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Familias políticas

Cómo integrarnos en armonía

Cuando empezamos una historia sentimental, no dimensionamos la importancia de la armonía entre las familias de ambos y su implicancia en el posible devenir y futuro de la relación. A medida que va avanzando, además de conocer mejor a la pareja también vamos conociendo a su entorno.

La relación con la familia política suele ser complicada. Por lo general, si uno dice que tiene un buen relacionamiento con los suegros (en especial con la suegra) se considera una bendición.

Para las mujeres, este proceso de conocer a la familia es trascendental porque, instintivamente, nos nace el deseo de entablar una relación positiva con la familia que nos toque en suerte. Es que las mujeres tenemos la misión innata de unir, hablar, resolver diferencias y, más adelante, con los hijos, buscar brazos y miradas confiables que nos ayuden en la difícil tarea de criar y encaminar nuestra propia familia.

Cuando formalizamos una relación, nosotras pensamos más allá. Vemos la importancia de que nuestros hijos puedan contar con sus tíos, abuelos y que, por supuesto, pueda crecer rodeados de primos, lo cual hace más llevadera la vida, rodeada de personas con las que uno puede contar desde joven. Es por eso que entablar una buena relación con la familia política suele ser un desafío, a veces estresante, si surgen demasiadas diferencias o bloqueos emocionales.

Hablamos de la importancia de saber lidiar con estos problemas y diferencias, para intentar evitar que los conflictos conviertan a los familiares en perfectos desconocidos y para que la entrada a la familia política de la pareja sea triunfal y llevadera para todos.

Podemos filtrar amistades, pero no a la familia

Cuando conocemos el entorno de nuestra pareja siempre aparecen algunas amistades a las que preferimos evitar. A la larga, se enfrían algunas de estas relaciones y logramos distanciarnos de personas que sentimos que no suman.

Pero con la familia no podemos aplicar este embudo, ya que serán habituales las reuniones conjuntas, los cumpleaños, las navidades, etc. Los conflictos aparecen porque cada familia es educada con ciertas particularidades, y cuando estas no encajan entre sí es cuando aparecen los problemas.

Sabemos que no todas las familias son iguales; existen padres autoritarios, sobreprotectores, desapegados, dependientes emocionalmente o manipuladores. Así como la educación que nos dieron es la que determina cómo seremos, también es la que nos va a configurar como futuros padres, aunque conscientemente no querramos repetir el mismo patrón de crianza con el que crecimos. En algunas cuestiones, este patrón se activa como piloto automático, y algo de lo que hemos renegado de nuestros padres terminaremos repitiendo en la crianza; por ejemplo, los mismos prejuicios, miedos o críticas.

Por supuesto, la educación que hemos recibido puede ser opuesta a la impartida por los padres de nuestra pareja y, por lo tanto, pueden aparecer las diferencias. Y es allí donde tenemos que encontrar la fórmula para fusionar lo mejor de cada biografía.

Normalmente, suele haber conflicto cuando unos padres tienden a la sobreprotección o a los vínculos simbióticos —donde no existen límites claros, algo a lo que nos referiremos como “familias aglutinadas”—, mientras que los padres del otro son más desligados; es decir, tienen los límites más marcados. Quien haya crecido en el seno de una familia desligada tenderá a ser más autónomo e independiente y, por ende, llevará bastante mal que se “entrometan” en su vida y su relación. Por el contrario, quien haya crecido en una familia aglutinada percibirá esa autonomía e independencia como algo negativo, como si le quisieran arrancar a su familia.

¿Cómo podemos aprender a lidiar con la familia política?

No existe un manual para lograr una relación armónica con la familia política, pero sí podemos trabajar sobre nosotras mismas para que esa relación no afecte la pareja:

ENTENDER EL ORIGEN DE TODO. En la convivencia, veremos algunas actitudes y costumbres de la pareja que nos pueden señalar su estilo de crianza y experiencia de vida. Una paciente mía me comentó que su principal problema recae en la rutina diaria. El marido le observa que ella debe tener listo el almuerzo a cierta hora y de cierta manera, mientras que, en su casa, esta costumbre no era importante, ya que todos comían fuera de casa porque trabajaban en diferentes horarios y cada uno se servía la comida como quería y cuando quería; es más, era el padre quien cocinaba y servía la mesa.

En estos casos, la negociación debe empezar por hablar de la experiencia de cada uno y comprender por qué son importantes o no algunas rutinas, y cuáles pueden preservarse sin que moleste demasiado al otro, o cuáles pueden actualizarse. Esto se logra marcando límites claros, pero a veces cediendo en algunos aspectos que no nos representen un esfuerzo extremo.

SER UN POCO MÁS TOLERANTE Y RESPETUOSO. Significa saber elegir las batallas a librar. Hacer el esfuerzo de entender que no podemos cambiar todo ni digitar a nuestro gusto todas las cosas, es aceptar que van a haber situaciones que aunque a nosotras no nos guste, a la otra persona o familia sí.

TRATAR DE HACER COSAS QUE SUMEN EN LA PAREJA Y EVITAR AQUELLAS QUE RESTEN. Es importante pensar en lo que podría estar perjudicando a la relación; por ejemplo, discutir siempre por lo mismo. Si trabajamos en la tolerancia vamos a lograr entender a los demás, y solo así podremos llegar a acuerdos sostenibles en el tiempo, de lo contrario, la frustración por haber transgredido un acuerdo puede generar desconfianza y malestar.

LEY DE VIDA: NO CRITICAR A LA FAMILIA ASCENDENTE. A nadie le gusta que le digan lo malos que son sus familiares, tenemos que saber que solo el familiar puede criticar sin filtros a su propia familia, y no por eso caer en el error de juicio de considerar que nosotras también tenemos ese derecho o libertad. “La sangre pesa más que el agua”, se dice, así que es importante tener en cuenta que esta es una ley inapelable. Así que recordarle que su madre tiene tal o cual defecto, lejos de ayudar, puede fragmentar la relación.

Podemos desahogarnos con amigos o con el psicólogo, pero lo más prudente es mantener al margen a la familia de origen, ya que puede marcar un precedente en las reuniones conjuntas. Si le hablamos mal a nuestra madre de la suegra, es probable que en la cena de navidad (por ejemplo) nuestra madre no esté muy abierta ni amigable con nuestra suegra y el malestar se haga expansivo.

Y por último, la aceptación de la familia política que nos ha tocado, es también intentar conocerlos y amarlos como son, descubriendo rasgos y semejanzas que aparecen en nuestros hijos, abrazando este encuentro “cósmico” que nos fusionó a partir del amor y la apuesta por la familia que hemos elegido tener y construir. Y si estamos empezando, entender que cuando conocemos a una pareja, esa persona viene con un combo real y otro simbólico, con personas de carne y hueso con las que nos vamos a relacionar; y con costumbres, ideas y emociones con las que tendremos que lidiar, enriquecernos y aprender a convivir

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