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¿Qué pasa después del «sí, quiero»?

Cuando el “felices por siempre” transita por los desacuerdos

Una de las etapas más emocionantes de la relación de pareja es el noviazgo. Es un periodo donde las ilusiones, las expectativas, la felicidad, el romanticismo, el sentido de pertenencia y de visualización de un futuro con la persona amada lo son todo. Si la pareja prospera, también es cuando aparece el compromiso y se sientan las bases del futuro matrimonio. En este momento se empieza a entrenar la capacidad de decidir todo de a dos, lo que muchas veces puede llevar a enfrentarnos con una realidad que la ceguera de la pasión no nos permitía ver o creíamos totalmente tolerable “por amor”, y el “sí quiero” comienza a transformarse en varios “no quiero” que hay que analizar. Entonces, ¿qué pasa cuando las ideas sobre la convivencia, el matrimonio, los hijos, la educación y las ideologías divergen demasiado? Ella desea una gran fiesta, caminar de blanco en la Catedral, invitar a todas sus amigas, familiares y conocidos, el vestido soñado y una luna de miel en el Caribe. Él, una reunión íntima, sin tantos protocolos, pasar el tiempo de la luna de miel aprovechando para remodelar la casa y además es protestante. Ella quiere cuatro hijos; él, dos. Ella desea que estudien Medicina como el abuelo, y el padre, que sean ingenieros mecatrónicos… Esto puede ser al revés, por supuesto, los ideales y las expectativas no tienen que ver con el género. Pero se entiende el punto.

Luego del “sí, quiero”, las cartas están sobre la mesa. Si creíamos conocer a nuestra pareja durante el noviazgo, es en este momento de construcción de la familia cuando la vamos a descifrar, porque algunas personas tienden a aferrarse más a ciertas formas de pensar y de vivir, y otras tendrán que ceder. En este momento tenemos que aprender a escuchar al otro, sus razones, su motivación y si seremos capaces de abrazar o no lo que propone para la vida que esperamos vivir juntos, en principio, para siempre.

LOS PROS Y LOS CONTRAS DE LAS PROPUESTAS DEL OTRO

Las decisiones que la pareja tome durante el transcurso de la vida de a dos tendrán un impacto trascendental en la configuración de la familia, los hijos y el estilo de vida que vayan a tener. A veces estas situaciones se dan naturalmente y no hay muchos cuestionamientos, pero cuando cada uno propone ideas diametralmente opuestas, debemos ser capaces de sopesar los beneficios y las desventajas de esa idea o elección. En esas ocasiones pueden aparecer discusiones, decepciones y frustraciones, pero el respeto es primordial.

Si pueden llegar a un acuerdo sin que nadie se sienta menospreciado o atropellado, las cosas seguirán su curso, pero sin garantías de que esa decisión sea la correcta, y no por eso, en el futuro, si no funciona, echar en cara con la soberbia del “te dije luego”, ya que en toda decisión uno pierde y gana algo, y esto es absolutamente inherente a toda toma de decisiones.

Por ejemplo, si deciden educar al hijo en un colegio católico, el padre o madre no practicante o ateo tendrá que respetar los rituales religiosos que debe cumplir la familia, sin necesidad de excluirse para demostrar ninguna postura. Las cosas se deciden entre todosy eso muestra a los hijos que los progenitores están en la misma sintonía, y no generar confusiones por querer demostrar tener razón, que ya no cabe en ese momento, porque ya habían decidido algo.

CÓMO INFLUYE LA BIOGRAFÍA DE CADA UNO EN LAS DECISIONES

Toda decisión es autorreferencial, es decir, va a tener que ver con la historia y las experiencias de cada uno con su familia de origen. Por tanto, será muy diferente si la familia aprueba a la pareja o si tiene algún cuestionamiento sobre la misma, ya que difícilmente apoyarán decisiones que tomen entre los dos o que tengan que ver con las ideas y los estilos de vida del otro. La madurez emocional y la independencia intelectual van a ser cruciales para tomar las riendas de la vida en pareja, pues se alejarán de la seguridad que otorgaba la familia de origen, que básicamente ha resuelto casi todo por nosotros. Ahora, todas las decisiones tendrán sobre nosotros la responsabilidad de sus consecuencias. Aunque aparezca malestar e inseguridad frente a la oposición de los padres, si contamos con el apoyo y estamos de acuerdo con nuestra pareja, vamos a sentir la satisfacción de haber hecho lo correcto.

Lo ideal también es la madurez de ambas familias de origen, que tendrán que flexibilizar sus expectativas sobre el nuevo núcleo que se está configurando y apoyarlo en sus decisiones, aunque alguno sea opuesto a ellas. Si ambos grupos familiares están en sintonía y apoyan al matrimonio que acaba de nacer, van a estar más prestos a los cambios e imprevistos donde las decisiones deben tomarse sobre la marcha y se sentirán más seguros.

Además, por más que los nuevos marido y mujer crean que pueden “solos con todo y contra el mundo”, la aprobación de la comunidad que los sostiene y que celebra su vínculo es importante y necesaria, ya que el ser humano es el único animal que posee parientes políticos: a ningún perro le importaría averiguar con quién tuvo familia su cría. Por ejemplo, en los casos en donde deciden casarse por un embarazo, será más fácil enfrentar en pareja a las familias si existe aprobación de la relación, a diferencia de si esta no existía en ambas familias, lo que puede perjudicarlos y, más que nada, al hijo, a menos que las razones sean realmente justificadas y objetivas, lo cual va a conllevar el apoyo incondicional de la familia de origen para la futura madre.

CONSOLIDAR EL HÁBITO DE ENFRENTAR LAS SITUACIONES DE A DOS

Cuando sentimos seguridad y tranquilidad de compartir con nuestra otra mitad cualquier toma de decisiones, aunque sea solo nuestra, todo se vuelve más llevadero y el acompañamiento puede reforzar esa decisión. Pero si la responsabilidad es compartida, como comprar una casa, la educación de los hijos, los límites que vamos a imponerles y las batallas que vamos a ceder, es importante tratar de llegar a los mejores acuerdos, así se podrán sortear con éxito todas las decisiones de a dos. Tras el “sí, quiero” empiezan todas las decisiones de a dos. Si la pareja aprende el arte de escuchar y comunicar sus deseos y preocupaciones sin querer sobrepasar al otro, dominarlo o infantilizarlo, podrán enfrentar el sinfín de decisiones que conlleva la vida en pareja y la futura familia. Aprenderán a negociar las diferencias, a llegar a acuerdos y a delimitar el territorio de cada quien frente a la influencia de la familia de origen, que puede contaminar, atrofiar o perjudicar la capacidad de toma de decisiones de ambos.

Si aparecen demasiados desacuerdos o situaciones irremediables y las expectativas puestas en el otro son demasiado altas y no las puede sostener ni soltar, aparecerán más conflictos y separaciones, lo cual no está ni bien ni mal, sino que es resultado de no hipotecar la identidad por una relación en donde el otro busca tener la razón y nada más que la razón, sin capacidad de flexibilizar los puntos de vista ni compartir nada. La convivencia de todo matrimonio es un ajuste y reajuste constante hasta consolidar las alianzas mutuas que encaminen los pasos en un camino largo e incierto, de dos personas, que se comprometen por amor y convicción a acompañarse en la vida que deciden construir.

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