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Ideologías

Realidad que supera la ficción

Mientras se vulnere el derecho y la libertad de una mujer, en cualquier parte del mundo, no podemos denominarnos humanidad.

Anónimo

La serie de televisión El cuento de la criada, emitida por HBO y protagonizada por Elisabeth Moss, es la historia de una mujer obligada a la esclavitud sexual que lucha por sobrevivir en Gilead, una sociedad totalitaria y posapocalíptica situada en un futuro distópico, en lo que era Estados Unidos. Plantea la posibilidad de que se instalen regímenes totalitarios e ideologías radicales, propiciadas por la caída de la verdad, la desconfianza en la democracia, la falta de liderazgo y la epidemia de corrupción y desigualdades por las que atraviesa la humanidad en ese porvenir, sin mencionar las catástrofes naturales y la caída de la fertilidad. Pero ese discurso no es más que otra forma de alienación, que solo busca resguardar los intereses de las clases dominantes de una sociedad machista y clasista… ¿Suena familiar? 

Lo atemorizante de la serie es con qué naturalidad se instala este “nuevo orden” mundial. Empieza por cortar el acceso a cuentas bancarias de mujeres, y luego las arrea para servir como procreadoras y engendrar soldados para la militancia del régimen; las elimina del escenario público y viola todos sus derechos, además de sus cuerpos. No en vano Jacques Lacan, psicoanalista francés, dijo: “En la única ciencia que creo es en la ciencia ficción”. Esta misma pesadilla la estamos viviendo ahora, en pleno siglo XXI. 

Las mujeres de Afganistán, luego de casi 20 años, vuelven a temer por sus vidas. Una vez más la realidad supera la ficción, ya que, así como en la serie se abordan las consecuencias de la radicalización religiosa, en la vida real estamos asistiendo a las mismas atrocidades en tiempo real y con una impotencia y silencio que ensordecen: uso obligatorio del burka que las cubre por completo, restricciones en la educación de niñas, castigos brutales, casamientos obligatorios con talibanes, ejecuciones públicas, entre otras aberraciones. 

Las ideologías que nos constituyen

Desde nuestra perspectiva, todo lo que está pasando en Medio Oriente es inaceptable; sin embargo, ideología no solamente tiene que ver con cuestiones políticas y religiosas extremas, pues naturalmente la concebimos de diferentes formas. Es cierto que puede ser “un sistema de ideas que promocionan y legitiman intereses políticos o religiosos”, pero en un sentido social es “el conjunto de ideas, costumbres y creencias que simbolizan los conceptos, valores y prejuicios de la vida en sociedad”. En su polo negativo, las ideologías son aquellas “creencias que oscurecen la razón e impiden entender correctamente la realidad”. Con este último concepto, de inmediato pensamos en grupos fundamentalistas o como mínimo en sectas y tribus urbanas. 

Pero lo cierto es que cada día y en todo momento nos relacionamos a través de ideologías, aquellas que han sido acatadas por casi todos, en un consenso masivo sin muchos cuestionamientos. Son los pensamientos dominantes que toda sociedad genera. Desde maquillarnos porque somos mujeres, hasta lo que comemos; cómo criamos a los hijos, con llantos o sin lágrimas; si vivimos en ciudades o barrios estilo gueto, son todas ideas preconcebidas de cómo debemos actuar de acuerdo con el rol, el género, el estatus, la fe y las diferentes condiciones sociales y culturales que nos edifican como sujetos. 

Necesidades básicas y secundarias

La historia nos confirma que las ideologías llevan al hombre a las atrocidades más extremas; esclavitud, desigualdad de género, persecuciones religiosas. Dos guerras mundiales, el 9/11 y los genocidios en Medio Oriente; hoy día, la pandemia, los pros y antivacunas, y la instalación del régimen talibán, nos enseñan que todo extremo es destructor. 

Pero en un mundo donde la realidad también es extrema, apremia día a día y devasta el espíritu y la dignidad del ser humano; donde las diferencias sociales se fragmentan cada vez más y los “imponderables de la vida” como una pandemia, los incendios, la inseguridad o el descreimiento en los líderes del Estado habilitan al quiebre del sentido común y de los valores, tomar posturas ideológicas parece ser la solución para ciertos grupos que no pueden conseguir sus objetivos a través de otros medios más civilizados, porque cuando la discriminación, el hambre, la enfermedad y la inseguridad golpean a la puerta, las necesidades básicas están por encima de las secundarias y somos capaces de cualquier cosa para satisfacerlas, de creer cualquier promesa. 

Así lo afirmó Abraham Maslow en su Teoría de Jerarquía de Necesidades Humanas, donde defiende que “conforme se satisfacen las necesidades más básicas (parte inferior de la pirámide: fisiológicas, hambre, seguridad, empleo, descanso), los seres humanos desarrollan deseos más elevados (parte superior, necesidades secundarias: moralidad, creatividad, falta de prejuicios, aceptación de hechos, resolución de problemas)”. Queda claro que para pensar bien, debemos sentirnos seguros, sin hambre, lejos de enfermedades y amenazas; pero siempre algún mesías, ya sea político o religioso, se aprovecha, como Hitler, que convenció a una de las culturas más evolucionadas cuando se dio cuenta de que podía devolverles la dignidad al encontrar el chivo expiatorio de su malestar con ideas megalomaniacas. 

Cuidado con el hambre emocional

Desde el plano personal, si estamos emocionalmente hambrientos, nos hemos sentido humillados o indignados, cualquier forma de satisfacción emocional puede calmar la angustia que causa la indiferencia, el odio, las frustraciones y el fracaso, y es allí donde aparecen personas a quienes se podría denominar “vampiros emocionales” que aplauden cualquier acto, por más destructivo que sea, con tal de poseer emocionalmente a otro ser humano y alejarlo de sus amigos y familia. Esto da lugar a una suerte de síndrome de Estocolmo; la persona, para sobrevivir, se identifica con su secuestrador emocional, que lo convence de todo lo que quiera, y no deja espacio para la versión de los demás. 

Las situaciones extremas también nos vuelven vulnerables ante las ideologías. Personas que en realidad buscan intereses propios, pero dicen ser capaces de satisfacer las necesidades básicas; el precio, sin embargo, es como vender el alma al diablo. Por ejemplo, el caso de la violencia doméstica; otro ejemplo son los jóvenes que, al buscar amor, atención y reconocimiento (necesidades básicas del espíritu adolescente), también encuentran en grupos, tribus o sectas un lugar donde satisfacer estas necesidades narcisistas o de visibilización. Hablar y guiarlos de manera asertiva y no opositora es una forma de reencauzar su pensamiento hacia la soberanía de sus ideas y valores, y ofrecerles en casa la atención y el amor que buscan afuera o en las redes. 

Las ideologías igualitarias son una utopía; solo existe la tolerancia

Lo cierto es que un mundo que se sostenga a partir de ideologías igualitarias es una utopía, así lo demuestra un estudio que desmiente la teoría de género. La llamada Ideología de Género es un mito que se desmintió en Noruega, país que gastaba más de 56.000.000 de euros en investigaciones y promociones sobre la supuesta igualdad de género. 

Según la ideología de género, ser hombre o mujer no es una cuestión biológica, sino cultural. Son roles que se adquieren y se deciden influidos por la cultura, la educación y el entorno; es decir, no se nace hombre o mujer, sino que uno se hace hombre o mujer. Pero esto se desmiente en el análisis de un productor de documentales televisivos y sociólogo Harald Eia, presentador noruego, a quien le intrigó el hecho de que, a pesar de todos los esfuerzos de políticos e ingenieros sociales para eliminar los “estereotipos de género”, las chicas optaban por profesiones femeninas (enfermería, docencia, etcétera), mientras que los chicos elegían carreras masculinas (ingeniería, construcción, etcétera). 

La ideología de género domina las estrategias políticas de igualdad entre hombres y mujeres, en lugar de partir de las diferencias entre sexos, de su complementariedad y sinergias y, sobre ellas, construir sociedades más humanas, ricas y sostenibles. El sentido común no es otra cosa que la ideología de la clase dominante, no hay pensamientos libres, soberanos, neutrales, limpios de contaminación ideológica o subjetividades ajenas; es algo que tenemos que aceptar. 

La posibilidad de que haya gente que no crea en nada es una ilusión. Si nos consideramos “neutrales” sencillamente somos indiferentes ante las necesidades de una sociedad que, por culpa de los discursos populistas, cava su propia fosa. Quizás la postura más radical que podemos tomar es reconocer que, desde el lugar, el rol y el trabajo que nos toque, tenemos una influencia trascendental en el cambio hacia una hegemonía cultural a partir de la tolerancia. Acompañar el proceso de transformación de los sistemas enfrentados, que no hicieron más que dividir al mundo en polos opuestos y en discursos binarios, es buscar la manera de crear espacios donde estos extremos se complementen y evolucionen con sus diferencias, pero de la mano, para sostenerse mutuamente.  

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