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Ana Barreto Valinotti

Decididas y visionarias: Y la historia escrita al margen

Es autora de una serie de libros, entre ellos, Mujeres que hicieron historia en el Paraguay. La historiadora Ana Barreto Valinotti nos comparte cómo se enamoró de esta rama de las ciencias sociales con la cual hace posible que nos veamos reflejadas en las figuras femeninas que nos antecedieron. Esto, mediante una continua investigación y la revisión de libros, fuentes y documentos oficiales poco usuales, para así encontrar las explicaciones —aunque lejanas en el tiempo— que nos permitan entender la sociedad en la que vivimos.

Le fascina hablar del pasado, donde hay mujeres protagonistas y no solo abnegadas. Si bien le gustaría abocarse con el mismo entusiasmo a la investigación de otros personajes o hechos acontecidos tiempo atrás, por alguna razón las voces de aquellas que dejaron su impronta la llaman con mucha fuerza. Ana Barreto Valinotti es historiadora, y “apasionada” es una palabra que bien podría definirla a la hora de hablar de su trabajo. Pero a ella no le agradó por mucho tiempo mezclar el sentimentalismo con lo académico, “aunque cada vez estoy más convencida de que hay algo de pasión que te mueve a leer y a indagar”, detalla.

Esto quizás se deba a su papel como mujer en el Paraguay. De alguna manera, también la impulsa el querer explicarse a sí misma, quién es ella y cuáles fueron las circunstancias y privilegios que le permitieron llegar hasta donde está; qué le posibilitó justamente dedicarse a investigar. “Creo que eso es lo que busco en el pasado: lo que otras mujeres hicieron y a qué dificultades se enfrentaron para que hoy nosotras estemos acá”, profundiza.

En este contexto nos habla de quien está estudiando ahora: Rosa Peña, esposa de Juan Gualberto González, quien fuera presidente del país en la década de 1890. Ana se encontraba indagando sobre el primer monumento que el Estado iba a levantar en homenaje a los próceres de la Independencia. La gestora de esta obra, justamente Rosa Peña, no solo se ocupó de conseguir fondos para la edificación, sino de apuntalar de nuevo una discusión sobre estos héroes de la patria y planificar la ceremonia de inauguración, sino que también escribió un gran discurso que no le dejaron leer con el fundamento de que un hombre debía hacerlo. “Son detalles en la narrativa que pueden pasar desapercibidos para muchos, pero cuando trabajamos con mis colegas sobre mujeres en la historia, de alguna manera encontramos explicaciones —lejanas en el tiempo— para entender a la sociedad en la que vivimos hoy”, explica.

La situación de las mujeres en el presente, en el ejercicio de sus profesiones, su presencia en las ciencias, en altos mandos y por qué no tuvimos aún una presidenta son algunos de los cuestionamientos que tienen su respuesta en la historia. Confiesa Ana que “muchas veces, cuando me presentaban, se referían a mí como una mujer que rescata los nombres de las que estuvieron antes. Pero yo no me sentía cómoda con eso y pensaba: ‘Yo no le estoy rescatando a nadie. Las mujeres del pasado no piden que las salven, somos nosotras las del presente quienes lo necesitamos’”.

Ana quiso contar historias desde siempre. Cuando era niña las inventaba bajo su propia percepción de las cosas. Se sentía atraída por Leila Rachid o Julia Velilla Laconich y soñaba con ser algún día embajadora como ambas. Con las limitadas opciones que ofrecían las carreras universitarias en nuestro país, no fue fácil para la historiadora tomar una decisión a conciencia sobre qué seguir en la facultad.

“Julia Velilla Laconich para mí fue una figura en quien inspirarme. Cuando era embajadora, yo quería ser como ella, pero nadie me decía qué carrera seguir para lograr eso. En la Ana adolescente esas cuestiones eran movilizantes, pero no estaban canalizadas. Después, pensé: ‘Lo que yo quiero es escribir’. Y tras algunas idas y vueltas me inscribí en Ciencias Políticas. Algunos semestres después descubrí que me gustaba Historia. Como las materias entre las carreras de Ciencias Sociales son afines, en el tercer año pude cambiar una por otra”, rememora de aquellos años.

Pero algo determinante en esta decisión que tomó fue una obra que llegó a sus manos siendo estudiante, de una historiadora alemana de nombre Barbara Potthast, llamado Paraíso de Mahoma o País de las mujeres, en donde se cuestiona —palabras más, palabras menos— si la historia es contada por hombres, ¿dónde encontramos a las mujeres? “Cuando leí la primera edición de ese libro en español, me dije: ‘Esto es lo quiero hacer. Porque primero vi una forma diferente de hacer historia, que era trabajar con documentos no usuales como títulos de propiedad. Allí figuraban las mujeres dueñas de casa, las que heredaban, quiénes eran estancieras, etcétera”, nos comparte Ana, a lo que agrega que “el hecho de que hoy me dedique a las figuras femeninas fue porque en ese libro pude entenderme. ¿Por qué me era tan difícil pensar que podía ser embajadora, por ejemplo? En la voz de Bárbara leí que nosotras no teníamos derechos, que no podíamos acceder a espacios de decisión, que cada vez que queríamos hablar sobre lo que pensábamos, éramos criticadas. No importaba si ella estaba hablando de personas de 1850, en esas acciones yo veía el reflejo de nuestra sociedad, parecía que podía visualizar el escenario de lo que pasaba”.

Con la lectura y la investigación constantes sobre la historia social y de género, Ana no recuerda qué llegó primero, si empezar a escribir o recibir invitaciones para dictar charlas sobre mujeres para otras mujeres. “Fue alrededor del 2004, en un momento en que estaba desenamorada de la historia porque me di cuenta que enseñar —era docente en ese momento— no era lo mío”, recuerda.

Esto entusiasmó tanto a su audiencia como a ella. Su primera obra trató sobre Elisa Alicia Lynch, a pedido de su colega Herib Caballero Campos. Tiempo después se le presentó un pedido muy especial de Gloria Rubín, quien entonces era ministra de la Mujer, de escribir un libro en el marco de los festejos del Bicentenario de la Independencia. Ese fue Mujeres que hicieron historia en el Paraguay que, aunque no fue el primero, sí la marcó profundamente.

Publicado en el año 2011, Ana se encuentra en el dilema sobre una segunda edición de su obra o reescribirla. El libro se basa en biografías que van armando un pasado y la escritora considera que fue movilizador para todo lo que se empezó a investigar, discutir y trabajar. “Pienso en él como un manual, una piedra sobre la cual construir, y creo que ese es un aporte interesante. La versión editada —en la que desea trabajar este año— será un libro totalmente revisado y corregido porque siento que lo que dije en ese entonces, hoy puedo hacerlo de otra manera, con una mirada más amplia. Creo que ese es su valor sustancial: seguir siendo una pieza que contribuya a que la historia se construya”.

Y esta mirada más amplia pretende incluir las movilizaciones del 8M y el 25N, los lugares en la política y las discusiones feministas que no son las mismas de hace 10 años. “Es la pequeña satisfacción de decir: ‘Contribuí’. Cuando se me acercan chicas jóvenes a decirme que este libro fue movilizante, les respondo que no fui yo, sino el pasado el que les habló. Yo fui solo el canal”, afirma Ana.

Otros trabajos suyos son Voces de mujer en la historia paraguaya (2012), en el que trata de explicar el devenir femenino, pero no como vidas segmentadas, sino a partir de una mirada en conjunto; Las mujeres en la Guerra contra la Triple Alianza (2013), y la biografía Escolástica Barrios de Gill: Las joyas para la defensa (2014). Ella fue quien organizó la donación de estos bienes durante el conflicto, justamente. Silvia (2020) y La guerra civil del Centenario (2021) también figuran en la lista, y varias otras publicaciones. Además, fue directora del Museo de la Casa de la Independencia por unos años.

EL TRABAJO DE INVESTIGACIÓN

Este exige mucho tiempo e ingentes cantidades de lectura. Es solitario en cuanto a la búsqueda de documentos y la consulta de las fuentes, pero no en la revisión. “El trabajo tiene que ser discutido todo el tiempo con los colegas. Hasta el hecho de divulgar la obra de otro exige respeto, conocimiento del tema y honestidad intelectual para admitir: ‘Lo que yo hago es solo una pieza de un gran rompecabezas, donde también se desempeñan muchas otras personas. Lo que yo digo no es la última palabra’”, expresa Ana respecto al proceso de investigación, al que dedica gran parte de su tiempo, para continuar diciendo que “la historia es sumamente sensible, tanto que los gobiernos la utilizaron muchas veces para modelar el presente y decir: ‘Nosotros somos esto, este es nuestro pasado. Evidentemente se dejaron de lado y se silenciaron muchas otras cosas. La verdadera historia existe en tanto los métodos que yo utilice sean aceptados por la academia, en tanto que mi trabajo sea sometido a escrutinio de los otros, como todo lo que conlleva un método científico”.

“Si en ese proceso de escribir sobre la historia algo me resulta doloroso, es siempre el indicativo de un problema en el presente. Es la misma sociedad, la misma coyuntura, los mismos vicios, obstáculos y problemas”

Así como lo hizo Bárbara Potthast y muchos otros colegas suyos, Ana también se empeña en buscar archivos y, si no los encuentra, no teme volver a leer documentos originales, ir a la hemeroteca todos los días, revisar los diarios de época, hablar con personas que hayan vivido en ese tiempo y con colegas que trabajaron ese periodo. Es mucho esfuerzo invertido, pero no hay otra manera de hacerlo. “Cuando tomo un libro y en la narración no hay mujeres, lo cierro y digo: ‘Vamos a volver a las fuentes, el documento con el cual se escribió eso’. Si en ese proceso de escribir sobre la historia algo me resulta doloroso, es siempre el indicativo de un problema en el presente. Es la misma sociedad, la misma coyuntura, los mismos vicios, obstáculos y problemas”, reflexiona.

A la hora de consultarle la razón por la cual no se conocen tantos nombres de congéneres sobresalientes en nuestra historia, Ana nos aclara que el fin de historiar dentro de una nación es que los países narren su pasado, pero no todo lo que pasó puede ser contado, habrá algo en la narrativa que será seleccionado. “En ese sentido, la historia fue diseñada para que sea madre y maestra de los hombres, porque ellos son los hacedores de la República, son los varones quienes tienen que verse reflejados en el pasado”, inicia su explicación.

Ana toma como ejemplo nuestra moneda, en la que predominan rostros de varones. Si bien hay una inclusión de la mujer paraguaya y de dos maestras, son billetes de baja denominación. En el caso de Adela y Celsa Speratti, el retrato de una de ellas no corresponde con quien fue en verdad. “Eso no sucedería con hombres”, señala. Ocurre algo similar con las estampillas, las fechas patrias, los nombres de las calles y la lista sigue: “Toda la construcción narrativa apunta a crear un pasado donde los varones del presente puedan verse reflejados. Políticos, militares, médicos y hasta santos. Sin embargo, para las mujeres no; dentro de esa misma narrativa también el silencio habla y la ausencia de figuras femeninas nos deja en un lugar secundario”

Las mujeres pueden organizar un festival, poner el mantel y ocuparse de las flores, pero quienes van a decidir son ellos, “así como el caso de Rosa Peña que comentaba. Son los varones quienes tienen que leer el discurso el día de la inauguración de un monumento. Esto sucedió en 1894, aconteció hace más de 100 años; sin embargo, hoy sucede lo mismo”, manifiesta.

“No me interesa rescatar a las mujeres del pasado, sino que las de cualquier edad en el presente se vean reflejadas en las figuras femeninas que las antecedieron”

Y si bien al principio no le gustaba que la encasillaran en esta cara de la historia, con el caminar que hoy tiene la sociedad, por lo menos en la última década, Ana notó que es muy necesario reivindicar el rol femenino, sobre todo cuando de repente soplan vientos muy conservadores en la región y en el mundo, que ponen en tensión los derechos que se conquistaron.

Con su memoria envidiable, la facilidad para los detalles y la manera sencilla en la que se expresa sobre un tema a veces muy complejo, invita a reflexionar sobre cuántas veces escuchamos el discurso de que las mujeres paraguayas somos valientes y valerosas, y cuestionarnos por qué no lideramos entonces. “Yo creo que muchas veces nosotras no encontramos nuestro reflejo en el pasado, entonces pareciera que cada vez que una se anima a dar nuevos pasos, se antepone una sociedad que va a cuestionarla. La van a criticar los varones y también otras mujeres. Escarbarán en su vida privada y, si ella llega a altos mandos, se verá obligada a dejar su hogar de lado, decidir si tener o no hijos. Las mujeres deben desenvolverse ante un escaparate de vidrio, y los hombres no”, asevera.

“Ahí es donde yo entro”, dice Ana con mucha seguridad. “No me interesa rescatar a las mujeres del pasado, sino que las de cualquier edad en el presente se vean reflejadas en las figuras femeninas que las antecedieron”.

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