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Niños y adolescentes

¿Cómo transitar la nueva normalidad?

De que la pandemia cambió nuestras vidas, ya no quedan dudas. Pero la pregunta que aparece de forma recurrente y preocupante entre los padres, maestros y profesionales de la salud es en qué medida esta experiencia —sin precedentes— tuvo un impacto determinante en nuestros hijos. 

Si bien existen estudios que revelan que tuvo un impacto no solo a nivel psicológico y emocional —como tristeza y depresión—, sino también físico y neurológico —obesidad, miopía, déficit atencional, entre otros—, esta generación de niños, adolescentes y jóvenes tienen capítulos por escribir sobre la experiencia que sin dudas quedará grabada en su memoria emocional para contársela a sus hijos y nietos. 

El arribo de las vacunas nos va mostrando la luz al final del túnel pandémico, pero como padres y tutores nos queda todavía el desafío de ayudarlos a volver a la “nueva normalidad”. ¿Cómo saldremos de este contexto sin restos de miedo e inhibiciones? ¿Seremos los mismos? ¿Por qué se denomina “nueva normalidad”? Trataremos de entender estos y otros cuestionamientos para volver a integrarnos a esa vida que tanto extrañamos. 

El cambio nunca es fácil, pero es inevitable

El cambio en la rutina por la restricción de movimiento, con el fin de reducir contagios y muertes, fue radical. El desempleo, el teletrabajo, las clases online y la falta de contacto con familiares y amigos fue algo difícil a lo que acostumbrarse. El hecho de tener que adaptarnos a cambios de hábitos y vencer los miedos de contagiarnos, o que nuestros familiares se enfermen o mueran, también elevó las preocupaciones, pero sobre todo resultó muy difícil para los niños y adolescentes, que todavía no pueden manejar tanta información e incertidumbre como los adultos. 

Otro sector invisibilizado son las personas con trastornos mentales, desde los más leves —como pánico y fobias— hasta patologías más complejas. Esta franja ha padecido el cambio con mucho más estrés y dificultad, pero la buena noticia es que así como existe esa vulnerabilidad, también la resiliencia si es que estamos dispuestos a ofrecerles herramientas como padres y tutores para ayudarles a superar esta etapa de ansiedad y estrés por la que están pasando, ya que todavía no podemos hablar en pasado de la pandemia, pues seguimos transitando esta vuelta a la normalidad.

Uno aprende a sufrir, a superarse, a resolver problemas a través de sus referentes. A veces pueden no ser los padres los que simbolicen esto para los hijos; quizá un profesor, un compañero o una historia inspiradora.

¿Podemos hablar de niños traumados?

Escuchamos a mucha gente decir que los niños se pueden “traumar” por esta situación en la que se encuentran como testigos pasivos de una catástrofe mundial. Pero para entender si esta pandemia traumatizó a alguien, es interesante distinguir qué es un trauma y qué no lo es. 

Según la doctora Jamie Howard, psicóloga clínica del Child Mind Institute: “En un verdadero evento traumático hay daño físico y peligro involucrados. Ejemplos que potencialmente podrían serlo incluyen accidentes graves, desastres naturales y violencia. El estrés a largo plazo, así como el abandono de forma persistente, el abuso o la discriminación, también pueden ser traumáticos”. Pero hay algo a tener en cuenta: el evento no determina el trauma, sino la reacción de la persona ante el hecho. 

Desde el principio de la pandemia nos dimos cuenta de que la experiencia del aislamiento, el quiebre financiero, laboral y de salud no tendrían un impacto similar en toda la población y que si bien las personas con un mejor estatus social tuvieron un estilo de vida semejante al anterior al aislamiento —a diferencia de aquellos sectores más limitados—, la muerte fue democrática en todos los estratos y se llevó tanto a ricos y pobres, como jóvenes y ancianos. Por tanto, la incertidumbre es una constante, pero es cierto que dependiendo de en qué “barco” atravesamos esta tormenta y lo mucho o poco que perdimos, también tendrá mucho que ver para definir si una persona quedará traumada o no. 

Por otro lado, también fue un momento en el que niños y adolescentes fueron testigos de cómo sus padres consiguieron reinventarse de la nada, rescataron sus negocios, superaron situaciones extremas y todo esto también, eventualmente, potenciará en ellos una capacidad de superación que otros para quienes “no pasó nada” no sumarán a su biografía emocional. Por tanto, sería importante registrar como adultos desde qué perspectiva nuestros hijos, alumnos o pacientes asimilaron esta experiencia. 

Así también, debemos tomar conciencia de que los niños “prestan” nuestro aparato psíquico y emocional para tramitar sus emociones y comprender el mundo, ya que el suyo es inmaduro aún. Entonces, la forma en que nosotros tramitamos esta experiencia —ya sea con angustia, ansiedad, depresión, excesos, desesperanza— puede configurar el estado mental de nuestros hijos; en cambio, si hemos pasado este tiempo con creatividad, expansión profesional, solidaridad, esperanza y rutinas saludables —y en lo posible, divertidas dentro de un contexto tan desolador—, nuestros niños serán también capaces de proyectar esa misma actitud en otros momentos de la vida, en los que puedan atravesar una situación difícil. 

Uno aprende a sufrir, a superarse, a resolver problemas a través de sus referentes. A veces pueden no ser los padres los que simbolicen esto para los hijos; quizá un profesor, un compañero o una historia inspiradora. La calidad de contenido más que la cantidad va a configurar el “software” de resolución de ansiedad e incertidumbre. En esto, ayuda mucho que tengamos en cuenta que ellos, en situaciones de estrés necesitan mucha más atención.

Qué hacer para ayudar a tolerar el aislamiento e ir retomando las actividades normales

  • Mantener rutinas familiares y crear nuevas y más creativas formas de administrar los quehaceres del hogar si se quedan mucho en casa. 
  • Hablar sobre el coronavirus con los chicos les ayuda a interpretar una realidad que puede que estén exagerando en su interpretación. Hay que usar un lenguaje fácil y solo responder a aquellas cosas que ellos pregunten, no sumar información que no van a comprender. 
  • Ayudarles con el aprendizaje en casa, con las clases online y, sobre todo, buscar tiempo para jugar. Un niño que juega difícilmente se deprime, pues es como su alimento emocional. Que no tengan reglas, donde puedan hacer lo que quieran, sin importar que rompan el juguete nuevo o manchen los manteles con pintura. Así se tramitan de forma positiva y creativa muchas de las emociones negativas como la violencia y el sometimiento que sienten en este momento por las circunstancias de aislamiento, y por eso el jugar puede tener un grado de violencia o malas palabras, ya que es una forma de elaborar el malestar. 
  • Fiscalizar las horas de exposición a las pantallas, pero no satanizarlas. La tecnología fue, es y será una herramienta muy útil en este tiempo, siempre y cuando puedan mechar con contenido informativo y educativo. Ver documentales con ellos, explicarles por qué los videojuegos resultan adictivos y qué efectos neurológicos se desarrollan si pasan muchas horas jugando. No debemos subestimar la capacidad de comprensión de los niños de hoy día; ellos entienden muy bien cuáles son las consecuencias de los excesos si se les explica y esta es una mejor forma de que entiendan por qué les limitamos el tiempo ante los dispositivos, antes que solamente prohibírselos o quitárselos. Esa actitud solo genera rencor, y siempre es mejor explicarles el porqué de los límites.

En honor a los niños de Acosta Ñu, recordar su historia

No es la primera vez en la historia del Paraguay en que los niños asumen un sacrificio que, en mayor o menor medida, trunca sus infancias en pos de superar una tragedia. Precisamente, este mes conmemoramos el Día del Niño, en recordación de los niños mártires de Acosta Ñu, a quienes también les alcanzó “la guerra total” en el año 1869, y se denomina “total” porque alcanzó a toda la población civil, incluidos los chicos y adolescentes. 

Hoy, en honor a quienes fueron arrasados en el peor genocidio de Latinoamérica en la Guerra contra la Triple Alianza, nuestros niños, también héroes, saben que su lucha no será en vano, que muchas de sus renuncias ayudaron a que hoy día empiecen a transitar hacia una nueva normalidad junto con sus abuelos, sus padres y profesores. Y muchos de los que perdieron a grandes referentes de sus afectos, también saben que hicieron lo que pudieron en un momento en el cual una situación tan inesperada y sin precedentes nos puso a prueba para saber de qué calidad humana estamos hechos. 

Cada uno sabrá qué dio, qué paciencia tuvo con sus hijos, qué tranquilidad supo transmitir, para que salgan fortalecidos de una experiencia que, definitivamente, los hará mucho más fuertes y conscientes sobre el presente y el valor de la salud en la vida, no solo física, sino también mental. 

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