El legado de Migliorisi
El recordado Ricardo en su faceta de vestuarista
El paso de Ricardo Migliorisi por el arte nacional dejó huellas fantasiosas que se mueven en el plano de lo onírico. Y aunque lo conocemos por sus inconfundibles obras en serie con gatos, equilibristas y bailarinas como protagonistas, su talento también revolucionó el campo del diseño de vestuario para el ballet. De la mano de los reconocidos coreógrafos Miguel Bonnin y Marisol Pecci, así como de la curadora Lía Colombino, recordamos este aspecto poco explorado de la trayectoria del multidisciplinario artista.
A lo largo de su vida, se desempeñó como arquitecto, artista plástico, pintor y dibujante, pero definirlo va más allá de citar sus medios de expresión. A cinco años de su partida, hasta hoy existe un consenso en que la aparición de Ricardo Migliorisi reestructura lo establecido en una escena paraguaya oprimida.
De ascendencia italiana, Ricardo nació el Día de Reyes, el 6 de enero de 1948, en Asunción. Las artes formaron parte de su niñez y moldearon su futuro. Bebió del cine, el teatro, el ballet y las revistas de moda, pero fue en el taller de la recordada artista y docente paraguaya Cira Moscarda donde exploró su potencial creativo.
En los 70 se unió al conocido grupo de teatro Tiempoovillo, lo que marcó definitivamente su acercamiento a las tablas como actor, escenógrafo y vestuarista. En los años posteriores, entre sus tantas ocupaciones, Migliorisi colaboró activamente con el diseño de los trajes para el Ballet Clásico Moderno Municipal (BCMM), dirigido por el coreógrafo Miguel Bonnin, así como con la Escuela de Ballet de Marisol Pecci.
UNA PRESENCIA REVOLUCIONARIA
Para Lía Colombino, actual directora de la Fundación Migliorisi y del Centro de Artes Visuales/Museo del Barro, la figura de Ricardo recorre muchos años de la historia del arte en el Paraguay desde los 60 hasta su muerte, el 14 de junio de 2019. “Es una larga trayectoria, porque él inició muy joven y siempre mantuvo una línea de trabajo disruptiva, que generalmente tomaba ciertos elementos del cine y abrevó también de lo kitsch”.
Migliorisi era un amante del cine de oro de Hollywood, que generalmente se ubica desde la década de 1910 en adelante. Por ello, las referencias a este periodo de la cultura pop se encuentran en sus trabajos desde su era inicial. Estos elementos tomados de su afición por el séptimo arte sirven para expresar una necesaria crítica social, inserta en el contexto autoritario en el que él comenzó a formar parte de la escena.
“Tiene un contenido irónico y sexual que irrumpe en el Paraguay de los 60, una escena muy pacata y conservadora hasta el día de hoy. Migliorisi marcó una presencia muy importante porque desafió prejuicios siempre en clave de humor”, explica Colombino.
Él inició muy joven y siempre mantuvo una línea de trabajo disruptiva, que generalmente tomaba ciertos elementos del cine y abrevó también de lo kitsch
Lía Colombino, directora de la Fundación Migliorisi y del Centro de Artes Visuales/Museo del Barro.
UN VISIONARIO CON SELLO PROPIO
Hasta hoy, para Miguel Bonnin, la partida de Ricardo dejó un vacío irremplazable en la escena nacional, no solo en materia de artes plásticas, sino también sobre las tablas del país. El coreógrafo enfatiza que trabajar con él fue un verdadero placer: “Era una persona de increíble creatividad, muy sabia y con un conocimiento profundo de las artes escénicas, una libertad de pensamiento que le permitía dar su toque personal a la obra que uno le pedía”.
Entre las puestas mejor recordadas de esta compañía teatral se encuentran Francesco, Las moradas de Teresa, Romeo y Julieta, Giselle y Tiempo para el indio. Todas ellas, con trajes firmados con el sello inconfundible de Ricardo Migliorisi. Con una sonrisa de oreja a oreja, Miguel recuerda con mucho orgullo Romeo y Julieta en la que, nada más y nada menos, Carlos Colombino diseñó la escenografía para las vestimentas de Migliorisi.
Era una persona de increíble creatividad, muy sabia y con un conocimiento profundo de las artes escénicas, una libertad de pensamiento que le permitía dar su toque personal a la obra que uno le pedía
Miguel Bonnin, director artístico del Ballet Clásico Moderno Municipal (BCMM).
Esta obra fue particularmente especial no solo por la unión de tres de los nombres más grandes de la escena local, sino también por el vestuario que tuvo como resultado. “Él aportaba fantasía. Trabajamos en muchas producciones, pero siempre, siempre sin excepción, los trajes eran diferentes. Era todo un creador y, en este caso, llegó con el diseño de los Capuleto lleno de mariposas, víboras y los más diversos elementos que se le podía haber ocurrido, porque Ricardo era así, pura fantasía y muy atrevido”, relata Bonnin.
No podía haber sido de otra forma. Sea cual sea el campo en el que se adentrara Ricardo, su estilo personal daba el toque final a la creación. Desde las pinturas y los dibujos por los que es tan recordado hasta los trajes de baile, su impulso buscaba nadar a contracorriente. “No le importaba salir de los parámetros acostumbrados, es más, no le gustaba lo convencional. Pero también respetaba la época, se ubicaba en ella para concebir los diseños. Entonces, le agregaba elementos de su imaginación, su propia visión”, puntualiza.
Aquí tenemos el ejemplo de Francesco, donde Migliorisi se remontó a la indumentaria de la vieja Italia, pero no se encerró en ella, sino que la tiñó del mundo onírico en el que vivía. Este deseo se manifestó en un cuidado puntilloso de todos los aspectos del traje. Para romper el convencionalismo, el vestuarista jugaba con el color y la textura
“Así como en sus pinturas, su uso del color no tenía límites. Yo recuerdo que, cuando me iba a su estudio, siempre tenía una paleta de mariposas y, en ella, no había fronteras para combinar los tonos, aunque sí algunos pigmentos que le gustaban más, como el fucsia y el lila”, recuerda Bonnin.
En esa misma línea de importancia se encontraba la textura. “Él compraba la tela de la modista personalmente. Se involucraba de lleno en todos los detalles de la confección. Lo que no le gustaba, hacía que se cambiara enteramente. Se encargaba de comparar las perlas, los botones, los apliques; tenían que ser exactamente como él quería”, cuenta el coreógrafo.
Como buen amante de las artes escénicas, Migliorisi no se quedaba encasillado en su labor de vestuarista, sino que también se involucraba en la producción y, si la obra de ballet cautivaba su corazón, no se perdía las funciones oficiales.
Un ejemplo es Las moradas de Teresa, un ballet inspirado en Santa Teresa de Ávila. “Vino a todas las funciones y subió a saludar también, lo que fue todo un honor”, recuerda Bonnin.
FANTASÍA SOBRE LAS TABLAS
La reconocida coreógrafa y bailarina Marisol Pecci recuerda que el barrio La Encarnación, en el casco histórico de Asunción, era cuna de artistas. Al lado de su casa vivían la arquitecta Beatriz Chase y su esposo, el multifacético Carlos Colombino. En frente se encontraba la casa de la actriz Ana Brun Abente, o Patricia, para los vecinos y allegados. Y a la vuelta, a dos calles de distancia, se asentaba el hogar de Ricardo Migliorisi, quien más adelante se convertiría en un entrañable diseñador de vestuario para la compañía de Marisol.
Si bien la primera obra en la que trabajaron Marisol yRicardo fue el ballet Andanzas en el arca de Noé, en los 80, la sintonía creativa ya se había hecho sentir cuando eran vecinos, en la adolescencia. Por ejemplo, ella recuerda que, en algunas tardes, visitó la casa de los Migliorisi para oír a la madre del artista tocar el piano y conversar con Ricardo.
Andanzas en el arca de Noé marcó el inicio de una amistad que nutriría la creatividad de ambos profundamente. “A él le gustaba este ballet porque no se trataba de la historia tradicional, donde había elefantes, jirafas y leones, sino que eran insectos, flores gigantes, gallinas, gatos y otros personajes tan pintorescos como cotidianos. Le gustaba cómo lo encaramos porque le entusiasmaba proyectar su trabajo desde otros ángulos”, recuerda.
Los diseños de vestuario que Migliorisi ideó para la compañía de Marisol Pecci siempre estaban pensados desde la coreografía. “La dinámica era espectacular. Consistía en ir a su casa allá por el mes de abril para comentarle las ideas que andaban rondando en mi cabeza para el año”, rememora la bailarina.
De la mano del ballet Una americana en París, inspirado en el musical Un americano en París, con coreografía de Marisol Pecci, Ricardo pudo crear sus trajes más extravagantes hasta ese momento. “Dentro de la obra, había un desfile que se expresó de manera coreográfica y que llegamos a presentar en un concurso de talentos de la ciudad de Pilar”, asegura y agrega: “En eso nos entendíamos. Yo nunca quise hacer un ballet convencional y eso le gustaba a él”.
De las cuatro décadas que Marisol lleva al frente de su academia, pocos fueron los años en que Ricardo no colaboró con ella. Toda una vida de sinergia creativa dio como resultado el frondoso archivo de trajes de ballet firmados por el célebre artista, que ella conserva en su escuela de danza.
La dinámica era espectacular. Consistía en ir a su casa (…) para comentarle las ideas que andaban rondando en mi cabeza para el año
Marisol Pecci, reconocida coreógrafa y bailarina.
SU OBRA TEMPRANA
En el marco de La noche de las galerías, durante el mes de julio encontramos una exposición de la obra temprana de Migliorisi en la galería Expresiones. Bajo la curaduría de Osvaldo Salerno y el texto de Ticio Escobar, este recorrido nos muestra una visión sarcástica que, años más tarde, Ricardo expresaría también en la forma de trajes de ballet.
Respecto a la visión creativa con la que teñía su mundo, Ticio Escobar escribe para el texto de sala: “Debe considerarse, además, que el desvarío, el erotismo y el sarcasmo, más que como contestación a los excesos de la razón, actúan discutiendo las represiones y censuras de un sistema político autoritario y un medio sociocultural timorato. Así, promover la libertad de la creación y los delirios de la fantasía constituyen reivindicaciones del derecho a imaginar otros mundos posibles en medio de un paisaje detenido y un clima sofocante”.