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El oro en coraje

La lección que nos dejó Simone Biles

Es difícil imaginar la presión que tiene una atleta de dar lo mejor de sí en las Olimpiadas. El mundo la mira, su vida gira en torno a eso. Hay miles de cosas en juego: patrocinadores, nación y equipo. Y más aún si es considerada por unanimidad como la mejor de todos los tiempos. 

¿Cómo animarse a decir basta si hay algo que de pronto está rompiéndose dentro? Simone Biles es la protagonista de esta historia, no por sumar otra medalla a su larga lista de triunfos, sino por el oro que se llevó en coraje, al animarse a parar el carro de alta competitividad de Tokyo 2021 y retirarse de la contienda en pleno evento. 

Tenía que dedicarse a cuidar su salud mental. El problema no era físico. 

En un mundo en que las exigencias llegan casi a un nivel inhumano en el alto campo competitivo, la decisión de Simone fue algo sin precedentes. Estamos hablando de quien a los 24 años fue campeona mundial 19 veces y lleva 25 podios internacionales en la maleta. De hecho, es la gimnasta más laureada de toda la historia. Por eso fue tan increíble como admirable que tuviera la sobriedad de darle importancia a la ansiedad que venía golpeándole el alma a pesar de la presión de ser perfecta ante las cámaras. 

“La vida va más allá de la gimnástica”, explicó con total aplomo en una conferencia de prensa: “Tengo que enfocarme en mi salud mental y no poner en juego mi bienestar”. Hace mucho tiempo que Simone viene haciendo todo lo que su país y sus entrenadores le piden. En Río 2016 ayudó al equipo femenino de Estados Unidos a obtener su tercera medalla de oro en forma consecutiva y además ganó otras tres individuales para ella. Con una vida dedicada a la gimnasia, la atleta sacrificó su rutina normal de chicos, colegio y amigos para someterse a entrenamientos rigurosos en busca de la actuación perfecta. No solo puso en el pedestal a su país en el deporte, sino que también se convirtió en inspiración para las chicas de color que querían acceder a esta disciplina tradicionalmente blanca, y se convirtió ella con sus raíces africanas en el rostro indiscutible de la disciplina. 

Hasta que en Tokio su mente dijo basta y la atleta se animó a dar el salto más arriesgado de toda la carrera de un deportista: bajarse de la gloria del podio porque era más importante su estabilidad emocional que la imagen perfecta. 

Con esa sabiduría, Simone no solo mostró el lado humano detrás de las grandes figuras del deporte; también se convirtió en inspiración de tantos miles de seguidores y logró alivianar el estigma de los problemas mentales. Si los tiene ella en el pináculo de su carrera, finalmente los puede sufrir cualquiera y está bien decirlo en voz alta.

Su honestidad coincide con las declaraciones de Michael Phelps, que en 2018 se animó a decir que a pesar de sus 23 medallas de oro olímpicas, sufre de depresión y ansiedad generalizada; y con la prodigio del tenis Naomi Osaka, que este año se retiró del Abierto Francés sin participar del Wimbledon, al admitir que estaba estresada por las altas exigencias no solo de los juegos, sino también de las conferencias de prensa obligatorias después de cada partido que se disputa. 

Volviendo a Simone y a su enorme valentía, recalcamos la importancia de su mensaje: en la vida no solo se celebran las victorias, sino también se admiten las durezas, y en las luchas internas, nada tiene de malo mirar al mundo de frente, parar el carro y decir: “Necesito ayuda. No puedo sola y me vence”. 

La ayuda para Simone, por supuesto, llegó al instante. 

Y también, con ella, el oro en ejemplo y coraje.  

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