a dos credos de niña: a la Iglesia bautista negra, por sus raíces paternas, y al hinduismo; aunque hoy es la religión bautista la que profesa. Actualmente, está casada con un abogado de religión judía. 

En carne propia ha sabido lidiar con la diversidad étnica y religiosa, y su figura representa claramente un crisol de razas, situación que coincide perfectamente con la realidad actual de Norteamérica, donde cada vez hay más gente con ascendencia diversa, al punto que se proyecta que en 25 años los estadounidenses blancos ya no serán mayoría. 

En un mundo globalizado y sin fronteras, Kamala es la imagen de los tiempos de varias maneras: le tocó vivir el divorcio de sus padres siendo muy pequeña y a los 12 años se mudó de país. Pasó la adolescencia en Montreal (Canadá), donde le gustaba la danza y era muy popular en la escuela. 

Muy pronto la política comenzó a llamarla y una vez terminado el colegio, fue a Washington, a la Universidad de Howard, para estudiar Ciencias Políticas y Economía. Ya en el primer año, la eligieron representante del Consejo Estudiantil y fue miembro destacado del equipo de debate, ambas cualidades que pudieron verse durante la campaña. Una vez concluidos sus estudios en Washington, regresó a su primer amor: California, donde sacó un título de abogada y comenzó su brillante carrera como fiscal. 

En el plano sentimental tuvo solamente dos relaciones que han trascendido: la primera cuando era mucho más joven, con un hombre que le llevaba 30 años; y la otra, con el amor de su vida, a quien conoció a los 48 años y a los pocos meses se casó: Douglas Emoff le pidió en matrimonio en el 2014 y aún sostienen una gran historia de amor. Él renunció a su trabajo cuando a ella le salió la carrera a la vicepresidencia para apoyarla en cada instancia de esa lucha y ahora será el segundo consorte, cubrirá funciones oficiales al lado de su mujer y, por su cuenta, desde su lugar. 

Desde que Biden eligió a Kamala como compañera de fórmula, todos concuerdan que la puja electoral adquirió un nuevo oxígeno, sobre todo en la gran debilidad de Biden, que es su edad. Con 77 años, no tenía mucha conexión con los jóvenes, mientras que ella, con sus 56, consiguió el total apoyo juvenil. Esta diferencia con Biden puede ser un elemento muy ventajoso para Kamala en el futuro, ya que si Joe termina el cargo a los 81 años, es muy poco probable que aspire a ser reelecto, y eso puede posicionar a Kamala como el as bajo la manga de los demócratas para asegurarse otros cuatro años en el poder. 

Las propuestas de Kamala se centran más bien en ir obteniendo resultados graduales y específicos en los grandes desafíos que le preocupan: la igualdad para las mujeres, para las personas de color y para los americanos de bajos recursos.   

Si estamos o no frente a la próxima primera mandataria de Estados Unidos, es muy pronto para saber, pero, sin duda, este triunfo ha sido una victoria tanto de minorías como de género, y una respuesta tajante a la postura misógina y racista del presidente Trump.  

En medio de un año difícil marcado por fracturas y odio racial, Kamala Harris eligió el blanco para aceptar la victoria. Dicen que la elección no fue casual: representa el movimiento sufragista de las mujeres y la lucha por la igualdad. Pero también se considera universalmente como el color de la no violencia, y ojalá que este mandato instaure en el país del norte una nueva era de paz.

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