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La crisis de la soledad

Un dilema en la era de la conexión total

Existe una realidad a la que todos nos encontramos expuestos: los seres humanos no estamos preparados para estar solos, y lo confirmamos en la pandemia. Pero incluso antes de este evento determinante, la humanidad ya venía experimentando la soledad en una especie de aislamiento voluntario y quizás condicionado, no solamente por el estilo de vida al que nos condenan las ciudades y “la arquitectura del miedo”, que se construye con terror subjetivo (y quizás objetivo) gestado por las noticias amarillistas, sino también por las situaciones reales de inseguridad, epidemias y otros males del día a día, de los que nos protegemos “virtualmente” con todo tipo de defensas del otro: alarmas, cercos eléctricos, guardias de seguridad… además de las distancias a las que nos arrojan las metrópolis, lejos de la comunidad, del barrio, de los vecinos, de la familia, así como también la falta de tiempo para el ocio y el encuentro. Ni hablar de la irrupción de la tecnología, adictiva, atrapante, como el uso compulsivo del celular que nos engancha a todos, todo el día.

Sin duda, esto genera un dilema, porque en la era de la globalización, cuando supuestamente estamos virtualmente conectados 24/7, en todas partes del mundo, existe la mayor crisis de soledad de todos los tiempos y se manifiesta de muchas formas y en cada generación. Según la investigadora, economista y escritora Noreena Hertz: “La soledad es tan mala como fumar 15 cigarrillos al día y también cuesta millones al año. Afecta a la situación política, a la alimentación, al extremismo y se debe resolver”.

Tres de cada cinco jóvenes de menos de 35 años están solos a menudo o siempre; uno de cada cinco millenials no tiene ningún amigo; el 60 % de los mayores de 60 años recibe visitas esporádicamente; en Reino Unido, dos de cada cinco pensionistas tiene de compañía una mascota o la tele. En Japón esto es peor: los pensionistas delinquen a propósito para que se los aprese, para por lo menos, así, tener compañía.

Este problema, a decir del estudio de Hertz, es inmenso en muchos países. Existe cada vez más evidencia que señala que la soledad aumenta ciertos trastornos físicos, psíquicos y emocionales, entre ellos las probabilidades de desarrollar diabetes, desórdenes del sueño y otros problemas como depresión, ansiedad generalizada y pánico. Por eso es que hablar del tema es necesario, para registrar nuestros estilos de vida y también el de nuestros hijos, pues por más amigos que tengan, o familia, si no se sienten escuchados, contenidos y mirados como sujetos que necesitan conexión y humanidad, podemos estar perdiendo de vista una situación que, a la larga, traerá problemas.

TECNOLOGÍA PARA NO SENTIRNOS SOLOS

Desde Alexa, Siri y los babycalls en vez de miradas, hasta las cunas con movimientos en vez de brazos, pasando por la misma película Her (que, si no la vieron, tiene como protagonista a Joaquin Phoenix que se enamora de su dispositivo virtual), todos somos testigos del arsenal de artefactos, aplicaciones, adicciones y herramientas que nos ayudan a afrontar y paliar la crisis de soledad a la que estamos asistiendo. Toda una generación intenta compensar la incapacidad que perfeccionamos al evitar el contacto real con las personas. Lo hacemos cuando mediatizamos al máximo nuestras actividades; al evitar ir de compras al mercado más cercano a casa pues optamos por el delivery, a través de una aplicación; o cuando preferimos la sesión con el psicólogo por Zoom en vez de la terapia presencial; cuando tratamos de mediatizar todas nuestras actividades mediante la inteligencia artificial antes que el contacto con las personas. No sabemos el precio que vamos a pagar por ese futuro distópico, por esa ambición de individualismo, perfección e inmediatez extrema.

Para disfrutar y aprovechar la soledad tenemos que saber que es necesario elegirla, aceptarla y recibirla en nuestra vida, de lo contrario su vivencia se hace insoportable

ENTRE LA RECOMPENSA Y EL CASTIGO

En lo que respecta a las redes sociales, Hertz las compara con la industria tabacalera del siglo XXI, porque perjudica a muchas más personas de las que imaginamos sin que nos demos cuenta de ello. Por un lado, la búsqueda de recompensa con los “me gusta”. Por ejemplo, si un adolescente sube una foto y no recibe reconocimiento (que tampoco tiene en casa o en la vida real en general) automáticamente se siente solo. Y, por otro, el castigo, que se manifiesta con los comentarios de haters, el ciberacoso y todos los riesgos que implican las redes. Al no encontrar apoyo y no saber cómo manejar esa frustración ni a quién acudir, los chicos también se sienten solos. En ambos casos, la sensación de exclusión que sienten los usuarios, sobre todo los más vulnerables como niños y adolescentes, proviene de las redes, que remiten a una soledad que todavía no estamos dimensionando y que, si lo hacemos, tampoco hemos encontrado formas de manejar el nivel de adicción que tenemos a ellas.

Sin dejar de mencionar el mandato que nos vemos exigidos a cumplir en este panóptico que observa y vigila quién es capaz de gozar sin límites, alcanzar la belleza de estándares irreales, de vidas ideales y perfectas, lo cual también nos deja en una situación de objeto y no de sujeto que, sin darse cuenta, se autoconsume. Byung Chul Han, filósofo surcoreano, habla de la agonía del eros, cuando explica que el capitalismo lo que hace es eliminar la alteridad (del otro), para que de esa manera se pueda someter todo y a todos al consumo, hasta, por ejemplo, la amistad.

De vuelta a Hertz, comenta que cuando estuvo en Nueva York, dentro del contexto de su investigación sobre la soledad, decidió alquilar una amiga, cosa que se puede hacer por unas horas o días de una página donde hay más de 600.000 personas disponibles para asumir “este rol”. Así, Noreena y Britney salieron, pasearon, tomaron un café, y de repente llegó la hora y Britney le dijo: “Bueno, Noreena, se acabó el tiempo, son 140 dólares”, lo cual fue algo indignante para ella porque casi se había olvidado que había “alquilado” una persona, y hasta le estaba cayendo bien. Por supuesto, la amiga rentada tenía un interés monetario.

La soledad también se manifiesta de esta manera al reducir todo lo que somos como humanidad a lo meramente mercantil, hasta la sexualidad; de hecho es la profesión más antigua del mundo. Como diría Han: “Hoy día no existe comunidad, sino acumulación de egos, incapaces de una acción común, de un nosotros”. Vivir esta experiencia de “lo igual” es hacer desaparecer la experiencia erótica (de eros, amor, no solo en contexto sexual), donde todo lo que hacemos va perdiendo el valor de deseo, de lo que realmente queremos hacer, y se convierte en un mandato, en una exigencia o en algo que se compra o se vende, al que todos estamos obedeciendo sin darnos cuenta que, en la búsqueda de ser diferentes, somos iguales, pero no en el sentido del prójimo como idealizaba Jesús, sino como objetos de consumo y consumistas.

LA SOLEDAD IMPUESTA Y LA SOLEDAD ELEGIDA

No todo lo que tiene que ver con la soledad guarda una connotación negativa, esto va a depender del contexto en el que nos encontremos solos, sea eso elegido o no. Pero toda esta distancia que notablemente hemos tomado (en todo sentido) quizás sea justa y necesaria porque en realidad necesitamos de ella en relación con lo que como especie buscamos. Comprender que una parte esencial del ser humano no es precisamente el contacto permanente o que ese ser social también busca estar solo quizás nos ayude a valorar y disfrutar de la soledad y del distanciamiento sin sentirnos exigidos a eliminarla o al menos disfrazarla a toda costa, como lo hacen esas publicaciones extremadamente melosas que pronostican un futuro cercano (y lógico, porque todos tenemos garantizada la muerte) en el que “ya no estarán tus padres o incluso tus hijos y que por eso debes abrazarlos todo el día todos los días y recordarles todo el tiempo cuánto los quieres, porque podés estar perdiendo un tiempo valiosísimo que luego ya no podrás recuperar”. Realmente un hartazgo ese tipo de consejos, que además de imposibles de concretar, generan culpa y al final se convierten en una exigencia, lo cual hace que todo ese esfuerzo pierda la intención y el valor del mensaje, sin mencionar lo saturante que puede llegar a ser si se los toma en serio.

Para disfrutar y aprovechar la soledad tenemos que saber que es necesario elegirla, aceptarla y recibirla en nuestra vida, de lo contrario su vivencia se hace insoportable. Quizás cultivar la dimensión espiritual sea la clave con la cual podemos contar al momento de enfrentarnos al estar solos. Si nos encuentra endebles de espíritu, puede que nos doblegue y nos devore el miedo a conectarnos con nosotros mismos, a conocernos. Encontrar momentos para convivir con nuestras sensaciones y dar una lectura rápida a nuestros “estados” sería interesante para enriquecer la única relación que no podemos evitar jamás, la que tenemos con nosotros mismos, la que nos encontró solos al nacer y que también lo hará cuando debamos partir.

Las opiniones expresadas son de exclusiva responsabilidad de la autora del artículo. Para más información y consultas, escribí a gabrielacascob@hotmail.com

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