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El paradigma de la tolerancia

El beneficio de cambiar la perspectiva de vida

Actualmente, presenciamos una verdadera crisis de tolerancia reflejada en una serie de tensiones, en diferentes esferas de interacción social, que iniciaron mucho antes de la pandemia: la violencia que se instaló en las células sociales más primarias, el maltrato o indiferencia intrafamiliar, el bullying, la discriminación, la falta de empatía con los demás, la carencia de consideración y cuidado de los más vulnerables, etcétera.

En lo global, los paradigmas que nos gobiernan como la religión, la economía, la ciencia y la política están más que nunca en el estrado de los cuestionamientos que amenazan su consistencia y veracidad, por las graves divergencias y perjuicios que producen en los sujetos a los que intentan administrar, no solo respecto a salud mental, sino también física. Además, guerras que escalan a niveles impensados para la época en que vivimos.

Esta crisis de tolerancia instalada en todos los rincones del mundo nos obliga a pensar en soluciones, como un cambio de perspectiva respecto a buscar el agradecimiento por lo que tenemos. A veces estamos más enfocados en sobrepensar la falta. Por si fuera poco, esta es constitutiva del ser humano. Siempre “falta la falta”, es un pensamiento neurótico pensar que algún día tendremos todo lo que queremos: objetos, éxito, paz, amor… Eternamente habrá alguna zanahoria que perseguir y esa es una tragedia común. La falta genera el deseo y, paradójicamente, la saturación del deseo.

En esta búsqueda de bienestar y reconciliación con lo que tenemos y lo que no, podemos encontrar la plenitud relativa, con inventivas de convivencia hacia una evolución que apunte a la paz y a la sustentabilidad humana, que nada tienen que ver con armas ni explosiones, ni con exacerbar el carácter y la personalidad agresiva, fuerte o que impone sus ideas. Animarse a mostrarse fallidos, incompletos y con humildad es la verdadera fortaleza de carácter y un cambio de perspectiva y paradigmas.

En esta toma de conciencia necesitamos una reflexión profunda sobre los esquemas con los cuales nos manejamos, con los que miramos pero no vemos. Si seguimos creyendo que los grupos fundamentalistas, la pobreza, la corrupción y la injusticia son los únicos responsables de estos problemas, difícilmente podamos contribuir al bienestar de nuestro entorno, porque para empezar a caminar hacia la evolución espiritual, primero tenemos que eliminar nuestro propio grado de violencia y llegar a una verdadera reconciliación personal. Y así proyectarla hacia los demás. Pero, ¿cómo reconciliarnos con los aspectos más recónditos de nuestro corazón? Quizás si lo protegemos del infarto moral al que se expone, lograremos recuperar su esencia, la del amor y la tolerancia.

Evolucionar como humanos consiste en identificar qué se opone a ello, empezando por poner en práctica el ejercicio del respeto. Si pretendemos crecer como especie, primero hay que que identificar lo que individualmente nos atrasa, nos aniquila espiritualmente y podría extinguirnos para siempre como especie. Esa, claramente, es la falta de tolerancia.

La intolerancia no tiene que ver con un atraso evolutivo tecnológico, industrial o de infraestructura económica o material —porque en esas esferas podemos decir que somos muy “evolucionados”—, sino con lo mutilados que estamos como entes formados por espíritu y cuerpo (y no al revés). Hemos subestimado la única evolución que nos permitirá continuar como especie, la de la construcción de un sistema de tolerancia universal que vaya más allá de las diferencias religiosas e ideológicas.

Los paradigmas son modelos que se instalan en una sociedad como el resultado de los usos y las costumbres de las creencias establecidas, de aquellas verdades a medias que se convierten en ley, hasta que son reemplazadas por otras nuevas. Cuando las instituciones políticas, religiosas y científicas dan por sentado un paradigma, este se establece como una verdad absoluta y las demás opciones no corren.

Así, el paradigma de turno determina nuestra subjetividad y percepción de la realidad; no podemos ser imparciales ni tener mucha objetividad sobre los fenómenos que se suceden en nuestro entorno, sino que todo se encuentra contaminado y condicionado por religión me dice cómo gozar mi sexualidad—”, “no puedo —las leyes y los políticos saben lo que está bien y mal—” y “no tengo—la economía me dice qué necesito y debo comprar para ‘ser’ importante—”.

Estas cuatro “leyes” configuraron la realidad del ser humano y lo convencieron de que su verdad y sus convicciones deben ajustarse a ellas. Es decir, “nuestra verdad es externa y no nos pertenece”. De esta manera, asentimos sin cuestionar nada y nos adaptamos y sometemos a estas reglas, olvidándonos de quienes somos. Este estado de vulnerabilidad se potencia cuando un virus mortífero amenaza la seguridad, la salud y la vida, y aceptaremos todo, hasta un nuevo orden mundial, con tal de sobrevivir.

Este paradigma de “ser o no ser” quienes deseamos se traduce en un desconocimiento y una desconfianza en la sabiduría personal, que se convierte en nuestra subjetividad, lo que nos inclina a verdades externas y nos deja ignorantes, impotentes. Así, por ejemplo, si nos enfermamos, buscamos en “la ciencia” nuestra verdad; entonces, mi paradigma como sujeto es que “yo no sé sobre mi cuerpo, sobre mi salud, solo el médico sabe cómo curarme”, “yo no sé sobre mi naturaleza, sobre mi salud y confío y me entrego plenamente al saber científico. Aquel que tiene un título que lo habilita”. Y no nos permitimos confiar en otro tipo de medicina que nos consienta por lo menos para probar “en beneficio de la duda” una cura diferente a la propuesta por esta normativa que, además, no siempre tiene la última palabra y cada siglo se contradice a sí misma. Esto, sin dejar de mencionar que muchas de sus sugerencias responden a intereses consumistas y mercenarios en detrimento del bolsillo y la salud del paciente.

Otro ejemplo sería el de si “la religión” es la que sabe cómo regular mi comportamiento, entonces “yo no debo”: no debo desear, cuestionar ni dudar mientras nos olvidamos del terrorismo, la pedofilia y las barbaries cometidas por estas esferas tan “intachables”. En un aspecto distinto, si “la política” es la que me dice cómo gobernarme y controlarme, entonces mi paradigma es “yo no puedo”. No puedo hablar, exigir mis derechos ni denunciar mientras la corrupción está instalada en su software primario ¿Qué me pueden aconsejar? Y, en cuanto a la economía, que me dice cómo ganar y gastar mi dinero, me convence de que siempre necesito más y más, entonces mi paradigma es “yo no tengo”, y esto solamente crea un vacío existencial que nos insta a gastar más de lo que tenemos en todo aquello que no necesitamos.

Aparentemente en este intento y pretensión humana de establecer una sociedad basada en estrategias de control de todo tipo, organizada por hombres sin consideraciones ni valores humanos, se han creado realidades sin límites, que dieron como resultado el propio quiebre de sus paradigmas. En la ciencia, hay hospitales abarrotados de enfermos no solo físicos, sino psíquicos. A nivel espiritual, un fanatismo que se homologa con la psicosis, con ideologías más infecciosas que virus. En lo económico observamos ciudades llenas de entes deshumanizados y convertidos en perfectos robots de consumo, totalmente quebrados por el sistema social.

Este contundente fracaso solo nos obliga a reflexionar sobre la única verdad que todavía no somos capaces de aceptar: que somos criaturas vulnerables y no dioses, y que solamente a partir de esta aceptación y humildad podemos cambiar nuestro entorno y elevar a la tolerancia como único paradigma hacia toda la humanidad.

Empecemos por reconocer y registrar que estos esquemas contaminados de prejuicios e ideas arbitrarias y absolutistas se encuentran en nosotros mismos y que, en mayor o menor medida, codifican nuestra realidad, donde la injusticia, la corrupción y la violencia no son más que el rostro oculto de nuestras almas.

Encontrar un nuevo modelo que nos lleve a conquistar el propósito humano de la felicidad podría ser el salvataje que nos permita cambiar los paradigmas existenciales que hoy nos producen esta serie de síndromes posmodernos como el pánico, la depresión, la paranoia, el estado bipolar y la violencia extrema. Para ello, primero tenemos que definir qué es felicidad, ya que esta puede variar de acuerdo con las circunstancias personales, sociales, culturales e históricas. Y ni hablar del paradigma que afirma que la felicidad es ser más que el otro y tener más de lo que necesito.

Lo único cierto es que la plenitud espiritual, que tendría que ser la única ambición humana, es un estado de tranquilidad y convivencia basada en una tolerancia que nos permite convivir con una calidad en las relaciones que mantenemos con nuestros semejantes. La propuesta es cambiar los paradigmas personales, para cambiar los universales. Decirnos cada día, en cualquier circunstancia que nos toque vivir: “Yo puedo, yo debo, yo sé y yo tengo”. Estas son las cuatro afirmaciones con las cuales podemos empezar a cambiar nuestro “no ser” por este verdadero “ser”, que está esperando ansioso que miremos a todas las opciones infinitas de las que disponemos para salir de aquellos supuestos problemas que no nos permiten ser, valga la redundancia, nosotros mismos. Aún estamos a tiempo.

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