
Adalia Martínez
De la tradición familiar al emprendimiento
Su historia es un claro ejemplo de cómo la gastronomía puede ser el hilo conductor de una comunidad, un vínculo que trasciende el tiempo. Adalia Martínez forma parte de la tercera generación de una familia de origen sirio que migró a Paraguay, específicamente de la región de Moharde. Sus abuelos llegaron primero a Buenos Aires y luego vinieron a Asunción, en busca de un futuro próspero en América del Sur.

La gastronomía fue, siempre, el corazón de su familia y su comunidad. Ella creció huérfana de madre desde temprana edad y se crió con sus abuelos, en un entorno donde la colectividad la acogió y apoyó. La cocina no era solo para comer, sino un espacio de reunión, conexión y trabajo comunitario. Adalia relata que, en su hogar, el alimento nunca fue para la venta, sino para la gente cercana. Recuerda que, en las bodas, todo el barrio trabajaba unido para el banquete, lo que fortalecía aún más los lazos entre ellos.
A pesar de que toda la familia se dedicaba a la cocina, ella fue la única de sus cuatro hermanas que decidió convertir esta pasión en un negocio. Hace aproximadamente 18 años, luego de dejar su carrera como docente por motivos de salud, se sumergió por completo en el mundo culinario. Aunque confiesa haber preparado alimentos siempre para otros, el paso a la formalidad fue un hito. Su diferencial es la dedicación y la calidad, ya que ella misma se encarga de todo el proceso de producción. «Yo no me aparto de la cocina», afirma, «por eso mi sello es el detalle».
La comida que marcó su inicio en el mercado fue el cupí, que su comunidad siempre preparó. La versión que ella ofrece es de pescado y trigo, una receta tradicional de los sirios, a diferencia de otras comunidades árabes que lo hacen con carne. Este plato se ha convertido en toda una estrella, y a menudo sus clientes se lo llevan caliente para comerlo en la puerta, al instante.
La elaboración del cupí es un proceso minucioso que requiere de mucha paciencia. Adalia explica que se debe hacer con al menos una semana de anticipación, ya que la preparación de la masa es laboriosa y requiere ser procesada y amasada tres veces. A esto se le suma la dificultad de conseguir algunos ingredientes en nuestro país, como el trigo fino y ciertos condimentos específicos. Sfija, kebbe nayyeh, baba ganoush, hummus… son solo algunas de las tantas recetas que prepara con dedicación y amor.
Adalia también explica que la comida árabe posee un gusto intenso, diferente a la paraguaya. Utilizan esencias y especias específicas, pero en la cantidad justa para no abrumar el paladar. La mezcla de siete pimientas es uno de sus condimentos favoritos. A pesar de que su clientela se compone principalmente de personas de la comunidad, también tiene pedidos de gente nueva, y aunque no cree que su producto sea para todos los gustos, debido a las características fuertes que algunos no toleran en platos salados, para ella es un placer que cada vez más personas prueben sus especialidades.
Para Adalia, la comida es mucho más que un negocio; es una forma de mantener vivo el legado de sus antepasados y de transmitir los valores con los que creció. “Esa vinculación familiar para mí es muy importante. Entonces, yo veo que cocinar es una conexión que nos une. No se trata de quién hace más rápido, más lento, sino de quién lo hace con amor”, asegura. Mientras ella gerencia la parte salada, su hija —quien heredó este oficio y se integró al negocio— se encarga de la producción de los dulces (su verdadera pasión), y complementa así la empresa. Esta división de roles es importante para mantener la calidad y los sabores intactos.
La unión familiar sigue siendo muy fuerte, y la comida es el lazo que los une. Los domingos se reúnen para almorzar, y aunque no siempre cocinan platos árabes, el alimento es un pretexto para celebrar el vínculo que los define. “Una cocina va a tener éxito si vos le ponés tu toque”, finaliza.