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La incógnita de la convivencia

Los pros y los contras de vivir en pareja antes del matrimonio

A poco más de un año del inicio del confinamiento por la pandemia de covid-19, muchas parejas siguen atravesando diferentes experiencias y desafíos que ponen a prueba el amor, la paciencia y la tolerancia. Algunas se vieron obligadas a compartir el mismo techo mucho antes de lo previsto, ya sea por practicidad, movilidad o economía; y otras, que ya convivían desde antes, se vieron arrojados al vacío de la ausencia del otro porque quedaron varados en diferentes ciudades o países, y se vieron en la necesidad de sostener la relación a distancia gracias a la tecnología. 

En este escenario también apareció una de las decisiones más importantes de la vida en pareja: el matrimonio. Una determinación motivada por el contexto. A partir de una convivencia apresurada, las personas se conocieron mejor, aprendieron a amar las “mañas” del otro y eligieron dar el sí. Independientemente de la situación excepcional de 2020, cualquier pareja que decide convivir lleva consigo la esperanza de construir un hogar y poder pasar por esta experiencia antes del matrimonio, y tiene que evaluar los pros y contras de esta nueva etapa.

En esta ocasión hablamos de la convivencia antes del matrimonio en un momento en el que, a pesar de toda la incertidumbre y las preocupaciones, las parejas siguen apostando por el compromiso para toda la vida, porque el amor es la promesa de lo inquebrantable y, sin duda, casi lo único que siempre trae nuevas esperanzas.

Te amo, pero..

La convivencia despierta en nosotros tanto idealizaciones como miedos. Cuando estamos enamorados, soñamos con pasar todo el tiempo junto a la persona que amamos, pero también tenemos miedo de que la relación se desgaste y no funcione a largo plazo. Arribar con demasiadas expectativas a la convivencia —o solamente para comprobar si existe compatibilidad de caracteres antes de firmar el acta matrimonial— puede generar una actitud acartonada o de “juez”, que puede derivar en tensiones. Se generan presiones donde, inconscientemente, se pone a prueba a la pareja en diferentes situaciones, como intentando encajar piezas de un rompecabezas prefabricado sobre el concepto de la convivencia, buscando asegurar que todo esté en su lugar para no “equivocarse”.

Cuando estamos enamorados, soñamos con pasar todo el tiempo junto a la persona que amamos, pero también tenemos miedo de que la relación se desgaste y no funcione a largo plazo.

Esto no solamente condiciona factores subjetivos que muchas veces están originados en la propia historia familiar (teniendo como referentes a nuestros padres), o en lo que la sociedad espera de una pareja, sino que también es una postura poco asertiva al momento de emprender este proyecto. La finalidad de la convivencia no es operar como un test o examen de preparatoria antes del matrimonio, es una decisión basada en la afinidad y en el deseo de invertir tiempo y energía para construir un hogar, independientemente a que este llegue o no al altar.

El concepto detrás

Una forma de saber si somos candidatos para la convivencia antes del matrimonio puede ser indagar sobre el concepto que tenemos íntimamente sobre la misma. Podemos partir por hacer una revisión de los prejuicios, es decir, el tipo de pensamiento que tenemos según la crianza o cultura convencional (o no), el estilo de familia que consideramos tradicional, entre otros factores determinantes tales como la religión y los paradigmas sociales y de género. Estos factores pueden ayudar a sentenciar si el siguiente paso está sustentado en una escala de valores libre de prejuicios, que no estará contaminado por mandatos o imperativos inconscientes que puedan acarrear culpa o indignación si es que el proyecto fracasa. Asimismo, va a facilitar el proceso de autocrítica. 

Cada cultura tiene diferentes conceptos referentes a la convivencia y eso también nos condiciona. Por ejemplo, en la historia de los orígenes del matrimonio y la familia en Latinoamérica se consideraba ilícita a toda relación que esté por fuera del matrimonio (donde se gestaba el mestizaje) y se valoraba el matrimonio como eje de la sociedad con finalidad procreadora y de desarrollo social. Ese concepto es totalmente obsoleto en la aldea global actual, donde las sociedades se forman gracias a la diversidad cultural.

En algunas tribus indígenas se practica el amañe, lo que significa conocerse las mañas antes de casarse. En este caso es a la inversa, pues toda pareja debe convivir por lo menos seis meses a un año antes de casarse y así ver si están preparadas o no para formar una familia. 

Todas estas son coyunturas históricas y culturales que, consciente o inconscientemente, determinan nuestra concepción sobre cómo se conforma una relación adulta. Para sostener el vínculo independientemente del estado civil, es importante tener claro lo que pensamos y sentimos en cuanto a las decisiones que tomamos personalmente.

Consejos para convivencia que fortalezca el vínculo

  • Crear espacios de intimidad para cada uno, vivir en pareja no significa tener que hacer todo juntos. 
  • Decidir qué “mañas” aceptar o no del otro. Algunas costumbres personales pueden sorprender al momento de la convivencia al ver el lado “doméstico” de la persona. Decidir si podemos abrazarlas o no ya dependerá de cada uno, sobre todo si algunos de esos rituales son perjudiciales o dañinos y se entra en el error de juicio de soportar todo por amor. 
  • Demostrar cariño y atención en los detalles, practicar la paciencia y la amabilidad con el otro crea un ambiente seguro y fiable en el cual uno va a querer quedarse para siempre. 
  • Derribar el mito de que la convivencia desgasta la pasión. Caer en la rutina y en la desidia habla más de un estado personal que de la pareja. Si nos sentimos bien con nosotros mismos, las relaciones íntimas se dan de forma natural. 
  • Crear espacios donde compartir cosas en común y sostenerlos. Leer, ver series, debatir sobre temas en los que se puede no estar de acuerdo para entender al otro más allá de idealizar a la persona, sino conocer y amar también las diferencias. 
  • No criticar todo. Entender que se está pasando de vivir solo a vivir con alguien, si señalamos solo aquello que la pareja hace mal o que podría hacer mejor, la convivencia se vuelve tediosa. 
  • Salir de los paradigmas de género en donde la mujer se encuentra haciendo sola los quehaceres del hogar, nadie se va a vivir con alguien para servirle, sino para compartir un lugar en donde cada uno es responsable de sus cosas y se apoyan en todo. 

Si hacemos algo por y para el otro es por una cuestión de consideración, no caer en la trampa de esclavizarse por amor, ya que muchas veces las mujeres se encuentran atrapadas en este imperativo de dominación, y eso genera estados neuróticos y de rechazo hacia la pareja.

Cuando el hombre se encuentra en la situación de tener que sostenerlo todo económicamente, se siente abrumado. Si bien estas posiciones subjetivas se suelen dar de forma espontánea, y quizá están condicionadas al género y a la cultura, ya son obsoletas y no tienen por qué sostenerse si no se desea, nadie va a ser mejor o peor pareja por no saber cocinar o por no colgar la toalla. En la convivencia, el civismo también se construye. 

Convivir con la persona que amamos es un paso más hacia lo que toda relación se dirige de forma natural. La construcción de una vida juntos, en donde se suman energías de amor y cuidado mutuo, inician bajo un mismo techo que de a poco, y hasta sin darse cuenta, se convierte en un hogar.

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