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Hacer el bien nos hace bien

Tiempo de reivindicar la bondad

No conozco ningún otro signo de superioridad que la bondad

Ludwig Van Beethoven

El solo hecho de hablar de la bondad resulta novedoso porque no es un tema que solemos tocar en conversaciones familiares, en reuniones con amigos ni mucho menos en las noticias. Quizá porque es un término que —en cierto modo— evitamos utilizar pues en la actualidad se nos impuso la idea de que la maldad y la negatividad son un monotema y resultan mucho más atractivas o interesantes. Pero mientras nos quejamos de la corrupción, la violencia y la impunidad, evadir el tema de la bondad como antídoto contra todos los males que nos aquejan resulta paradójico y hasta esquizoide. Es urgente hablar sobre ella, de tenerla como argumento, como referente, como el signo máximo de la inteligencia y la evolución… ¿Seremos capaces de gestar una generación así?

El Día Mundial de la Bondad, que se celebra cada 13 de noviembre, tiene como propósito “destacar y alentar las buenas acciones en la comunidad” y servir “como un recordatorio para todos de que los simples actos de bondad tienen poder y que juntos podemos trabajar para crear un mundo más amable”.

En un artículo sobre el tema en la página Bedari Kindness, el primer instituto mundial para estudiar la bondad de la Universidad de California, sociólogos, antropólogos y psicólogos, desde el 2019, se unen para analizar y llegar a entender cómo los seres humanos podemos ser más bondadosos y empáticos unos con otros, con nosotros mismos y con la naturaleza.

Todos conocemos una persona buena y coincidimos en que su amabilidad y su presencia apaciguan, unen, alegran, son necesarias y vitales para los demás. En mi caso, cuento con la suerte de tener como embajadora de bondad y amabilidad a mi suegra, la abuela de mis hijos, quien nos inspira a ser como ella: María Cristina Albertini de Zarza. Esos referentes que podemos visibilizar y honrar en la familia, el grupo de amigos o compañeros de trabajo son los verdaderos héroes en un mundo pesimista y negativo, porque mantienen la sonrisa y elevan el espíritu la gente a su alrededor, no por fuerza de voluntad o disciplina, sino de corazón.

BENEFICIOS DE LA AMABILIDAD SOBRE LA SALUD FÍSICA Y MENTAL

Todos conocemos el bienestar que sentimos después de realizar algo bueno por alguien, pero la ciencia confirma esta sensación con diversos estudios que verifican que, cuando ofrecemos ayuda y apoyo a los demás, se activan los centros de recompensa de nuestro cerebro y los niveles de estrés disminuyen, a medida que se elimina el cortisol. Esto sucede, notablemente, mucho más que cuando recibimos ayuda de los demás.

A diferencia de lo que podríamos suponer, ayudar nos beneficia más que ser ayudados. Sumar a la rutina de vida alguna actividad de beneficencia o voluntariado es importante. También disminuye la presión arterial, fortalece el sistema inmune, promueve la longevidad, previene la depresión y la ansiedad.

Uno de los mejores legados que podemos transmitir con el ejemplo a nuestros hijos es ayudar a los demás, ser amables como postura ética en la vida, ser bondadosos de cualquier forma. De esta manera, no solamente es taremos sembrando la semilla de la empatía y la solidaridad en pequeños o grandes actos —visibles o no, anónimos o nominales—, sino que también los encaminaremos por el sendero del equilibrio personal y social.

SER AMABLE TAMBIÉN CON UNO MISMO

En un mundo altamente exigente con respecto a la productividad y la búsqueda de estereotipos estéticos perfectos, la autocrítica se convirtió en deporte nacional. De las 24 horas del día, podemos decir fácilmente que el tiempo que utilizamos en decirnos cosas negativas por encima de las positivas es mucho mayor. Somos muy crueles con nosotros mismos, pensamos cosas feas y dolorosas de nosotros, somos nuestro peor juez.

Alejandro Rozitchner, escritor y filósofo argentino, dice sobre esto: “La solución no está en dejar de decirnos cosas feas y empezar a decirnos cosas lindas. La solución es dejar de mirarnos todo el tiempo, dejar de pensar en uno mismo, dejar de hablar de uno mismo. Hay un mundo ahí afuera y hay cosas por hacer. La paradoja es que, en el momento en que uno se olvida un poco de sí mismo, adquiere más consistencia y más realidad que cuando estaba permanentemente mirándose”.

El filósofo surcoreano Byung-Chung Han también hace referencia a la autoexigencia en su libro La sociedad del cansancio, en el que explica cómo en el mundo hiperconsumista en el que vivimos hemos pasado del mandato colectivo del “deber hacer” al “poder hacer” cualquier cosa. Así, vivimos en una autoexplotación a la que, por si fuera poco, consideramos “realización”, y si no podemos hacer “todo lo que se puede” (viajar, ser eficientes, comprar, disfrutar), nos sentimos angustiados e insuficientes. Por si fuera poco, ya no tenemos contra quién rebelarnos, presentar una queja o una renuncia, ya que somos nuestros propios “jefes”, a quienes debemos responder, que nos exigimos cada vez más y más cosas. Esta “alienación a uno mismo” se observa en diversos síntomas como depresión, endeudamiento, anorexia, adicciones a productos de consumo u ocio, diversión o trabajo excesivo/compulsivo.

REIVINDICAR LA BONDAD CON LOS DEMÁS Y CON UNO MISMO

La esperanza de que podemos reivindicar la bondad existe porque tenemos vestigios de una época en la cual los padres enseñaban que era muy importante ser buena persona, que no se necesitaba más que la palabra para sellar un pacto, que ser amables y respetuosos era un honor familiar y que para ser líderes positivos no se necesitaba más que tener buena reputación y dignidad.

Pero es necesario registrar en qué momento empezó a tener más prestigio la maldad, “avivarse”, para que esto no vuelva a pasar. Es intrigante cómo de repente “ser malo” se puso de moda, quizás como una forma de defenderse de la hipocresía y de la falsa moral de quienes se decían buenos e iban mancillando los valores y los méritos, tal vez por incapacidad o envidia.

La maldad se convirtió en una tendencia al alza a razón de que, como las adicciones, genera resistencia y ya no basta con mostrarse “rebelde”, sino que es necesario ser cada vez más y más malo, un signo de locura total. Este fenómeno lo podemos ver en la vida real en el rechazo social, que es uno de los responsables de detonar la esquizofrenia, el bullying, los tiroteos, la guerra, el maltrato intrafamiliar, etcétera, y también se ve reflejado en la ficción, a decir por la cantidad de series y documentales de las diferentes plataformas de streaming que tienen a la malevolencia como argumento principal, porque vende y se apuesta cada vez más fuerte en ella.

Tener como protagonistas a las personas más malas del mundo y a todo tipo de perversiones, con las que el público puede identificarse, es garantía de rating. Por ejemplo, El juego del calamar y Dahmer, dos de las series más taquilleras de los últimos años, son la radiografía más notable de que la salud mental atraviesa una peligrosa desensibilización, lo que acarrea falta de empatía.

No sabemos de qué forma se va a definir una sociedad identificada más con el juego GTA que con el Edén, en donde cada quien intenta explotar la mejor/peor versión de sí mismo, sin garantías de felicidad e incluso a costa de los demás, con tal de llegar a donde uno quiere y con el error de juicio de considerar que eso es sinónimo de realización personal.

Pero lo que sí sabemos es que, como humanidad, nunca hemos llegado a buen puerto con la ideología del individualismo y la maldad. Reivindicar la bondad significa, simplemente, despertar el lado humano y espiritual que llevamos dentro, recuperar ese resorte que tenemos en la conciencia, que nos indica hacer lo bueno cuando sentimos que es así: lo correcto lo responsable, muchas veces inclusive a pesar de no recibir o incluso perder un beneficio o seguridad, con el absurdo y maravilloso propósito de salvar el mundo de su posible implosión de egocentrismo nuclear.

Reivindicar la bondad es volver a las raíces, imaginar alternativas que rompan con esa normatividad de maldad que infecta todo a su paso. “Pescadores de perlas”, nombró Hannah Arendt, filosofa y teórica política alemana de origen judío, en su libro La banalidad del mal, al que está “en disposición de rescatar del olvido, a quien en las situaciones trágicas sabe escuchar al otro y es capaz de compasión, al que combate por la verdad y no acepta compromisos con la mentira política”.

El amor, la gratitud, el respeto y la solidaridad no dictados (necesariamente) por leyes religiosas ni morales, sino que constituyen nuestro ADN emocional, que sentimos al cruzar miradas con una persona que necesita nuestra atención, nuestra escucha, y nos impulsan a ayudar desinteresadamente, a no permitir ni callar las injusticias; podemos y debemos reivindicar esa bondad que nos librará de todos los males —propios y ajenos— y que nos va a ayudar a ayudarnos como humanidad.

Las opiniones expresadas son de exclusiva responsabilidad de la autora del artículo. Para más información y consultas, escribí a gabrielacascob@hotmail.com
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