Simón y Manuela
Aquel entrañable amor
Corría el año 1795 cuando la niña Manuela Sáenz llegó al mundo en Quito (Ecuador), fruto de un amor prohibido. Su madre había muerto en el parto y su padre, un hidalgo español, la entregó a un convento de monjas para que ahí creciera. A veces la buscaba y la llevaba a la hacienda que compartía con su esposa, y ni bien terminó su educación la casaron, en un matrimonio arreglado, con un inglés acaudalado mucho mayor que ella.
La pareja recién casada se instaló un tiempo en Lima (Perú), donde Manuela conoció a mismísimo José de San Martín. Eran tiempos de libertadores en aquella época y la chica quedó fascinada con la causa revolucionaria que empezaba a gestarse en la América. A partir de su interés libertario, supo de Simón Bolívar y admiró profundamente su manera de pensar. Aunque no lo conocía personalmente, seguía muy de cerca los logros y las hazañas del militar.
Hasta que un día la suerte hizo lo suyo. El 16 de junio del año 1822, semanas después de la batalla de Pichincha, Bolívar visitó Ecuador. Era su primera vez en Quito y venía desfilando a caballo por el centro histórico, camino al Palacio de Gobierno, cuando Manuela (completamente emocionada) lo vio desde el balcón.
Arrojó una corona de laureles y rosas para celebrar al héroe. La idea era adornar su paso, pero ocurrió que la corona grande y pesada fue a dar en el pecho de Bolívar antes de caer al suelo. Espantó al caballo, que levantó sus patas y, en un relincho, casi lo tumbó. Ante este episodio inaudito, el libertador elevó la vista y se encontró con el rostro sonrojado de la bellísima Manuela, y aquella mirada cómplice golpeó a ambos directo en el pecho.
Cuando volvieron a verse fue en el baile de la victoria, donde Manuela se presentó. “Señora, si mis soldados tuvieran su puntería ya habríamos ganado la guerra a España”, dijo él, y aquella broma marcaría el inicio de un gran amor.
La chispa fue inmediata y el escándalo mayor, puesto que Bolívar era viudo y libre, pero Manuela no. Pero a partir de ese día ya nada pudo detener el curso de esa pasión. A Manuela ya nada le importó; abandonó a su marido y se volvió la compañera eterna y fiel del libertador. Lo acompañó de cuerpo y alma hasta el final.
Era difícil amar a un hombre tan lleno de causas y destino, y esa historia tuvo un sinfín de encuentros y desencuentros, pero el amor siempre pudo más. Un año después de aquel primer momento, Bolívar incorporó a Manuela a su Estado Mayor, dejando a cargo de ella la secretaría y el archivo general del ejército. De hecho, Manuela fue la única mujer con rango de oficial que participó junto a Sucre en la batalla de Ayacucho, la cual concretó la independencia de Perú. Luego se marchó a Bogotá, donde en el año 1828 defendió a cuerpo y espada a su hombre, cuando un grupo de sicarios lo quiso asesinar. Valiente y aguerrida, fue el mismísimo Bolívar quien la apodó “la libertadora del libertador” a partir de ese suceso.
Era difícil amar a un hombre tan lleno de causas y destino, y esa historia tuvo un sinfín de encuentros y desencuentros, pero el amor siempre pudo más.
Manuela transformó la vida de Bolívar al punto que en alguna ocasión él dijo que, en este mundo, ella fue quien lo domó. En 1830, cuando el héroe encontró la muerte, Manuela creyó enloquecer e intentó el suicidio. No podía concebir respirar sin él. La salvaron unos vecinos, pero desde entonces ya nada fue igual.
Sus enemigos políticos la obligaron pronto a partir al exilio, y cuando en 1835 intentó volver a Ecuador no le concedieron esa opción. Cansada ya de tanto trajín revolucionario, se asentó al norte de Perú, y ahí pudo encontrar sustento como vendedora de tabaco y traductora de inglés.
Empezaría entonces la etapa de los suspiros y recuerdos en la memoria de aquel amor.
Un 23 de noviembre, cerca de cumplir sus 59 años de edad, se la llevó la muerte en medio de una epidemia de difteria que devastó la región. Su cuerpo fue sepultado en una fosa común y, por riesgo de contagio, quemaron todas sus posesiones, incluido gran parte del acervo de sus cartas de amor.
En su momento, Manuela fue ferozmente criticada por esa actitud extrovertida, por la lucha armada al lado de su hombre y por arriesgarse a vivir sin miedo aquella gran pasión. ¡Pero qué podían importarle a ella las habladurías, si había tenido en esta vida el privilegio de amar como ella amó!
Por eso en este febrero de enamorados, se brinda por ese tipo de amor. ¡Salud!