La salud mental
Una responsabilidad de todos
“La ciencia moderna aún no ha producido un medicamento tranquilizador tan eficaz como lo son unas pocas palabras bondadosas”
Sigmund Freud
La Organización Mundial de la Salud advierte que los problemas de salud mental serán la principal causa de discapacidad para 2030. Nos quedan solo seis años para confirmar esta hipótesis y todavía nos pegamos el lujo de estigmatizar las enfermedades mentales. Además, como es algo de lo que “no se habla”, aún no sabemos muy bien cómo abordar el tema y hasta se utilizan términos sobre trastornos mentales de forma peyorativa u ofensiva en el lenguaje común.
¿Qué debe pasarnos como humanidad para dimensionar la relevancia de la salud mental tanto como lo hacemos con la salud física? ¿No bastan las guerras, el aumento de la violencia contra la mujer, el abuso infantil, las adicciones, la depresión, los trastornos alimenticios, suicidios y demás? ¿Qué cantidad de sufrimiento se debería cuantificar para denominar “pandemia” y hacer algo radical?
Los trastornos mentales son más frecuentes de lo que pensamos. Una de cada cuatro personas tiene o tendrá en el curso de su vida un problema relacionado con esto. Actualmente, el 12,5 % de las enfermedades en el mundo corresponden a desórdenes mentales, cifra superior a las cardiovasculares y el cáncer.
Estas estadísticas dan un panorama de que lo que no conocemos, prevenimos ni tratamos a tiempo, puede provocar un perjuicio a la persona y a la sociedad. Hablamos sobre salud mental y la importancia de la terapia en un momento en el que las alarmas nos advierten sobre un futuro distópico que todavía estamos a tiempo de cambiar, a través de nuestra toma de conciencia y las formas y espacios como este para hablar del tema.
LOS LÍMITES DE MI LENGUAJE SON LOS LÍMITES DE MI MUNDO
Wittgenstein deja claro que nunca hay suficientes palabras para nombrar ciertas realidades o conceptos, como la muerte, el duelo, la nada o el vacío. Si lo asociamos a la falta de formas de hablar sobre los trastornos mentales, es porque están invisibilizados o velados, pues se necesitan más espacios de conversación e información libre de prejuicios. Sobre los malestares físicos casi no existen problemas para hablar, hasta se vuelve un monotema en las reuniones con amigos y familia, donde todos tienen un padecimiento que contar, como una enfermedad, un accidente o intolerancia alimenticia, que causa cierta consideración, interés, curiosidad y comunión con la incomodidad y el dolor.
Pero cuando se trata de trastornos mentales, hay un pudor al hablar de ellos porque existe un temor de pasar vergüenza, burla o falta de empatía del interlocutor, que puede ponerse a la defensiva. Al no saber cómo ayudar, quizás evada el tema o subestime el padecimiento mental/emocional como se hace con la depresión. Por ejemplo, nadie le diría a una persona que padece una enfermedad terminal “que salga adelante y que si quiere se puede curar”, como lo hacemos con quienes tienen una depresión evidente.
Por otro lado, hay una polarización sobre el asunto. A veces nos sentimos orgullosos y hasta es admirable ser “muy meticuloso” u obsesivo con los detalles, pero si una persona tiene un trastorno obsesivo compulsivo y esto le imposibilita realizar ciertas tareas por tener que cumplir con algunos rituales que le causan ansiedad extrema —y que carecen de sentido para los demás—, nos causa asombro o rechazo.
Lo vemos hasta en el cine, donde se admiran los héroes y antihéroes, desde el Joker, con incontinencia emocional, hasta Spiderman, que lidia con estrés postraumático tras la muerte de su tío. Hulk podría padecer de trastorno disociativo de la personalidad, mientras que Iron Man probablemente tiene un trastorno narcisista de la personalidad por su gran ego. Los problemas mentales operan en argumentos interesantes de alto rating para series épicas como Breaking Bad, Euphoria, You, Bebé reno, entre otras. Y si bien los visibilizan, en muchos casos los romantizan, porque en la vida real no tienen el mismo glamour, público ni aceptación, lo cual genera un discurso ambivalente bastante cuestionable a razón de la sociedad.
“Los trastornos mentales están en todos lados, los vemos y padecemos sus efectos, pero poco y nada se hace para modificar la forma en que la sociedad banaliza el tema”
Ni hablar de los personajes políticos referentes mundiales, lo que habla también de la psicología de las masas que eligen con quienes se identifican. Desde Putin a Trump, Maduro y Fernández, quienes “tienen un gran poder, pero no asumen la responsabilidad” en cuanto a la toma de decisión de ir a la guerra, la discriminación, las injusticias y hasta maltratos intrafamiliares.
Los trastornos mentales están en todos lados, los vemos y padecemos sus efectos, pero poco y nada se hace para modificar la forma en que la sociedad banaliza el tema, dejándolos en el plano moral, de voluntad o ético al momento de entender las formas en las que se deben prevenir, tratar y curar. Si se las subestima, pueden ser mortales: el suicidio, la toma de poder de un déspota, el quiebre de los hijos en manos de padres maltratadores o abusadores. De lo micro a lo macro, estas enfermedades merecen la seriedad y el tratamiento necesario, ya que muchas de ellas están fuera del potencial de cambio de quienes las padecen.
DIFERENCIAR ENTRE ENFERMEDADES Y TRASTORNOS MENTALES
Las enfermedades mentales son procesos patológicos en que la pérdida de la salud tiene una causa orgánica conocida o sospechada, como la esquizofrenia, el trastorno bipolar y la demencia. En cambio, el concepto “trastorno mental” se utiliza cuando hay una alteración más genérica, con causa orgánica o no, donde los factores psicosociales tienen influencia en su origen y evolución, como un trauma o duelo.
Los trastornos mentales no tienen nada que ver con ser flojo o débil, hasta hoy no se conocen las causas. Sin embargo, existen factores que propician su surgimiento, como antecedentes familiares, eventos estresantes o emocionales severos o una lesión cerebral. Otros factores son enfermedades cardiacas, sustancias químicas como hormonas, abusos de drogas o desequilibrio de mensajeros químicos en el cerebro (cuando las neuronas tienen problemas para pasar mensajes entre ellas).
Las personas con trastornos como autismo, obsesivos compulsivos, esquizofrenia, Alzheimer o depresión tienen problemas para utilizar o fabricar glutamato. La serotonina ayuda a controlar el humor, el hambre y el sueño, y las personas con depresión no la tienen en suficiente cantidad. Esta, por ejemplo, detona el hambre emocional. En cambio, el exceso de la misma puede producir irritabilidad o ansiedad. El último mensajero químico es la dopamina, que ayuda a controlar el movimiento y está involucrada con los sentimientos de placer y adicción. Bajos niveles o problemas del cerebro para utilizarla pueden estar relacionados con la esquizofrenia, el trastorno de déficit de atención por hiperactividad, adicciones a las redes, ludopatía, etcétera.
CUÁNDO IR A TERAPIA Y QUÉ TERAPIA ELEGIR
Si bien todos tenemos ciertas manías y hábitos raros, como ordenar de cierta manera algún espacio, mordernos las uñas, procrastinar o adicciones moderadas, los expertos coinciden en que “mientras esas manías estén bajo control y no seamos controlados por ellas, nos encontramos sanos”. Existen terapias de todo tipo, desde el psicoanálisis a la terapia cognitivo conductual, holística, religiosa, espiritual y hasta con inteligencia artificial. Todas ellas pueden estar o no acompañadas de un tratamiento psiquiátrico, lo cual cada profesional deberá analizar.
Lo importante es empezar la terapia desde el momento en el que nos damos cuenta de que el síntoma se repite, no podemos controlarlo e interfiere o incapacita la vida y el relacionamiento con los demás. Cualquier espacio en donde una persona pueda hablar libremente del problema que siente ya es un lugar refugio donde puede elaborar el sufrimiento que padece. A decir de Luciano Lutereau, psicoanalista argentino: “Un síntoma es un sufrimiento, pero con función expresiva: es un modo de decir otra cosa, incluso lo contrario. La pregunta es ¿por qué decirlo con sufrimiento? Un síntoma es un modo de protestar, también una forma de impotentizar al otro, o de expresar castigo por un deseo. También un síntoma puede ser una manera de expresar añoranza o incluso alegría por un cambio de situación. Eso es increíble: el sufrimiento puede servir para expresar todo lo contrario. Por eso, en la terapia psicoanalítica no se trata de remover el síntoma como un problema en sí mismo, no sin antes conocer su raíz expresiva, y en particular, el motivo por el que alguien recurrió al sufrimiento para decir algo que no pudo decir por otra vía”.
La salud mental no puede esperar a que todos nos pongamos de acuerdo en que es prioridad. Es un tema del que hay que hablar, normalizarlo como ir a la urgencia por una lesión que tratar y que las autoridades ofrezcan esos espacios a los que acudir. Cuando llegue ese día, podremos considerar que hay esperanzas de un futuro mejor para la humanidad, porque de nada sirve que lleguemos a superar los 100 años con la psiquis quebrada. Salud integral es cuerpo, mente y alma.