Violencia verbal
Una forma de maltrato infantil
Una palabra tuya bastará para sanarme.
Evangelio según San Mateo 8,5-11
La violencia infantil, aunque inadmisible, existe en diferentes formas: niñas obligadas a casarse con adultos, niños que van a la guerra, violaciones, violencia física, abandono, trabajo obligado y desamparo, entre otros, son los más visibles. Sin embargo, la que es invisible, impune y la más común de todas es verbal y psicológica, y es igual o más grave que todas las demás, pues transcurre en el entorno familiar y sucede en todos los estratos sociales.
Mucho se habló de que las principales víctimas de la cuarentena serían las mujeres que sufren de violencia doméstica y los niños que viven en un ambiente tóxico, con padres que los maltratan verbal y físicamente, encerrados ahora con sus victimarios por demasiado tiempo; y las estadísticas lo confirman. Desde marzo hasta la fecha, entidades públicas registraron dos casos de feminicidio y un promedio de 80 denuncias por día de violencia intrafamiliar en nuestro país. Esto indica que estamos tan preocupados por cuidar la salud física, que olvidamos activar campañas que también protejan del virus de la violencia y el maltrato en el seno familiar, con el mismo empeño y preocupación.
¿Por qué recurrimos a la violencia verbal o física? Porque tiene resultados inmediatos para el adulto.
La crianza violenta es una dinámica heredada de una infancia también violenta, y se desarrolla en el ámbito del hogar o la escuela. Pero ¿por qué recurrimos a la violencia verbal o física? Porque tiene resultados inmediatos para el adulto. Todo comportamiento tiene una consecuencia; la “disciplina” violenta tiene como resultado liberar las tensiones del adulto frustrado, quien al no aguantar más el berrinche o desobediencia del niño procede al grito o el cintarazo, y el niño entonces hace lo que se le pide o se le exige sin demasiadas vueltas.
De esta manera se instala una constante en la que el adulto se acostumbra a que, tras la amenaza, la humillación, la intimidación o incluso los insultos, el niño hace lo que se le exige por miedo, pero nunca por respeto. Esta conducta es reforzada en todos los casos, porque aparentemente facilita la vida.
Recurrir al maltrato verbal en una sociedad en donde el tiempo apremia y la tolerancia escasea, es una forma cómoda de zafar de un problema sin analizar en profundidad los efectos psicológicos y emocionales que producen en los niños. Pero el precio que pagamos todos —niños, adultos y la sociedad misma— por este desahogo inmediato es una consecuencia permanente y a largo plazo. Se crea una cultura desensibilizada, inhumana y traumatizada, que construye y perpetúa, desde los cimientos de la crianza, una cultura bélica.
Empecemos analizando la disciplina personal, un desafío para cuidar la salud mental y psicológica de nuestros hijos, fiscalizando cómo estamos en casa: analizar cómo hablamos, cómo les hacemos sentir a los demás con nuestras palabras, y también ayudando a quien pueda sentirse abatido por la situación. Hablemos sobre los efectos negativos que tiene la violencia verbal en los niños y cómo podemos erradicar este discurso maldito de las familias, y así poder empezar una revolución del amor y del respeto desde nuestros hogares para las siguientes generaciones.
Los efectos en el niño
Sufrir de maltrato verbal y psicológico produce una personalidad bloqueada. Los niños presentan síntomas, y uno de los más claro es la regresión, es decir que vuelven a mojar la cama y no comen bien (ya sea que comen poco o bien se “tragan” sus emociones y aparecen problemas de sobrepeso).
Tienden a elegir juegos extremos en donde, inconscientemente, ponen en peligro su integridad en un intento por hacer sentir culpable o molestar a quienes lo agreden y rechazan, como devolviendo, en un inevitable y compulsivo feedback siniestro, el malestar por todos lados para calmar el corazón herido. Asimismo, pueden convertirse en víctimas de bullying.
Todo este rechazo que conlleva una personalidad vulnerable hace que la persona se sienta poco comprendida, marginada e indigna de ser amada.
En la adolescencia y la adultez estos estragos siguen operando, y quienes han padecido de una constante humillación y falta de respeto en la infancia son incapaces de establecer relaciones interpersonales estrechas en el futuro, pues tienen la sensación permanente de estar en alerta por si aparece un ataque por parte de los demás; es decir, manifiestan una personalidad cerrada y paranoica, como en constante estado de resguardo. Estar a la defensiva todo el tiempo hace que la persona dude de todos y crea que necesita cuidarse ante la eventualidad de que alguien lo dañe. Esta personalidad con alta carga de ansiedad puede acarrear pérdidas de todo tipo, ya sea en lo laboral o alejamiento de los hijos, de la pareja, de los amigos y hasta problemas con la justicia, además de síntomas emocionales y físicos.
Todo este rechazo que conlleva una personalidad vulnerable hace que la persona se sienta poco comprendida, marginada e indigna de ser amada. A todo este círculo vicioso le sobreviene un deseo de venganza, ya que sienten (de manera directa o indirecta) que todo lo que hacen está mal y que nadie los acepta, y así viven inventando un mundo que justifique su incomodidad, una serie de acontecimientos adversos, chismes, conductas autodestructivas, vicios y actividades de riesgo.
La revolución empieza en la crianza
Una de las técnicas que podrían modificar esta costumbre perversa (muchas veces instalada en el discurso de los padres de forma inconsciente) es empezar a fiscalizar nuestro discurso: escucharnos a nosotros mismos cuando hablamos a los niños, cómo les pedimos las cosas, retamos, reaccionamos y les miramos para ver si esa es una forma en la que nos gustaría que nos traten a nosotros.
Hemos de evitar las descalificaciones, las humillaciones y los mensajes que restan en vez de sumar en la autoestima de nuestros hijos. Todo padre y madre debe creer en la palabra, en su poder positivo y también dimensionar su impacto negativo. Analizar nuestra propia biografía, recordar cómo nos hablaban nuestros padres, perdonar y entender que eran otras épocas, e incluso preguntarles a ellos mismos cómo fue su crianza, para razonar y así liberarnos del karma de la herencia familiar tóxica, inaugurando un discurso positivo, respetuoso y paciente, que también será un ejemplo de aprendizaje del trato hacia los demás.
El efecto Pigmalión y las expectativas positivas
Todo este proceso podríamos verificar en la teoría del efecto Pigmalión. Su origen se remonta a la mitología griega, cuando un rey de Chipre no encontraba una mujer suficientemente perfecta para enamorarse. El escultor Pigmalión decidió realizar una escultura de marfil a la que llamaría Galatea. Tal fue el amor que este rey le profesó por su perfección, que pidió a Venus que la convirtiese en una mujer de verdad. Con este mito queda reflejado que tanto quiso creer que la escultura estaba viva que finalmente consiguió que así fuese.
El psicólogo social Robert Rosenthal bautizó así a los experimentos realizados en 1965 para referirse al fenómeno mediante el cual las expectativas y creencias de una persona influyen en el rendimiento de otra. Si tenemos en cuenta estos efectos, nuestras creencias son más importantes que aquello que pensamos y, por ende, lo que decimos. Nuestras palabras deben ir acompañadas de un convencimiento de cambio y de mejorar nuestra percepción sobre nuestros hijos. No funciona solamente hablándoles mejor, sino que debemos sentir y pensar bien de ellos porque eso se verá reflejado en nuestros gestos, miradas, comentarios sobre ellos; y todos estos detalles son incluso más importantes que cambiar un discurso por otro mejor y más benevolente. Con esta actitud y energía de creer que nuestros hijos son buenas personas, que son responsables, que pueden hacer lo que se propongan, vamos a conseguir que el efecto Pigmalión, supere incluso nuestras expectativas.
La vacuna contra la violencia y contra las palabras hirientes no es más que el amor y, por supuesto, una autocrítica importante.
El hecho de tomar finalmente conciencia de esto puede llevarnos a entender, como sociedad, que priorizar solamente la salud física sería un fracaso como especie, ya que si se siguen perpetuando crianzas violentas que configuran personas destrozadas emocionalmente, las pandemias más difíciles de erradicar no serán virales, sino provocadas por ideologías bélicas instaladas en la impronta emocional herida en la infancia, viralizada en la forma de hablar y de pensar.
La vacuna contra la violencia y contra las palabras hirientes no es más que el amor y, por supuesto, una autocrítica importante. Una persona puede definirse por cómo hace sentir a otra cuando le habla, si tomamos en cuenta este ejercicio y nos observamos como influencers de un discurso positivo, lleno de amor, de respeto, tolerancia y misericordia, más temprano que tarde, estaremos asistiendo al verdadero cambio y evolución humana gracias a la herramienta más poderosa que siempre hemos tenido a disposición: la palabra.
Carla Fracchia
Excelente artículo!!!
Anna
Muy buen artículo y muy real . Sucede cuando estamos sumergidos en la rutina y el estrés
La palabra, especialmente de los padres marca la vida de los niños .
Juan
Hablando de mitos tenemos algo real en la historia. El sindrome de Estocolomo. La violencia en cualquier modo tiene un efecto de deterioro moral de consecuencias devastadoras en el sujeto, niño, adulto o en la etapa que sea. Muy bueno el articulo para aquellos que creen en el facismo autoritario.