Anna Scavone
Una artista con dolor propio
Cada cuadro representa un fragmento material de sus vivencias, un arte que brota de su alma y va al lienzo. Anna Scavone es una artista paraguaya que pinta su vida, su dolor y sus aficiones de una manera tan auténtica como vehemente y, en esta edición de High Class, nos narra su historia a través de sus autorretratos, en los que inmortaliza una vida de resiliencia e inspiración.
La mejor manera de conocer a Anna a profundidad es adentrarse en su universo de colores vibrantes. Con pinturas al óleo colgadas de las paredes, nos recibió en su sitio de trabajo, un taller creativo que guarda el testimonio vivo de la autora.
Lo primero que llama la atención es la exactitud de sus pinturas y las distintas formas que tiene de incluirse a sí misma en la composición. Ese es su toque más sutil. Es que, desde sus autorretratos en una bañera hasta las puertas con reproducciones exactas de esqueletos, cada uno de sus cuadros constituye una representación genuinamente suya, de su piel, sus órganos y sus huesos: “Mis obras son una introspección de mi vida, por eso trabajo autorretratos. Antes, pintaba desnudos femeninos con propósitos estéticos y superficiales. Pero ahora es distinto: como el dolor es mío y pasa por mi cuerpo, yo soy el rostro de mis cuadros», detalla.
Cuando Anna habla de dolor, se refiere a una condición de salud que le provoca complicaciones, molestias e inflamaciones en el sistema musculoesquelético. En 2019, una hernia cervical despertó lo que médicos brasileños nombraron como síndrome de dolor miofascial. En Paraguay, el diagnóstico fue fibromialgia reumatológica autoinmune. Ambos refieren a un trastorno de dolor crónico que afecta a varias zonas del cuerpo.
Esta condición marcó un punto de inflexión en su estilo, que ella divide en dos fases claramente definidas. La primera llegó con el nuevo milenio, en los 2000. Desde los 20 años, participó de exposiciones en galerías locales, así como en casas de arte de Estados Unidos y Argentina. Incluso, uno de sus cuadros fue seleccionado por el Gobierno como regalo para la expresidenta chilena Michelle Bachelet en 2010.
Los críticos incluyen este periodo de su obra en la corriente expresionista. “Trabajé cuadros figurativos de mujeres porque me identifico como tal y me gusta nuestra estructura anatómica”, menciona Anna. Sin embargo, la revolución que ocasionó esta condición médica le hizo dar el salto hacia un terreno más realista de la pintura, impregnado de un significado trascendental e íntimo.
Entonces empezó a contar su vida con fibromialgia a través de cuadros, con escenas de ella en una bañera para calmar el dolor, ventanas con pinturas de su columna vertebral en tamaño real y hasta su corazón diseccionado en una puerta en escala de grises. “Así encontré a mi Anna interior, a quien había dejado artísticamente a un lado”.
La muestra más clara de su mundo interno es una serie a la que denomina El colchón del taller. En ella, la vemos acostada en unas sábanas blancas, algunas veces mirando hacia la derecha y otras hacia la izquierda, siempre acompañada de sus mascotas, con quienes comparte una conexión especial que se refleja también en su obra.
Con estos cuadros, la artista abre una puerta a la intimidad de sus tardes e invita al espectador a compartir con ella los días en que, cuando el malestar regresa, decide tirar un colchón pequeño en su espacio creativo, acompañada de sus gatos y perros, mientras observa su arte y piensa en maneras de seguir mejorando su técnica.
El cerebro de Anna nunca para de crear, incluso más porque el taller se convirtió en refugio físico y bálsamo corporal. Al respecto, nos cuenta que entrenó su mente para asimilar mejor los dolores, y esto a la vez la ayuda a que su expresión pictórica vaya más allá de la disponibilidad de un lienzo. “Aprendí a cambiar el malestar por algo positivo; por ejemplo, puedo pintar en mi mente cuando no lo hago con las manos. Todo el día armo bocetos en mi cabeza, creo arte y trabajo ideas”, expresa.
Aprendí a cambiar el malestar por algo positivo; por ejemplo, puedo pintar en mi mente cuando no lo hago con las manos. Todo el día armo bocetos en mi cabeza, creo arte y trabajo ideas
PERFIL DE UNA ARTISTA
No hay un estilo o corriente que describa la producción de Anna a la perfección, pero su ADN artístico tiene componentes de admiración al cuerpo femenino, afición a la anatomía, el dolor físico y apego a una dimensión espiritual. A través de estos elementos, ella espera visibilizar las silenciosas manifestaciones de la fibromialgia.
Su primer contacto con el arte se dio en un viaje a Inglaterra a los 18 años. Los museos, los cuadros y las esculturas de la capital inglesa despertaron su deseo de crear. Al volver, ingresó al Instituto Superior de Bellas Artes para licenciarse en Artes Plásticas y, en sus años de estudiante, exploró la figura femenina en todas sus aristas a través de sus cuadros, desde las trabajadoras y las ninfas, hasta la maternidad.
En 2008 se tomó una pausa para desarrollar su faceta de empresaria en un emprendimiento familiar, en el cual comenzó a trabajar codo a codo con su madre, quien fue dejándole el cargo de la gerencia progresivamente. A finales del 2018, el anhelo creativo la llevó nuevamente a las pinturas al óleo.
En 2019, con la llegada de este padecimiento, Anna comenzó a pasar mucho tiempo consigo misma. “Acostarme tanto, estar tantas horas esperando, a veces sin poder moverme, me llevó a leer sobre anatomía y estudiar ilustraciones de libros de medicina desde todos los ángulos, para tomar referencias y pintar mi cuerpo. También me ayudó a comprender la terminología de los médicos en las consultas”, añade.
De ahí surgieron dos temas centrales en su obra: los corazones y los esqueletos. Anna cuenta que los huesos son cruciales porque allí se concentra gran parte de su dolor. Así, replica estructuras óseas de manera exacta y cuida los detalles anatómicos que comprende cada día mejor; esto, además, le ayuda a entenderse a sí misma.
Anna depositó una gran porción de su alma en un cuadro llamado 31 Infiltraciones, en el que utiliza más que la pintura para hacer llegar una experiencia punzante. Se trata de una puerta de color blanco, en la que plasmó su columna vertebral y el sacro, una estructura ósea que se ubica en la zona de la pelvis. Esta es su obra más específica, ya que describe un doloroso procedimiento de 31 aplicaciones de medicamentos para calmar la inflamación que tenía en los huesos. Cada clavo está acompañado de la denominación médica de la vértebra en la que recibió las sustancias. Esa creación encierra más que la meticulosa investigación anatómica de sí misma, pues además encapsula todo el dolor que soportó.
Los corazones también son un punto muy interesante del trabajo de Anna. Su afición surgió de una mala praxis, pero evolucionó a una admiración superior, unas veces vinculada a la mera curiosidad y otras, enraizada en un significado espiritual. La mala praxis en cuestión fue durante un procedimiento de infiltración cervical, en el que se insertan agujas desde la parte delantera del cuello hacia las vértebras.
Debido a las conexiones cardiacas con el aparato respiratorio, sufrió un pinchazo en el pulmón, que tuvo complicaciones. “Desde entonces me apasioné por la estructura de mi órgano vital, sus ventrículos y venas. Por eso algunos cuadros son del interior de mi cuerpo y otros tienen el motivo espiritual del Sagrado Corazón”, profundiza.
Cuando pinta su piel, el órgano más extenso del cuerpo, le gusta hacerlo de la forma más fiel posible. Por eso, un espejo en una esquina de su taller hace de portal para la autoexploración. La gama de ideas y sensaciones que desea plasmar es amplia, pero el núcleo de su arte es, sin duda, un mensaje de resiliencia: “No sé por qué, pero la mayoría de mis autorretratos tiene una expresión tranquila, no veo dolor en ellos”.
La gama de ideas y sensaciones que desea plasmar es amplia, pero el núcleo de su arte es, sin duda, un mensaje de resiliencia
La sinceridad que transmiten sus obras le sigue cosechando reconocimientos en esta etapa de su arte. El año pasado, resultó ganadora de la Feria de Arte Oxígeno, de Fábrica Galería, que tiene como premio una exposición individual en dicho lugar. Este año, esa exhibición se realizará desde el 15 de setiembre en Fábrica Galería Club de Arte, bajo la curaduría de Osvaldo Salerno, y estará disponible por un mes.
La gama de ideas y sensaciones que desea plasmar es amplia, pero el núcleo de su arte es, sin duda, un mensaje de resiliencia
MI PUERTA GRIS
Este cuadro fue fruto de una experiencia cercana a la muerte, aquella mala praxis que dio origen a su afición por los corazones. En Mi puerta gris, Anna muestra la disección de su propio corazón desde un ángulo superior; la perspectiva deja a la vista las conexiones del órgano con el pulmón. El tórax se encuentra abierto por ganchos que sostienen pliegues de piel de lado a lado. No hay más color que el blanco y el negro porque, durante la recuperación, la artista veía su vida en escala de grises. Está pintado en una puerta como invitación a que el espectador no se quede con la imagen central, abra el portal y decida descubrir qué hay más allá.
SAGRADO CORAZÓN
Esta obra es la expresión máxima de la dimensión espiritual de la artista porque, a diferencia de Mi puerta gris, el órgano externo que abraza Anna no es suyo. La pintura lleva el nombre Sagrado Corazón porque el órgano que la acompaña en la tina pertenece a la figura intangible de Jesús, cuya presencia le transmite protección a la protagonista del cuadro. Así también, el agua de la bañera se revela como otro eje temático de su trabajo, pues la hipersensibilidad dermatológica que provoca la fibromialgia se calma con este líquido, que constituye el único elemento capaz de devolver la calma a las terminaciones nerviosas de la pintora.
AUTOSCOPIA
La autoscopia, también llamada alucinación espejo, viene del griego autos (sí mismo) y skopeos (mirar). Es una alteración de la percepción en la que una persona ve o siente un reflejo externo a su cuerpo. Este tipo de ilusión tiene distintas raíces, pero en el caso de Anna el dolor físico es el responsable. Al ser un tema recurrente en su vida, la artista lo plasmó con toques surrealistas en un cuadro que tendrá gran relevancia en su exposición en Fábrica Galería Club de Arte. En Autoscopia se ve una proyección suya que se eleva a un cielo nocturno con una expresión de serenidad.