Elecciones del amor y el deseo
Cómo construir una relación integral
Actualmente se mantiene una tendencia en donde más personas prefieren estar solteras. Es bueno cuestionarse por qué sucede esto ya que si algo como las relaciones de pareja o el matrimonio, como estructura social, pierden consistencia o credibilidad, quizá sea porque están caducas a razón de las nuevas concepciones de libertad que tiene el ser humano actual. Si analizamos la pareja desde los tres registros que, según Jacques Lacan (psiquiatra y psicoanalista francés), construyen el campo psíquico humano —lo real, simbólico e imaginario— resulta interesante.
Una breve explicación: se define como lo real al mundo tangible, el objeto, la realidad pura; en tanto que lo simbólico es el campo de las palabras, el lenguaje, lo semántico; y lo imaginario es el campo de la fantasía, la imaginación y las ideas.
Desde el abordaje real y objetivo, vemos que los divorcios son una constante cada vez más visible y normalizada. Desde lo imaginario, si nos piden que pensemos en un modelo de pareja “ideal” o que se mantengan felices y en armonía por siempre —desde Hollywood, pasando por la monarquía, hasta en la propia familia y amigos—, nos llevaría un buen rato elegir a un modelo de “pareja ideal” exitoso; pero si pensamos en parejas que han fracasado, hay muchas. En lo simbólico, y como diría José Luis Parise (psicoanalista argentino y estudioso de culturas ancestrales), “la pareja es ponerse tras las rejas, con esposas”. Cuando se desglosa la palabra “pa-reja” (esposas y esposos), esa es la forma en la que, por lo menos en nuestro idioma, se la significa como una prisión.
Por tanto, luego de estos planteamientos teóricos y otros más subjetivos, la pregunta más bien sería: ¿por qué una persona dejaría de estar soltera, si en todo abordaje —real, simbólico e imaginario— la pareja es sinónimo de coerción? Estos planteamientos son escasos o nulos antes de embarcarnos en una relación, tal vez porque suena políticamente incorrecto cuestionarse sobre el amor y porque en Occidente se idealiza tener pareja como meta trascendental en la vida.
Por tanto, la única forma de construir una pareja o familia integral quizá sea desde una toma de consciencia sobre cómo estamos configurados para arribar a una relación, y no solamente justificados porque Cupido nos lanzó una flecha por la cual caímos en una ceguera de amor que no cuestiona nada, o para encajar en un constructo social aceptable o deseable como la familia, núcleo de una sociedad (no tan sana).
El amor es un afecto de pertenencia y trascendencia, pero el deseo es la motivación, la fuerza, lo novedoso y lo que da plenitud y felicidad.
Formar pareja desde el amor y el deseo de construir un vínculo integral con una persona, y de allí conformar una familia, es quizá la ambición de muchas personas, pero a veces con solo idealizar esto no basta, es necesario trabajar la voluntad de limar instancias inconscientes para tener una relación exitosa y no tan neurótica, sobre todo para quienes luego tienen hijos.
El problema de la división entre el amor y el deseo
En la pareja se conjugan contradicciones en donde, por ejemplo, la más común es que el amor y el deseo no sintonicen. Esto se observa en hombres y mujeres. Por dar un ejemplo en el hombre: ama a su pareja o esposa, pero desea sexualmente a otra (u otro). La construcción de esta neurosis se puede dar, porque el primer objeto de amor y deseo para el niño es la madre. El bebé ama a la madre, pero también la desea, en tanto es quien satisface sus necesidades de afecto y sensaciones físicas, pero esto necesita un corte que proviene del padre, quien reclama a su mujer señalando al hijo que él es la pareja de la madre y que es a él a quien ella desea. Este corte es necesario para que la simbiosis madre e hijo pueda romperse y el niño pueda constituirse como sujeto, y así también pueda resolver el Edipo.
Pero en esa división, la lectura o mandato inconsciente que puede quedar es que “en casa puedes amar a mamá, pero no la puedes desear”. Entonces ese niño, devenido hombre, ama a la esposa que queda en casa, pero desea a la mujer que está fuera de ella, fuera del campo filial, para huir del fantasma del incesto de una forma sintomática, claro, con mucha culpa y malestar.
Aquí se configura una peligrosa dicotomía en el sujeto, que ama algo o alguien pero no puede desearlo por un sentimiento de represión y culpa. Ama a su pareja, pero desea a otra persona; o en el campo profesional ama ser médico porque su padre lo fue, o por vocación, pero desea ser artista; o en el hogar, por ejemplo, ama ser madre y ama a sus hijos, pero desearía poder viajar por el mundo. Si bien uno se puede sentir realizado a través de lo que ama, la infelicidad acecha porque uno no hace lo que desea y siempre se cuestiona.
El amor es un afecto de pertenencia y trascendencia, pero el deseo es la motivación, la fuerza, lo novedoso y lo que da plenitud y felicidad. Estas dinámicas inconscientes pueden resolverse mediante el análisis, cuando una persona considera que en la vida le falta algo de felicidad en cualquier contexto o, por el contrario, cuando le falta trascendencia o realización y le es difícil integrar ambas en su vida, ya sea en su pareja o profesión.
Amar también es una decisión
El mito de que existen las almas gemelas o que el amor a primera vista causado por una flecha de Cupido nos arroja a un enamoramiento pasional, no puede ser considerado, al menos totalmente, como una buena pauta para la elección de una pareja. Lo mismo pasa cuando decidimos hacer una inversión en un negocio importante en la vida: uno analiza todo, y si en esos casos uno suele guiarse solamente por la primera “corazonada” puede ser peligroso.
En la elección de pareja tampoco podemos decidir sobre algo pasional o ciego. Muchas veces, escuchamos arrepentimiento en la queja de hombres y mujeres que no se dieron la oportunidad de conocer y apostar por alguien con quienes se sentían más estables emocionalmente, y que eligieron a una pareja porque se enamoraron “perdidamente” (primó el deseo). El enamoramiento dura ocho meses como máximo, luego, más temprano que tarde, aparece la realidad, y es ahí donde también opera la razón por sobre la pasión.
Empezar con ese análisis un poco antes y, por lo menos, decidir de una forma consciente con quién comprometerse, quizá sea una forma menos romántica pero más lúcida de elegir.
¿Se puede elegir a la pareja de forma consciente o racional?
Es posible, aunque no es la regla. Podemos empezar por preguntarnos si realmente somos libres al elegir tener una relación de pareja. Todos pensamos que somos libres al decidir
qué hacer en la vida, pensamos que hacemos lo que queremos, pero la verdad es que todos hacemos lo mismo, casi al mismo tiempo, como interpelados por una motivación externa o por un mandato social o familiar.
Las personas que deciden estar solteras saben sobre esto. Constantemente sufren cuestionamientos de por qué no están en pareja o por qué no tienen hijos; pero, sin embargo, las
personas que están en pareja no se cuestionan otras cosas mucho más profundas con respecto a sus deseos, y eso también es notable.
La intención de este artículo no consiste en hacer juicio de valor sobre qué estado civil o social es mejor o peor que otro, solamente analizar las decisiones que tomamos en la vida con respecto a los vínculos amorosos y sobre qué base lo hacemos. Estar en pareja, sin duda, es una de las formas que tiene el ser humano para crecer como persona (aunque no la única) y representa un desafío importante.
La convivencia nos permite observarnos en un espejo en el que, de otra forma, no lo podríamos hacer. La pareja puede sacar lo mejor y/o lo peor que tenemos, puede despertar las pasiones más poderosas que pueden plasmarse en la realidad; hermosos hijos, proyectos en común, sueños a realizar. Ser conscientes de cuáles emociones se van tejiendo en una relación, para saber si vamos a crecer o no en ella (tejido emocional que luego heredarán los hijos), también es una responsabilidad de a dos —y de una elección de formar una pareja en donde el amor y el deseo construyan un vínculo de trascendencia—, pero también de plena felicidad impulsada por el deseo real de estar con alguien.