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Vacaciones de la dictadura del placer

Cómo disfrutar del tiempo libre sin imposiciones

El verano es sinónimo de vacaciones y la gran mayoría hace el éxodo hacia lugares paradisiacos para desconectarse de la rutina diaria. Pero, muchas veces, escapar de las obligaciones resulta más cansador de lo que imaginamos. Las expectativas que teníamos del viaje de relax y el descanso anhelado se convierten en un itinerario infinito de actividades y lugares por conocer, fotos que realizar para las redes sociales por el efecto “escaparate” del que casi nadie escapa, y excesos en las comidas y bebidas, lo cual somete a nuestro cuerpo a una tiranía del disfrute, pues debemos hacer- lo todo en poco tiempo, para no desperdiciar nuestra inversión.

Esta dinámica, lejos de acercarnos a un contacto con lo que deseamos y con la función “ideal” del tiempo libre, nos hace chocar con un sinfín de actividades que, si bien las teníamos planeadas como un sueño por realizar antes del viaje, al momento de tener que cumplirlas todas, se convierten en una pesadilla. La dictadura del disfrute en vacaciones es un abismo al que fácilmente podemos caer, guiados por las voces de un mandato superyoico inconsciente instalado indirectamente por lo que vemos en redes y en las ofertas de viaje que exige la estación veraniega: “tenés qué divertirte, tenés qué conocer, tenés qué recorrer”, como lo hacen todas estas personas que parecen estar pasándola tan bien en sus publicaciones, pero que probablemente en la realidad estén más cerca de un colapso nervioso que del nirvana.

Pero, afortunadamente, hoy día ya estamos más advertidos sobre lo que vemos en redes y muchos sabemos que “no todo lo que parece, es”; por tanto, atestiguar el disfrute de amigos o famosos se convierte en lo que la persona que lo vea esté preparada para interpretar: un mandato y exigencia que le dice que “también tiene que estar haciendo lo mismo o procurando su felicidad en vacaciones” y sentir culpa si no, o aquellas personas que ven estas experiencias como lo que son, vivencias personales, inspiraciones para algún día hacer lo mismo (o no), la elección de cada uno para disfrutar de su tiempo libre como le plazca, lo cual no tiene por qué ser igual para todos, ya que la felicidad es subjetiva, pasajera y, por supuesto, se construye desde el interior, no solamente de experiencias sofisticadas o lugares difíciles de llegar.

LO PERFECTO ES ENEMIGO DE LO POSIBLE

Viajar hoy ya no es como antes. Basta con preguntar a nuestros padres o abuelos cómo lo hacían y ver sus fotos o Polaroids impresas esparcidas en cajas de zapatos o álbumes llenos de polvo para saber cómo llegaron a la torre Eiffel o a las playas de Cancún sin itinerarios o GPS. Actualmente tenemos tanta información sobre el lugar que vamos a visitar y nuestro itinerario está tan repleto de ítems que recorrer y de miles de posibilidades por conocer y degustar, que hemos perdido la capacidad de asombro, porque queremos cumplir con todo lo que con el querido Google hemos planeado.

Al espíritu aventurero lo opacó el fantasma del consumismo y las actividades se convierten en un producto más de la check-list. Solo si cumplimos con todo, o al menos la gran mayoría, nos sentimos realizados con las vacaciones. De lo contrario, no fueron “perfectas”. Sabemos que la perfección es enemiga de lo posible, ya que, si queremos hacerlo todo, terminaremos con cosas sin sustancia, sin sentido, solo para cumplir. Y justamente en vacaciones, deseamos escapar de los compromisos y las obligaciones.

Por tanto, planear demasiado un viaje puede resultar, desde el vamos, agotador. Programar la no programación de los viajes, o al menos destinar uno o dos días sin actividad establecida, ya sería todo un logro para las personas que maximizan todo, quienes deben vivir al máximo. Lo ideal es ir con equipajes livianos, no solamente literales sino también simbólicos, y esperar que las ganas que surjan en el momento sean las que nos sorprendan, lo cual es incluso un ejercicio terapéutico para aquellas personas encargadas de organizar el viaje durante el año. Una desintoxicación de planes aporta libertad, la cual tiene la capacidad de sorprendernos con experiencias que suelen estar fuera de los lugares famosos o menos turísticos que visitamos, ya que el factor sorpresa es algo en extinción en estas generaciones. Tenemos la posibilidad de ver las Pirámides de Egipto en un documental o hacer viajes con realidad aumentada en videojuegos.

El síndrome de Stendhal es un trastorno psicosomático que se produce cuando una persona se expone a obras de arte o lugares paradisiacos considerados extremadamente bellos, y se caracteriza por una sobreestimulación del cerebro que genera síntomas como palpitaciones, aumento del ritmo cardiaco, mareos, vértigo, confusión, temblores, cambios bruscos de humor, ansiedad, alucinaciones, despersonalización, etcétera.

Uno a veces imagina que tendrá una reacción al ver un lugar que quiso visitar toda su vida, pero eso no pasa. Eso quizás se deba al exceso de información, que genera expectativas muy altas, y la publicidad de ciertos lugares turísticos que, en la realidad, no se ven como en las fotos. Por tanto, hay que calibrar el nivel de expectativa y frustración, admiración y sorpresa, pues son factores que afectan a la calidad de la experiencia de cada persona.

RALENTIZAR LOS TIEMPOS, EL VERDADERO PLACER ACTUAL

El libro Elogio de la lentitud, de Carl Honoré, periodista y best-seller canadiense, principal referente del slow movement a nivel mundial, nos dice que el placer y el hedonismo actual guardan relación con tener tiempo por delante. Hoy, la velocidad se impuso como estilo de vida de las personas. Eso nos vuelve impacientes, ansiosos, quejosos, intolerantes, lo cual no tiene nada de evolucionado para lo que supuestamente la obsesión por la velocidad nos vino a ofrecer.

La frase “no tengo tiempo para nada” resulta hasta exitosa para quien la dice, como para evidenciar la cantidad de cosas que tiene pendientes y lo activo y eficiente que es. Pocas son las personas que saben que el verdadero éxito está en el balance del tiempo, que es lo único que verdaderamente no se recupera. Estar conectados al celular y no abusar de eso está bien, porque en el exceso se ve la falta, por ejemplo, para evadir la realidad por una vida vacía. Podemos ser multitareas, pero debemos reservar un tiempo para el ocio, incluso ser capaces de tolerar el aburrimiento, principal generador de la imaginación.

Saber determinar qué no es tan importante e imprescindible, y empezar a priorizar, nos ayudará a poner menos ítems en la agenda y en la carga mental, en especial a las mujeres, a quienes no nos cuesta llenarnos de cosas por- que no sabemos o no queremos delegar, o porque la culpa nos ataca. Pero tenemos que saber que ralentizar nuestra vida no será tarea fácil. Como todo hábito, disminuir la velocidad con la que hacemos las cosas, sin sentirnos culpables o inútiles, es un proceso con el cual nos tenemos que reconciliar, ya que incluso este hábito lo queremos introyectar y alcanzar de forma inmediata. Buscamos en la meditación, en el yoga o en “terapias rápidas” algo que nos baje la ansiedad, pero esa velocidad con la que atropellamos la vida quizás esconde la dificultad de encontrarnos a solas con nosotras mismas, lo cual de por sí ya es un ítem más importante de realizar que cualquier otra tarea de la agenda.

APRENDER A VIVIR LOS MOMENTOS

Debemos optimizar los momentos en vez de consumirlos y maximizarlos, vivirlos lo mejor posible, no lo más rápido. Existen muchísimas formas de disfrutar las vacaciones, no solamente las establecidas en el inconsciente colectivo, que implican gastos, viajes y exigencias. Traslademos eso a la vida, pues sabemos que hay diferentes cosmovisiones, y la de la velocidad la heredaremos a las nuevas gene- raciones, no sin sus consecuencias en la salud mental. Esta manera de vivir es una mutación extraña para nuestra evolución como especie, incluso como cultura, pues antes teníamos que esperar meses para un viaje o una carta, y hoy lo que consideramos éxito es todo aquello que se haga “antes”. Toda venta empieza con “lo más nuevo, actualizado, novedoso, el último grito”, etcétera. Valorar lo conocido, lo viejo, lo rutinario, lo conservador, lo simple también nos conecta con una ética del placer personal y subjetivo, una experiencia auténtica y basada en los vínculos, las charlas, los momentos inolvidables que pasamos con amigos y familia en una sobremesa, donde se comparten anécdotas, reflexiones y se consolida lo que realmente nos hace humanos; la alegría que nos producen las acciones motivadas por el verdadero interés y no por las imposiciones externas. Por tanto, la próxima vez que dispongamos del tiempo libre como más nos guste y sintamos esa alegría genuina, ahí es.

Las opiniones expresadas son de exclusiva responsabilidad de la autora del artículo. Para más información y consultas, escribí a gabrielacascob@hotmail.com

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