El vestido del arte
Cuando la moda trasciende
Ocho diseñadores nacionales, ocho instalaciones artísticas donde el textil actúa como reflejo de la pintura. En el Museo Nacional de Bellas Artes, la exhibición El vestido del arte reúne a Javier Saiach, Emma Viedma, Andrés Báez, Ilse Jara, Carlos Burró, Ofelia Aquino, Tamara Maluff y Florencia Soerensen para traer algunos cuadros de la colección Godoy a la tercera dimensión. Aquí te contamos los detalles de esta muestra, que se ubica en la intersección entre lo artístico y la moda, bajo la curaduría de Valeria Gallarini.
Las bellas artes y la alta costura están tan intrínsecamente entrelazadas que algunas creaciones que vemos en los desfiles más importantes del mundo son verdaderas piezas escultóricas. No en vano los museos de las grandes capitales de la moda son algunos de los lugares favoritos que las marcas de lujo eligen para presentar sus colecciones.
Además del valor social que tienen ambas vertientes expresivas, el arte escultórico y la alta costura también comparten las múltiples técnicas manuales que posibilitan sus formas. La moda, desde siempre, tomó inspiración de la pintura, y ambas sirven como un vehículo expresivo que se complementa.
En este fecundo terreno se desarrolla El vestido del arte, una exhibición que toma el talento del diseño nacional paraguayo para reinterpretar, a través del textil, ocho pinturas de la colección Godoy en el Museo Nacional de Bellas Artes.
La muestra forma parte de una corriente que el proyecto Museo Vivo viene fortaleciendo desde inicios del 2024. En esta oportunidad, la galerista y editora de moda Valeria Gallarini fue la encargada de curar una selección de ocho referentes del diseño nacional: Javier Saiach, Emma Viedma, Andrés Báez, Ilse Jara, Carlos Burró, Ofelia Aquino, Tamara Maluff y Florencia Soerensen.
La consigna fue invitar a los diseñadores a escoger un cuadro de la colección permanente del Museo Nacional de Bellas Artes e inspirarse en aquello que los conectaba con él, ya sea a nivel visual —como los colores o la atmósfera— o emocional y conceptual.
En el texto de la muestra, Vale Gallarini expresa: “Tanto el arte como la moda, más allá de cubrir un vacío —ya sea el del cuerpo desnudo o el del lienzo en blanco—, responden a la misma pulsión humana de embellecer el entorno. En ambos casos, la creación surge del deseo de transformar la materia en emoción, de convertir lo cotidiano en símbolo, de hacer del mundo un espacio más sensible y poético”.
Las ocho instalaciones
Entre las obras reinterpretadas se encuentra La virgen de la leche, una pintura anónima que podría tratarse de una reproducción proveniente de la escuela italiana, según sugirió Josefina Plá. Esta fue la pieza que Emma Viedma tomó como punto de partida para su creación. Su reinterpretación ofrece una composición abstracta donde el volumen de los textiles juega un papel principal para completar la escena de una mujer amamantando.
El diseñador correntino Javier Saiach se encargó de reinterpretar El calvario de Sagunto (1901), del pintor español Santiago Rusiñol y Prats. De este paisaje, decidió tomar como protagonistas a las mujeres de manto negro que aparecen en él, en actitud de oración. Este motivo costumbrista lo imprimió sobre un vestido con un prominente velo oscuro, que tiene su estilo en los apliques dorados que contrastan con el negro.
Al avanzar en la muestra encontramos la instalación de Andrés Báez, quien aportó su versión del cuadro Mort du roi Candaule (1882), de Paul-Louis Bouchard, un pintor francés que dedicó parte de su carrera a retratar escenas históricas. Esta pintura es un ejemplo de ello porque precisamente retoma el momento en que el último rey de Lidia es asesinado, en su lecho matrimonial, por su guardia Giges. Mientras más se observa la interpretación de Báez, más detalles se encuentran, pero el principal es la presencia de torsos femeninos que hacen alusión a la figura de la reina en la obra.
En el centro de una de las salas se encuentra un diseño de Ilse Jara suspendido del techo. El vestido, inmaculadamente blanco y con varios metros de tela ondeando en el aire, nos conecta con el cuadro Niña al piano (1882), del pintor francés Alexandre-Etienne-Marie Courtines. Se trata, quizás, de una de las piezas más interesantes del museo, ya que la pequeña retratada por Courtines —en su atuendo claro e inocente casi del mismo color que su piel— le devuelve una mirada de tristeza al espectador.
Ofelia Aquino, por su parte, escogió como inspiración la obra La mujer del manto blanco (1908), de Carlos Colombo, un destacado pintor y arquitecto paraguayo de la época. Además de los textiles, la mirada de la diseñadora también intervino el rostro del maniquí con flores e incluyó una proyección dinámica sobre las telas.
A pocos pasos encontramos la impronta de Carlos Burró en un imponente vestido negro regado de rosas blancas. El diseñador escogió el cuadro Retrato de señora (1887), del pintor filipino Juan Luna Novicio. Aquí se ve a la esposa del artista recostada en una silla, vestida con un elegante atuendo oscuro ceñido a su figura, que destaca por los detalles de encaje de su cuello y el sombrero.
El cuadro que eligió Tamara Maluff como punto de partida es de los más pequeños en cuanto a proporciones, pero también de los más coloridos. Se trata de Cabeza de mujer, del pintor alemán August Johann Holmberg. La protagonista de la obra exhibe una delicada sonrisa, y viste —sobre un vestido blanco y voluminoso— un corsé con detalles en turquesa. La diseñadora tomó los colores, el tocado y la textura de la pintura, y los devolvió a la tercera dimensión. Posiblemente, el logro más grande de Maluff es transmitir la expresión alegre de la persona retratada, a través de los arreglos florales que rodean el atuendo.
Para apreciar la pieza trabajada por Florencia Soerensen, hay que subir por unas escaleras hasta el segundo nivel del Museo Nacional de Bellas Artes. Allí, en el centro de una sala circular, se encuentra su interpretación del cuadro Una maritornes (1892) del pintor francés Adrien-Henri Tanoux. El diseño de Florencia guarda los hombros caídos de la pintura original, pero los realza con destellos dorados y texturas que parecen moverse al cambiar de perspectiva.
Al realizar el recorrido y poner en contraste la obra pictórica con la textil, hallamos dos puntos de reflexión igualmente interesantes. El primero de ellos es el más evidente: nos encontramos ante un diálogo silencioso entre dos formas de expresión que se complementan, donde los protagonistas contemporáneos nos traducen a los artistas del pasado. Pero el segundo nos lleva a pensar cómo, así como estos diseños buscan comunicar emociones, contextos e historias sin utilizar palabras, toda nuestra indumentaria ya sirve como un vehículo expresivo en nuestro contexto, incluso si no tenemos la intención.
MÁS DETALLES
El vestido del arte se inauguró el pasado 29 de octubre y se puede visitar hasta diciembre de este año en el Museo Nacional de Bellas Artes, ubicado sobre la calle Eligio Ayala, de lunes a viernes de 9.00 a 19.00 y los sábados hasta las 20.00.










