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El efecto Pigmalión

Nuestras expectativas sobre los demás

Trata a un hombre tal como es y permanecerá como es. Trata a un hombre como puede y debe ser y se convertirá en lo que debería ser

Stephen R. Covey

Siempre escuchamos la frase “los jóvenes de ahora son peores que los de antes”. Pero quizás sea tranquilizador saber que este eco no pertenece solo a esta época, pues ya lo había dicho Sócrates hace 2500 años: “La juventud de hoy ama el lujo. Es mal educada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores y chismea mientras debería trabajar. Los jóvenes ya no se ponen de pie cuando los mayores entran al cuarto. Contradicen a sus padres, fanfarronean en la sociedad, devoran en la mesa los postres, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros”. La verdad es que seguimos con las mismas premisas y prejuicios, pero no es verdad que esta sea una juventud perdida, pues la solución puede que se encuentre en cambiar nuestras palabras y enfoques por una mirada optimista, con más esperanza, expectativas y confianza hacia ellos, independientemente de las luces y sombras que existen en las actitudes y los procesos, las crisis y los valores que todo joven indefectiblemente tiene que atravesar.

Por tanto, es importante repensar la idea que tenemos y desnaturalizar los estigmas culturales y masivos que existen en el inconsciente colectivo, como que son vagos, propensos al descontrol o problemáticos. Esta es una generación que tiene jóvenes que piensan en un futuro mejor porque ya no puede ser peor. Necesitan que los adultos les demos la posibilidad de verse en un espejo en el que se observen como personas trabajadoras, ciudadanos activos, políticos éticos y profesionales de vocación; que sostengan la vara para las generaciones siguientes. Así lo vemos en algunas manifestaciones hoy día, con mucha fuerza y llegada gracias a las herramientas tecnológicas que tienen a mano; en grupos dedicados y verdaderamente comprometidos con el cuidado del medioambiente, por la lucha por los derechos humanos, por erradicar la discriminación, el bullying, entre otros asuntos, y así despliegan talento en todas las áreas posibles.

Un ejemplo de ello son los XII Juegos Suramericanos ASU2022, que se celebrarán en octubre próximo en nuestro país. El himno de tal conmemoración al talento, la disciplina, el arte y los deportes de más de 7000 jóvenes se compuso de la mano de un grupo de artistas paraguayos, que tienen como protagonistas a los deportistas que nos representarán en los más de 34 deportes y 54 disciplinas varias.

El cantante Roberto Chirola Ruiz Díaz manifestó esta contundente declaración sobre los jóvenes, sobre cómo es la mirada de ellos y dice: “Los que se esfuerzan un poco más cada día, los que a pesar de los golpes y las caídas se vuelven a levantar, los que no pierden la esperanza, los que abrazan su legado, los que no pierden la fe, los que sueñan alto; en ellos creo, esa es mi gente”.

El nombre del tema es Alto sueño y estuvo a cargo del grupo nacional Kchiporros, con la colaboración de distintas bandas locales como Tierra Adentro, Néstor Lo y los Caminantes, Milkshake, Kaese y Caja Blanda, con aportes y cooperaciones de destacados músicos del ámbito local como Mauricio Román en bajos y batería; Bruno Méndez y Luis Duarte en guitarras, y Maximiliano Bonin en teclados. La pegadiza canción también cuenta con la colaboración de la Orquesta H2O Sonidos del Agua. El emotivo videoclip fue dirigido por el realizador audiovisual Stephen Kei. Podemos decir que gran parte de los jóvenes de hoy quieren ser visibles por todo lo bueno que pueden dar y están convencidos de que la salida es la cooperación; ya no caben el egoísmo, la codicia y la corrupción. “La colaboración es la clave del éxito. Esta canción no sería tan grande sin todos los cantantes, músicos y productores que pusieron su energía para crear esta bomba. Las generaciones pasadas y futuras se unen en ese instante, justo antes de llegar a la meta. Son nuestros héroes, nuestros guerreros, nuestra sangre”, mencionó también Ruiz Díaz, en la web de ASU2022.

Con esta definición y con este himno al potencial que todo joven lleva dentro, se pueden abrir caminos muy diferentes a los que se obtienen con la crítica, la subestimación y la descalificación. En esta nota, hablamos sobre la importancia de nuestra forma de ver a los jóvenes y de cómo las palabras con las que crecen tienen efectos positivos o negativos en la configuración de su personalidad y autoestima. Como padres, maestros, tutores, entrenadores y terapeutas, somos agentes de cambio en sus vidas, con solo las expectativas, la mirada y las palabras que tenemos de ellos.

EL PODER DE LA MIRADA

Todo este proceso se puede verificar en la teoría del efecto Pigmalión. Su origen se remonta a la mitología griega, cuando un rey de Chipre no encontraba una mujer suficientemente perfecta para enamorarse. El escultor Pigmalión decidió realizar una escultura de marfil a la que llamaría Galatea. Tal fue el amor que este monarca le profesó por su perfección, que pidió a Venus que la convirtiese en una mujer de verdad. Este mito refleja que quiso creer tanto que la escultura estaba viva, que finalmente consiguió que así fuese. El psicólogo social Robert Rosenthal bautizó así a los experimentos realizados en 1965 para referirse al fenómeno mediante el cual las expectativas y creencias de una persona influyen en el rendimiento de otra. Por lo que, si tenemos en cuenta estos efectos, nuestras creencias son más importantes que lo que pensamos y, por ende, de lo que decimos.

Nuestras palabras deben ir acompañadas de un convencimiento de cambio, de mejorar nuestra percepción sobre nuestros hijos; no funciona solamente hablándoles mejor, sino que debemos sentir y pensar bien sobre ellos, porque eso se verá reflejado en nuestros gestos, miradas y comentarios sobre ellos. Estos detalles son incluso tanto o más importantes que cambiar un discurso por otro mejor y más benevolente. Con esta actitud y energía de creer que nuestros hijos son buenas personas, que son responsables, que pueden hacer lo que se propongan, vamos a conseguir que el efecto Pigmalión supere incluso nuestras expectativas.

Tomar conciencia de esto nos puede llevar a entender como sociedad que priorizar solamente la salud física sería un fracaso como especie, ya que, si se siguen perpetuando crianzas violentas que configuran personas destrozadas emocionalmente, las pandemias más difíciles de erradicar no serán virales, sino provocadas por ideologías bélicas instaladas en la impronta emocional herida en la infancia, viralizada en la forma de hablar y de pensar. La vacuna contra la violencia y las palabras hirientes no es más que el amor y, por supuesto, una autocrítica importante. Una persona se define por cómo hace sentir a otra cuando habla. Si consideramos este ejercicio y nos observamos como influencers de un discurso positivo, lleno de amor, respeto, tolerancia y misericordia, más temprano que tarde estaremos asistiendo al verdadero cambio y evolución humana gracias a la herramienta más poderosa que siempre hemos tenido a disposición: la palabra.

LA REVOLUCIÓN DEL AMOR Y EL RESPETO EMPIEZA EN LA CRIANZA

Una de las técnicas que podrían modificar la costumbre perversa de estigmatizar a los jóvenes y de criticarlos por todo —muchas veces instalada en el discurso de los padres, de generación en generación, de forma inconsciente y sin intención— es empezar a fiscalizar nuestro discurso; escucharnos cuando les hablamos, desde cómo les pedimos las cosas, pasando por cómo les retamos hasta cómo reaccionamos y les miramos, para ver si esa es una forma en la que nos gustaría que nos traten a nosotros. Evitar las descalificaciones, las humillaciones y los mensajes que restan en vez de sumar en la autoestima de nuestros hijos. Todo padre y toda madre deben creer en la palabra, en su poder positivo y también dimensionar su impacto negativo. Analizar nuestra propia biografía, recordar cómo nos hablaban nuestros padres, perdonar y entender que eran otras épocas e incluso preguntarles a ellos mismos cómo fue su crianza, para razonar y así liberarse del “karma” y de la herencia familiar y cultural tóxica, para inaugurar un discurso positivo, respetuoso y paciente, que también será un ejemplo de aprendizaje del trato hacia los demás para ellos mismos.

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