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La sociedad de la perfección

El síndrome del momento ideal

En la vida pasan cosas malas, es cierto. Pero la clave está en ver las cosas tal cual son y no peor de lo que realmente son.

Jordan Belfort

Sabemos que a la felicidad se la disfraza de muchas formas y tiene varias definiciones pero que, como tal, no es una sola ni una meta; no es objetiva, sino más bien subjetiva.

Entonces, ¿cómo llegar a la tan ansiada felicidad si no sabemos exactamente qué buscar y, por ende, tampoco qué caminos tomar? El psicólogo Édgar Cabanas, doctor en Psicología y Estudio de las Emociones, y la socióloga israelí Eva Illouz denuncian en su libro Happycracia cómo la ciencia y la industria controlan nuestra vida y emociones.

Afirman que hoy nos vemos obligados a ser felices con la premisa de que nosotros somos responsables de encontrar y disfrutar de la felicidad, y que si no lo logramos es nuestra culpa, lo cual angustia y frustra a muchas personas que no llegan a ese objetivo. Además, existe una fobia al dolor y una negación del sufrimiento. Todo debe estar bien.

“La felicidad así es una meta en constante movimiento, nos hace correr detrás de forma obsesiva. Y tiene que ver siempre con una mirada hacia dentro, nos hace estar muy ensimismados, muy controlados por nosotros mismos, en constante vigilancia. Eso aumenta la ansiedad y la depresión. Nos proponen ser atletas de alto rendimiento de nuestras emociones. Vigorexia emocional. En vez de generar seres satisfechos y completos, genera happycondriacos”, afirman los autores del libro.

En este contexto, la famosa frase del filósofo y ensayista español José Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mis circunstancias”, reflejaría esta responsabilidad y exigencia, de que no somos felices solamente porque no queremos o porque no nos esforzamos lo suficiente para lograrlo; en realidad, las circunstancias de las personas condicionan bastante la vida y, por supuesto, la felicidad. Por ejemplo, no es lo mismo nacer en un país del tercer mundo o en guerra, en donde no existen condiciones básicas para vivir dignamente, que en el primer mundo, y con esto no decimos que no se pueda ser feliz en la pobreza, pero, aunque sabemos que el dinero no da la felicidad, ayuda a vivir mejor, por tanto, nacer en un lugar puede determinar lo que sentimos, lo cual indica que las circunstancias y el contexto en el que vivimos determinan la felicidad y no solamente nuestra voluntad.

Por otro lado, la salud mental y la inteligencia emocional también determinan la felicidad, independientemente de las circunstancias. En la película La sociedad de la nieve, del director J.A. Bayona, vemos cómo un grupo de jóvenes, sobrevivientes del accidente aéreo en la cordillera de los Andes, se aferran a cosas intangibles para salir de allí: el amor a la familia, volver a abrazar a una novia, bailar y disfrutar de la juventud; muchas veces, son estos valores los que hipotecamos por el sueño consumista de creer que la felicidad se puede comprar o alcanzar como si fuera un objeto o un destino. La felicidad también se construye todos los días, hasta en las peores circunstancias.

Encontrar esa forma particular que tiene cada uno de ilusionarse y de disfrutar su vida tal como es y no tratar de imitar o alcanzar lo que es la felicidad para otros. Vemos los casos de personas que lo tienen todo: salud, éxito, dinero y de ninguna manera deben recurrir a la antropofagia para sobrevivir, pero sufren de depresión o ya no desean vivir. Por tanto, las emociones dependen de las circunstancias, pero también del factor emocional.

EL SÍNDROME DEL MOMENTO PERFECTO

A todo esto le sumamos el impacto que las redes sociales tienen sobre la percepción de la realidad. Los usuarios terminamos comparando nuestra vida con lo que vemos todos los días: lugares paradisiacos, momentos inolvidables, fiestas perfectas, decoración, moda, el viaje en familia soñado y más. Esto interpela nuestra realidad, a la que no solamente (supuestamente) le faltan cualidades, sino que
le sobran los defectos.

Los usuarios (de las redes sociales) terminamos comparando nuestra vida con lo que vemos todos los días (…) Esto interpela nuestra realidad, a la que no solamente (supuestamente) le faltan cualidades, sino que le sobran los defectos

A las personas que se decepcionan con esto les genera ansiedad hasta el más mínimo detalle erróneo; les sobrepasan situaciones ínfimas: no hubo vela para la torta, el vestido estaba arrugado, la camisa tenía una mancha, las 100 fotos que se sacaron no salieron bien o como se esperaba, y todo este esfuerzo vacío es devastador.

Bárbara Tovar, psicóloga experta en ansiedad y estrés con más de 20 años de experiencia, dice: “En momentos como este la comparación resulta ser una de las mayores amenazas a nuestra salud mental”. Es casi imposible enfrentarse con la perfección que reflejan algunas redes sociales como Instagram o TikTok y salir ileso. Comparada, nuestra vida parece aburrida, vacía. “Esto se debe a que en nuestra cultura vinculamos la felicidad a factores externos y no tanto a los internos, como pueden ser la calma, el amor, las risas o el sentirnos en paz con nosotros mismos”, continúa la doctora.

EL AUTOFLAGELO DE LA COMPARACIÓN

Las consecuencias en la salud mental de la gente, sobre todo adolescentes y jóvenes que sienten este nivel de frustración, pueden ser la culpa constante por no alcanzar la vida perfecta que anhelan, un sentimiento de inferioridad e inseguridad que, incluso, llega a aislar a la persona y esta entra en depresión. También dan estrés crónico, desconexión y la mente se acostumbra a ser cada vez más exigente, como una máquina burguesa y pesimista que intenta que todos los momentos sean perfectos; de lo contrario no vale la pena esforzarse por salir y conectar con otros o disfrutar de los momentos simples.

La sugerencia principal para salir de este síndrome es pasar menos tiempo en redes, relativizar lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo, y desde qué óptica entendemos esos conceptos; si los sentimos como un mandato o si ni siquiera pensamos en ellos. La filosofía oriental, basada en el desapego y en la supresión del ego, nos puede ayudar a reconfigurar el valor de la felicidad, la que no se encuentra (solamente) en lo externo o en los momentos felices, sino en las rutinas, en lo cotidiano.

La película Perfect Days, del director alemán Wim Wenders, que tiene como protagonista al japonés Koji Yakusho, nos muestra cómo las acciones pequeñas tienen efectos positivos en las personas. Con la tecnología hemos tratado a toda costa y a cualquier precio —como las IAs— de minimizar y automatizar la vida, inventamos máquinas que lavan los platos, artefactos que cocinan por nosotros y en esta carrera para ser siempre productivos y eficientes, a un ritmo acelerado, hemos perdido la paz de esos actos minúsculos del día a día, subestimamos el efecto terapéutico del dejarse llevar por la concentración y el hábito de lo rutinario, de lo doméstico; hemos rechazado y rebajado todo esfuerzo, sin saber que en el proceso hay mucho más de felicidad que en la meta.

Con esto, no intentamos vender un paquete más de felicidad que debamos comprar y empezar a tirar toda la tecnología al alcance, sino simplemente dar a entender que no hay nada de malo en disfrutar de los momentos superficiales, simples, espontáneos e incluso sacrificados de cada día. Encontrar una experiencia agradable en ellos, sin que necesariamente sean ideales ni perfectos, puede llevarnos a la felicidad.

Al final, la felicidad, podemos coincidir todos, es encontrar una paz interior en la forma y el contexto en el que vivimos, sin que necesariamente sea perfecto ni ideal, sino acorde con nuestra sintonía, y que también sea funcional y útil para los demás, lo cual en la sociedad de la perfección suele anularse por la corrupción, el nepotismo y el egoísmo campante, porque solamente busca satisfacer placeres banales, sin cultivar el espíritu. En la historia de La sociedad de la nieve, por más trágica que sea, nos inspiran los valores alcanzados por esos jóvenes, que apelaron a las cualidades humanas que sí podemos cultivar, como el altruismo, la compasión, la resiliencia, la esperanza, la solidaridad, el compromiso. Vimos que dar todo por los amigos, hasta la vida, nos hace mucho más felices y dignos que anteponer la felicidad propia por sobre la de los demás.

Las opiniones expresadas son de exclusiva responsabilidad de la autora del artículo. Para más información y consultas, escribí a gabrielacascob@hotmail.com

COMENTARIOS
  • Juan

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    Muy buen tema. Una sociedad liquida como dice Bauman, donde la esencia se desvanece detras de lo efimero. La banalizacion del mal cuando vemos la tragedia humana de los inmigrantes y los niños victimas de la guerra impavidamente frente a las pantallas de diferentes tamaños con el falso sentimiento de felicidad porque a mi no me afecta

    8 febrero 2024
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