El síndrome de la amapola alta
Psicología de un corte horizontal
El que sobresale siempre es atacado, no por lo que hace, sino porque recuerda a los demás lo que no hacen
Ralph Waldo Emerson.
La metáfora de la amapola alta viene de un campo de estas flores: si una crece más que las demás la cortan para que todas queden al mismo nivel; de lo contrario, “descompone el paisaje”. En nuestro país, se dice que la guillotina no cae verticalmente sobre las cabezas de quienes cometen el “delito” de sobresalir, ser exitosos o más llamativos que los demás, sino que, ante cualquier destaque, se cortan cabezas horizontalmente, para que nadie sobresalga demasiado.
Esta guillotina horizontal se trata de una expresión cultural del llamado síndrome de la amapola alta: la tendencia a atacar a quienes destacan por sus logros, talentos, éxitos o felicidad, por los cuales son condenados socialmente y “decapitados” simbólicamente para que no sobresalgan por encima del resto, como para que todos se mantengan al mismo nivel, aunque eso signifique nivelar hacia abajo, hacia la mediocridad, incluso, si implica sacrificarse uno mismo o al grupo.
Se parece mucho a la envidia, pero con la diferencia de que esta condena de la amapola alta es colectiva. La presión viene del grupo hacia la persona que sobresale y no necesariamente es un odio personal, sino un fenómeno social, un mecanismo cultural de nivelación para que “ninguno se crea más que otro”.
La envidia, sin embargo, es más individual, psicológica. En ella, la persona siente malestar, resentimiento o deseo de poseer lo que tiene el otro. Surge de la comparación personal y la autoestima baja. El envidioso puede incluso perjudicarse a sí mismo con tal de conseguir lo que envidia: familia, dinero, éxito social o laboral, belleza o talento. Pero si no lo consigue, es capaz de sacarle algo o perjudicar al otro con tal de verlo sufrir, aunque eso implique un suicidio social o daños colaterales, sin importar hijos, padres, amigos, trabajo. Esto bordea la psicopatía, pues no existen escrúpulos ni sienten culpa, empatía o límites morales. Se ve en traiciones, corrupción, engaños, manipulaciones, simulaciones, etcétera.

DESDE LA RAÍZ
Este síndrome de la amapola alta es un mecanismo de defensa: el brillo ajeno genera inseguridad, por lo que se degrada, se subestima y menosprecia el logro del otro. Cuando alguien mejora su nivel de vida, en vez de celebrarlo, se lo acusa de robo, malversaciones o tráfico de influencias. El prejuicio actúa como mecanismo para reducir el valor y evitar reconocer su mérito. En la cultura paraguaya, este fenómeno está marcado por la historia: dictaduras, autoritarismo, corrupción recalcitrante y desigualdades que reforzaron la idea de que quien sobresale “algo raro debe tener” y automáticamente se vuelve una amenaza.
El que no piensa igual que la mayoría corre el riesgo de ser acusado de opositor, y sabemos lo que eso implicaba en la época, lo cual quedó inconscientemente en algunos contextos como la memoria epigenética de un pueblo que soportó por demasiados años a un tirano.
Esto se puede transpolar a familias que no crecen porque el padre no permite que los hijos tomen el mando, ya sea de la empresa familiar o incluso de sus propias vidas; o en cualquier sistema de asimetría de poder donde quien manda no se atreve a ceder el trono.
Así, se consolida una cultura de mediocridad compartida, nadie debe brillar demasiado, superar a nadie ni superarse a sí mismo, porque corre el riesgo de ser condenado, exiliado, desaparecido o a volver como hijo prodigo, por la culpa inconsciente de vencer al padre.
Como ejemplo tenemos a varios jugadores de fútbol que suelen brillar más en clubes extranjeros que en los de su propio país. Afuera son reconocidos, admirados, convertidos en ídolos; en casa, muchas veces son objeto de críticas, sospechas y hasta hostilidad. El éxito exterior se valida, pero en el país se recela de quien destaca demasiado, lo que confirma la frase de que “nadie es profeta en su tierra”.
QUÉ HACER CUANDO ALGUIEN NOS QUIERE APAGAR
- Reconocer la maniobra: el menosprecio, los chismes y la manipulación de la información hablan de la carencia del otro, no nos definen. Hay que hacer oídos sordos a las críticas y rumores, tomarlas de quien vienen; tener en cuenta que “el ladrón juzga por su condición”.
- No cargar con culpa: el éxito no es delito, muchas personas deben tratar en terapia esta inhibición de crecer, ya que puede sabotear su éxito el superar a padres, familia, amigos o por el simple miedo de perder el amor de personas o lugares en donde crecer se siente como una amenaza.
- Proteger la energía: elegir rodearse de quienes celebran los logros y nos inspiran a ser mejores, y erradicar falsas amistades, ya que tarde o temprano van a perjudicar.
- Sostener el propio deseo: seguir avanzando sin pedir permiso ni perdón a nadie.
EL OTRO EXTREMO: FRACASAR AL TRIUNFAR
El síndrome de fracasar al triunfar habla de personas que logran metas, pero no las soportan: se sabotean, procrastinan o renuncian. El problema no es el ataque externo, sino la dificultad interna de habitar el propio éxito. Trabajar en terapia ayuda a sostener la alegría sin culpa, sin miedo a disfrutar de la felicidad, sin pudor de tener ambiciones.
CREAR UNA CULTURA DE LA CELEBRACIÓN
En estudios científicos, cuando se le pide a la gente que ayude o haga donaciones, partes del cerebro relacionadas con la recompensa se activan, lo que sugiere que celebrar los logros, dar y adoptar actitudes empáticas y amorosas con los demás tiene algo de gratificante intrínseco en sí mismo.
Jamil Zaki, profesor de Psicología en la Universidad de Stanford, realizó un estudio sobre cómo la generosidad es socialmente contagiosa. En él, se les daba a los participantes un bono de dinero y ellos tenían que decidir cuánto donar a distintas oenegés. Antes de tomar su decisión, veían (mediante datos proveídos por la investigación) cuánto “habían donado” otras personas: a un grupo se les mostraban cifras altas (mundo generoso) y al otro, bajas (mundo tacaño). Resultado: quienes creían vivir entre personas generosas entregaron más que aquellas que eran expuestas a valores inferiores.
Esto, a la vez, lo podemos transpolar a la vida diaria al analizar la calidad de las personas que nos rodean. El que nuestros amigos, familia o pareja tengan un estilo de pensamiento quejoso o agradecido, critico o empático, puede determinar nuestra forma de pensar y sentir sobre el mundo. Fiscalizar esa calidad y en quiénes invertimos nuestro tiempo y energía es de vital importancia. Incluso, el tener algún tipo de intervención en la elección de amistades de nuestros hijos y de persuasión de que cierta gente no suma a su vida, puede evitar muchos dolores de cabeza, aunque, por supuesto, nada es garantía de que las cosas estén bajo control en ningún contexto, solo que la intuición a veces es mejor consejera que la percepción.
La salida está en crear una cultura de celebración, donde el éxito del otro sea inspiración y no amenaza; donde el deporte, la amistad y el amor no se vivan como campos de batalla ni competencias, sino como espacios para crecer juntos que nos inspiren a ser mejores. Buscar en cada contexto la razón para mejorar y crecer, que sería lo contrario al impulso de cortar al que sobresale. En vez de envidia destructiva, aparece una envidia positiva o benigna (también llamada emulación, inspiración): ver el logro ajeno como un estímulo para crecer uno mismo, como un efecto “faro” a donde arribar.
En definitiva, no podemos elegir todas las circunstancias de la vida, pero sí podemos elegir, en gran medida, con quién caminamos. El estudio de Zaki muestra que la generosidad, la empatía y la capacidad de celebrar los logros de otros son contagiosas; del mismo modo, también lo son la envidia, la crítica destructiva y el deseo de apagar al que crece.
Por eso, rodearnos de personas que nos inspiran, que se alegran genuinamente por nuestros avances y que nos invitan a expandir nuestro potencial es una forma de cuidado personal y de crecimiento colectivo. Si el síndrome de la amapola alta señala cómo muchos intentan cortar lo que sobresale, nuestra respuesta puede ser sembrar y elegir entornos donde las flores sobresalientes no se eliminen, sino que se cuiden, se admiren y animen a las demás a crecer también.
