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El regalo de estar presentes

La atención y su impacto en la subjetividad actual

“Dime que quieres el tipo de cosas que el dinero simplemente no puede comprar”

JOHN LENNON/PAUL MCCARTNEY

En este mundo posmoderno e hiperconectado, donde los vínculos se reducen a redes y transacciones, puede ser que hayamos caído en el error de juicio de colocar también al amor en el carrito de compras de Amazon, de reducir su valor a una mercancía, a una con- veniencia, a algo utilizable y, en consecuencia, desechable, pero con la diferencia de que no es un producto, sino un don y, por supuesto, no se puede comprar, aunque, claro, para todo lo demás existe la tarjeta de crédito conocida.

Para Jacques Lacan, psicoanalista francés, el amor es “dar lo que no se tiene a alguien que no es”. Esta aporía (paradoja, contradic- ción) significa que el pedido o la exigencia a alguien —a diferencia de la demanda simple de algo específico, como comida si tenemos hambre— es pedir nada. Es decir, una cosa que sea prueba de amor como una carta, un men- saje de WhatsApp, una llamada, una mirada, el vaso de agua en la noche que piden los niños (que en realidad solo es nuestra atención) son ese “algo” que expresa que somos importantes para el otro y que el otro está ahí para nosotros.

Por otro lado, la demanda de amor implica demostrarnos incompletos; pedimos lo que nos falta, lo que solo el otro puede dar y, con ello, quedamos a merced de su respuesta, pues aceptamos que el amor es algo que “no se nos puede entregar del todo” y tampoco es posible satisfacer todas las necesidades. Esto nos fuerza a admitir que “nos falta algo” y por eso resulta tan difícil amar para el narcisista, que considera que todo lo tiene.

El discurso capitalista, como lo describe Lacan, “domina el orden social actual debilitando los lazos sociales” porque ha convencido al sujeto de que el objeto de amor (afecto, satisfacción, felicidad, presencia, disposición) puede suplirse con los gadgets (objetos de consumo) que funcionan como antídotos para tapar la falta que nos constituye, pero que, claramente, no se completa al comprar o consu- mir más y más cosas, sino construyendo una subjetividad desde y con los demás, a través de las experiencias y el mundo simbólico, el de las palabras, los afectos, el conocimiento.

Muchos profesionales del ámbito educativo e intelectual coinciden en que asistimos a un acelerado declive de la cultura. A pesar de la exuberancia de la tecnología y la verborragia vacía de las músicas más populares, vemos cada vez más un vocabulario empobrecido, precarizado, donde los stickers y emojis reem- plazaron a las palabras, y la degradación, a la literatura y a los poemas.

Faltan y fallan las ideas y conceptos para describir sentimientos y evocar pensamientos, ya que el imperio de las imágenes nos aleja de la comunicación para atraparnos en un voyerismo infinito a través de las redes y las pantallas donde miramos y nos miran. Por supuesto, existe toda una contracara también, pues la tecnología enriquece si sabemos utilizarla a nuestro favor. Pero eso es difícil para un niño o joven atrapado en los reels adictivos e idiotizantes de los que no pueden escapar por la dosis de dopamina que liberan.

Esto construye una subjetividad nueva, diferente, de la que no podemos presupuestar todavía si es o será mejor o peor, pero a razón de los síntomas actuales como depresión, ansiedad, insatisfacción, vacío y falta de sentido y deseo, adicciones de todo tipo, ludopatía, entre otros, es necesario poner en tela de juicio hacia donde encaminamos nuestros objetivos en la vida: a la búsqueda imperiosa tener más y más cosas o a la ambición de invertir nuestro tiempo y energía en evolucionar como seres humanos.

NUNCA ES SUFICIENTE

En el documental de Netflix Compra ahora: La conspiración consumista sorprende la cantidad de basura que genera el mercado cada año, porque adquirimos cada vez más al tener acceso fácil y rápido a las aplicaciones dedicadas a generarnos necesidades y a la ten- tación de tenerlo todo con un clic. La pandemia del consumismo que logró instalarse como un virus troyano en el software humano de forma alienante y hasta compulsiva fue causada por la pérdida paulatina del sentido de la vida, que se da cuando ya no se tiene fe en la palabra, en el otro; la ruptura de los lazos sociales que de vez en cuando vemos detonar en la euforia del fútbol o las ideologías, sin consistencia real, solo fanatismo.

Es importante volver a jerarquizar la palabra como herramienta de vinculación y construcción de subjetividad humana y, por supuesto, entender su relación con el amor, ya que la vida se construye de la experiencia con los demás. Los objetos que tenemos solo son complementos, pero no son el objetivo, ni tampoco el camino a la felicidad aunque, des- de pequeños, ya asociamos la plenitud con los regalos, que a las puertas de las fiestas de fin de año despiertan toda la euforia y sensibilidad.

EL AMOR EN TIEMPOS DE ODIO

En el libro del mismo título, del psicoanalista argentino José Eduardo Abadi, dice: “Hoy en día, las adicciones toman las más diversas vestimentas. Desde lo que parecía un inocente celular que facilitaba la comunicación, a la ludopatía. Vivimos conectados en vez de rela- cionados. Y lo que es peor, empezamos a creer que se trata de lo mismo. ¡Qué lejos se encuen- tra todo esto del amor! Atravesamos una época que nos otorga pocos anticuerpos protectores contra la soledad, porque estar acompañados es registrar a los demás, la presencia del otro y su reconocimiento. Esta atención plena resulta fundamental para la construcción de un argu- mento de vida, para darle sentido, empezando en la infancia, donde los bebés no piden más que la mirada y la atención de la madre. La fuerza que dan los vínculos son los que habilitan la empatía, la generosidad y la compasión. Sin estos valores no hay lazos posibles”.

Cuenta la experiencia con un paciente que le dijo que había muerto el padre de su amigo y este estaba desolado. “¿Qué puedo hacer por él?”, le preguntó. Abadi respondió que hiciera lo principal: que lo mimara. “El mejor antídoto contra la soledad que abruma se trata nada menos que de la ternura”.

Hoy día tenemos cada vez menos tiempo para estas “exigencias” del otro y, precisamente, la ternura requiere disposición, tiempo y entrega, cosas que pocas personas pueden dar, pero existen. Son aquellas que dedican su energía convertida en amor y vocación; madres, padres, profesoras, directoras, niñeras, abuelos, entrenadores deportivos, líderes religiosos o espirituales, cuidadores, políticos, intelectuales, personal de blanco, entre muchos otros, que se encuentran dispuestos al cuidado desinteresado de quien lo necesita. Quien sirve a los demás es capaz de registrar al otro como sujeto (y no solo como objeto de conveniencia o de lucro, como mero trabajo) y también cui- da su salud mental y emocional, aunque, por supuesto, no busca nada a cambio.

NO SE PUEDE VIVIR DEL AMOR, PERO NO SE PUEDE VIVIR SIN AMOR

Resulta paradójico que, en tiempos en don- de estamos saturados de cosas, donde supuestamente no falta nada, donde lo tenemos todo resuelto —gracias o mediante la tecnología y la inteligencia artificial—, donde se tapa toda falta y aburrimiento posible, de forma inmediata y compulsiva, como con los scrollers infinitos en las redes, los atracones de series, las adicciones… para el ser humano, el amor todavía sigue siendo refugio necesario y trascendental, al ver como seguimos apostando a la pareja, a la familia, a estudiar, a tener un oficio o una pasión, una vocación, que requiere tiempo, disposición y responsabilidad.

Amar sigue operando como revolución subversiva para sobrevivir en un mundo dondeel odio, las guerras, el utilitarismo, el consumismo salvaje, la deshumanización y la desconexión de los vínculos han llegado a extremos quizás nunca vistos. Lastimosamente, no se pueden comprar valores como la paz, que con una transferencia pondría fin a los conflic- tos desatados por la falta de comunicación y mediación que solo la palabra puede ofrecer. Si eso hubiera sido posible, terminarían los sufrimientos como las guerras, los conflictos de pareja, el bullying y más, ya que aparente- mente el precio de perdonar o solucionar los problemas es mucho más caro: se paga con la vida.

Pero no se puede comprar la salud mental, el amor propio ni el criterio. Todos son aspectos del orden del don y de la construcción subjetiva, de un trabajo personal y elaborado por donde podemos caminar hacia la plenitud y la realización personal, y no (solamente) a través de los objetos de consumo que, por supuesto, no están demás y nos sirven para vivir con mayor comodidad, calidad y, ¿por qué no?, lujos, pero que no deben confundirse con la felicidad o el valor personal. El amor y la ternura siguen siendo el eje y la fuerza generadora de sentido más importante que existe y, por esa misma lógica, no tienen precio de mercado.

Las opiniones expresadas son de exclusiva responsabilidad de la autora del artículo. Para más información y consultas, escribí a gabrielacascob@hotmail.com
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