Mujeres: fuentes de sustentabilidad emocional
La importancia de esta gestión en el liderazgo femenino
En los últimos años el estilo de vida, las costumbres, los modos de vincularse, la moral sexual, las modalidades de organización familiar y laboral, los valores y las prioridades cambiaron con vertiginosidad abrumadora, y esto desgasta nuestra energía vital y psíquica además de afectar los recursos emocionales, mentales y físicos, lo que genera estrés, agobio, ansiedad y/o depresión.
Las emociones, sean positivas o negativas, son el motor de nuestra vida y tienen un motivo que debemos aprender a interpretar con el tiempo. La sustentabilidad emocional es el manejo correcto de las emociones propias y ajenas; es saber regular y equilibrar la energía de la que disponemos y conocer la forma en la que reaccionamos ante situaciones difíciles que se presentan en el día a día. En este sentido, las mujeres somos sustentables porque siempre estamos preocupadas y ocupadas en conocer más sobre el manejo de esas sensaciones, leemos sobre el tema, hablamos con amigas o profesionales, sin prejuicios. Conocemos nuestra energía y dónde priorizarla, sabemos cuándo estamos desbordadas y agobiadas, no tememos llamar a alguien para hablar o pedir apoyo, y somos fuente inagotable de escucha para nuestros hijos y círculo social. En general, tenemos una capacidad innata para expresar lo que sentimos y también empatizar con los demás de forma natural y flexible.
En este proceso de cambios coyunturales e históricos, en donde adquirimos más libertades, pero también más responsabilidades, sobre todo en gestión emocional, hemos podido abordar con mejores resultados los cambios e imprevistos. En la pandemia, por ejemplo, fuimos las que mayor cuidado dimos a la salud mental, empezando por nosotras mismas, para estar bien para los demás. Las mujeres somos el colectivo más concientizado sobre la importancia de la gestión emocional pues lideramos grupos de alta demanda, como la familia (de origen y la que formamos), las amistades y los grupos de trabajo. Somos nosotras las que apostamos a la mediación y la negociación, antes que a soluciones bélicas o competitivas en contextos de resolución de conflictos. Y estas respuestas equilibran emociones y pensamientos.
Tener esta capacidad nos lleva a confiar en el criterio de otras mujeres y es por eso que no podemos vivir sin ellas. Todas tenemos un grupo de amigas, compañeras de trabajo, excompas de colegio, familia y colegas con quienes compartimos alegrías y tristezas, logros y fracasos en el proceso de la vida. Nos acompañamos en varias etapas vitales, somos testigos de cada logro laboral o profesional, de formar una familia, y a veces nos apoyamos en la deconstrucción de nosotras mismas para volver a empezar. Somos testigos de nuestras experiencias y concebimos la vida con este compartir que nos hace bien. A todo esto se le denomina “sustentabilidad emocional”, un valor que nos lleva a liderar la gestión familiar, social y laboral, de forma que cada persona se sienta integrada, reconocida y valorada, lo cual actúa como un tipo de reciclaje de energía vital, que permite el sustento compartido de las emociones.
La importancia de la salud mental
La psicóloga clínica española Inma Puig es una de las pioneras en hablar sobre la “sostenibilidad emocional” y considera que, así como desarrollamos este concepto con respecto al consumo responsable de los recursos naturales de modo a que existan para las necesidades venideras, también es importante hacerlo con las emociones. Piensa que para mantener la sustentabilidad emocional a futuro, hay que tomar conciencia de la importancia de la salud mental en todos los ámbitos, no solo el personal. Las mujeres que lideramos países, empresas, negocios, pymes, familias, etcétera, gestionamos una gran cantidad de recursos emocionales y se observa que invertimos mucho más tiempo y economía en canalizar de formas más asertivas estos recursos al acercarnos al conocimiento de las emociones y su importancia en lo personal, pero también escuchando de forma profunda y no superficial lo que cada uno de los integrantes del grupo que encabezamos tiene para decirnos. En nuestro país hay muchos ejemplos de lideresas con gestión emocional sustentable, como las protagonistas de nuestra tapa en diferentes rubros: moda, historia, inversión de capital, humor gráfico, arte, fotografía y escritura.
Reciclar las emociones
La búsqueda de una mejor relación emocional con los demás empieza por una redefinición personal, y las mujeres tenemos grupos de amigas y colegas con quienes podemos mostrarnos vulnerables, pedir apoyo y contar con ellas. Con esta dinámica, somos capaces de despojar al miedo de su juicio negativo y animarnos a enfrentar los desafíos que conllevan un embate emocional. A diferencia de los hombres, a quienes les cuesta más expresarse y más bien evaden o pelean, propiciamos, por ejemplo, hablar con nuestros hijos o alumnos adolescentes si los vemos diferentes, callados o sin energía; con nuestros compañeros de trabajo, si existe algún problema; con superiores, para exigir derechos; con amigas; con la pareja, y, en general, no tenemos temor a decir y escuchar aquellas cosas que, si se callan, hacen síntoma de diferentes formas: malestares, depresión e incluso enfermedades físicas.
Al reciclar, sublimar y disolver las emociones negativas en conversaciones, quejas y charlas, somos fuente de sustentabilidad emocional, lo cual inyecta energía a todos. Así, rompemos paradigmas de orgullo, distancia e individualismo, que tanto daño hacen en todo grupo. Animarnos a empoderarnos a partir de nuestra esencia, desafiar los paradigmas, prejuicios, sociales y personales que nos anulan y cohíben, nos va a permitir explayar todo nuestro potencial en los contextos que nos toca desarrollar. Así, conoceremos más sobre nosotras mismas y nuestras capacidades, para experimentar nuevas formas de funcionar y de relacionarnos con el “otro”, ese otro con quien la convivencia es ineludible, pero con quien de todas maneras buscamos coexistir de manera digna y plena, en igualdad de condiciones, erradicando el automatismo cultural que asigna las diferencias marcadas por constructos sociales y no reales. Depende de nosotras, mujeres; de la forma que educamos a nuestros hijos e hijas, y de la manera en que nos situamos consciente e inconscientemente en el terreno que nos pertenece.
Pero, como en todo aquello que implica inversión de energía y tiempo, la clave está en el equilibrio. Muchas veces nos sentimos desbordadas si consideramos que nuestro valor solo pasa por ser la que cuida, soluciona problemas y en quien recae todo conflicto o malestar, como una imposición del rol femenino, es decir, maternante. La gestión emocional también requiere límites. Saber decir que no y priorizar nuestras necesidades puede incluso ser más beneficioso como ejemplo para generaciones futuras, que una incomodidad. La mujer de hoy ya no necesita del amor para sentirse la diosa de un hombre o de la familia, pues antes solamente era idolatrada por su gestión familiar y romántica, incluso en detrimento de su desarrollo personal. Actualmente se siente amada y reconocida en todos los rubros y contextos que quiera, incluso si prescinde del amor romántico. Ya no se consume en demandas imposibles de satisfacer por imposiciones obsoletas de ser perfecta o cumplir parámetros de belleza y laborales que no le pertenecen, donde anteriormente gastaba recursos energéticos imposibles de reponer, como el tiempo y la autoestima. Hoy somos prioridad para nosotras mismas, porque sabemos que somos indispensables para que el mundo recupere su energía de armonía, equilibrio y solidaridad. A un año de iniciada una guerra en lugares donde la evolución tecnológica, política y social parecía utópica, llama la atención que, en manos de personas formadas y preparadas, los conflictos no puedan resolverse de otra manera que no sea la opción bélica. Queda claro que la evolución humana no pasa por el desarrollo de la técnica, sino por la comprensión genuina de las emociones propias y ajenas, que desarrollan lo más importante que tenemos como humanidad: los vínculos.