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¿Quién cuida a las mamás?

Una reflexión en este mes de mayo

“El encantamiento de un amor, el sacrificio de mis madres, los zapatos de charol

Mariposa Tecknicolor, Fito Paez

Pensar en la comida del día, planchar los uniformes, choferear, tener la casa organizada y limpia, y gestionar las emociones, los berrinches y las frustraciones son algunas de las tantas actividades concernientes al cuidado de los demás que propician el bienestar físico y emocional de todas las personas, cada día. Estas son fundamentalmente realizadas por mujeres. Son todas las madres cuidando en las casas (propias y ajenas) las que sostienen la vida, las sociedades y la economía del mundo.

Es sabido que el trabajo de cuidados no remunerado de las mujeres aporta un valor incalculable, pero que fácilmente asciende a millones de dólares. Y de todas formas sigue siendo invisible. Las madres, en doble jornada desproporcional, son impedidas de vivir en dignidad e igualdad, porque este tiempo sin límite restringe su autonomía económica pues las enfrenta a un mayor riesgo de perder su empleo o su profesión y, sobre todo, esta situación agrava el riesgo de que sufran violencia, sin mencionar que con cada hijo se vulneralizan más, si además el padre de los hijos desaparece.

En todo este contexto nos preguntamos, ¿quién cuida a mamá? ¿A quién recurre cuando se siente abrumada? ¿Quién contiene sus emociones, su desesperanza para que encuentre el equilibrio y siga cuidando a todos a su alrededor? A veces no solamente a los hijos, sino también a sus familias de origen, donde las mujeres, de oficio, atienden a todos, todo el tiempo. La tarea de pensar esta labor de las madres no es solo para quienes nos cuestionamos esto, sino especialmente una materia pendiente del Estado, empezando por reconocer los cuidados hacia las mujeres y madres, reivindicar sus derechos y reconocer su trabajo como una función indispensable para el desarrollo económico y emocional en el sostenimiento de toda sociedad.

Mujeres que cuidan a otras mujeres

Independientemente de que seguimos esperando estos reconocimientos externos, sociales, políticos y culturales, las mujeres nos hemos cuidado entre nosotras desde tiempos inmemoriales. Sabemos de forma innata nuestras necesidades y por eso respondemos a las del resto y atendemos los factores que nos van a ayudar a confrontar la maternidad de forma asertiva, con buena disposición, en equilibrio emocional y con el estrés bajo control. Esto tiene que ver con la compañía de otras mujeres; atención, conversaciones, apoyo y comunión.

Hoy, en sociedades frías y distantes, es imperioso encontrar o inventar esa tribu perdida de la cual dependemos para criar y acompañar largos días de cuidado de los demás. Como ejemplo de ello tenemos El Mama Club, que es un taller para embarazadas dirigido por la profesora María Aurelia Codas hace más de 35 años en Paraguay, donde las futuras madres inicialmente acuden para comprender ese proceso y arribar a un parto feliz; aprenden ejercicios acordes al momento de la gestación, técnicas de respiración y relajación, consultas y charlas con pediatras, ginecólogos, nutricionistas y psicólogos. En el camino de estas clases, muchas hallan su tribu en las compañeras de grupo, en esas mamás (y papás, porque también acuden muchas de las parejas) que se convierten en verdaderos sostenes emocionales que trascienden las técnicas del curso. Ese beneficio secundario se convierte en el principal. Los encuentros y las coincidencias aparecen en las charlas, los chats y consejos, y se forma una complicidad única, sin prejuicios; las preocupaciones fluyen y los tips de cuidado, tabúes sobre cansancio, sueño, lactancia, la vuelta al trabajo, la sexualidad, la pareja y los miedos se conversan con la experiencia y vivencia de cada una.

Así, confirmamos que uno de los factores principales para que las mujeres que cuidamos podamos seguir adelante es que nos sintamos confortadas. Esto implica tener relaciones de auténtica confianza con los demás, sentirse incondicionalmente aceptadas; ni perfectas ni gloriosas, solo madres que tienen amistades con quienes comparten el día a día.

Entender lo valioso del autocuidado

Comprender que los espacios de autocuidado y autoconocimiento —los talleres maternales, la terapia, la gimnasia, el deporte o el solo hecho de ir a la peluquería un día cualquiera y sentirnos mimadas— no son un privilegio, sino una necesidad. Es urgente para las mujeres que nos autoricemos estos recursos sin culpas, sobre todo hoy día, porque nos exigimos más y nos sentimos sobrecargadas por cumplir con todo y con todos. Salir con amigas, tener un espacio de desarrollo personal, ociosear y delegar no pueden sentirse como una bomba de culpa, sino como un derecho, ya que, para cuidar, debemos cuidarnos. Respetarnos a nosotras mismas es el mejor regalo que podemos darle a nuestros hijos, ya que también aprenderán a respetarse si ven que priorizar las necesidades personales es un deber y un derecho, y no un lujo o egocentrismo.

Por otro lado, es momento de exigir la misma excelencia en la crianza a los padres que la que se nos demanda a las madres. Socialmente debemos cambiar de paradigma en cuanto a los cuidados y a la crianza, porque desde que las mujeres hemos exigido los derechos de igualdad en trabajo y posición social con respecto al hombre, a la par, hemos bajado la vara con la que juzgamos la forma de criar y de comprometerse con los hijos; así, las expectativas hacia las madres son el doble. Por ejemplo, si el padre comete un error, como olvidarse de buscar a los hijos del colegio, se le perdona porque “trabaja”; en cambio, una mujer será duramente criticada porque el cuidado y el quehacer doméstico no son considerados trabajos, y ella debe ser eficiente al 100 % en su rol, sin treguas. Esto también significa igualdad con respecto a ellos y es urgente que se haga visible.

Aplicar la sororidad entre mujeres y con nosotras mismas

Sabemos que las críticas son más intensas entre mujeres, por identificación o proyección; que si cena con las amigas, que si deja al bebé, que si viaja, que si no sale del país, que si va al gimnasio, que si se deja estar, que si trabaja o si abandonó su profesión. Entonces, es mejor bajar el volumen de las exigencias y sentencias que nos pone la sociedad, e incluso nosotras mismas, y escuchar nuestras necesidades y de lo que somos y no capaces, sabiendo siempre, por supuesto, que “no se puede todo” y que en cuanto a ser madres, cuando nos sentimos contenidas, abrazadas, escuchadas, consideradas, visibles e importantes en nuestra labor, vamos a hacer lo posible, incluso un poco más, porque esa es nuestra naturaleza, y no por exigencias externas.

Se puede erradicar la creencia de que es normal poner las necesidades de los demás por sobre las nuestras, empezando por concebir la idea de que “cocriar” es responsabilidad de toda la sociedad, no solamente del padre y la madre, y entender que el compromiso de cuidar debe repartirse entre todos para darle el verdadero valor que tiene, ni heroico ni sacrificial, sino un deber, y así empatizar con aquellas mujeres que se despiertan al alba, día a día, para comenzar todo de nuevo, con amor y amabilidad, haciendo con cada acto de cuidado, por más doméstico que sea, un mundo mejor.

Las opiniones expresadas son de exclusiva responsabilidad de la autora del artículo. Para más información y consultas, escribí a gabrielacascob@hotmail.com

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