Emociones antes y después de la boda
Cómo manejar el estrés y la euforia del día D
Cualquiera que haya tenido la responsabilidad de organizar algún evento sabe las emociones encontradas que se viven: expectativa, euforia, estrés, ansiedad, preocupación, nervios, frustraciones y sorpresas; todo esto antes, durante y después del día D. Quien más quien menos ha estado tras bambalinas de un acontecimiento social, desde una cena a un cumpleaños, y sabe el trabajo intelectual y físico que conlleva, sin dejar de lado las expectativas sobre cómo estará el clima, no solo referente al tiempo, sino al clima emocional propio y de los invitados. Pero cuando se trata de una boda, esto es más sensible y exigente, porque no solamente la fiesta debe salir bien, sino que la pareja tiene que llegar entera a la fecha tan esperada.
A veces el compromiso de boda se toma un año o meses antes, lo cual genera una especie de presión que lleva a roces en la pareja que, si no se está advertido sobre ciertas emociones extremas que deben sortear los novios y también la familia, pueden desbordarse. Tantos son los detalles que se deben controlar que es casi inevitable que surjan imprevistos referentes a la organización, y por eso sentir ansiedad o estrés en estos momentos es normal. Pero tener en cuenta algunos consejos sobre cómo sobrevivir a la organización y también al después es interesante para atravesar estos días con más equilibrio y disfrutar del día tan anhelado.
EN MEDIO DE LOS PREPARATIVOS
Estos son algunos motivos que generan problemas antes de la boda: el estrés y la ansiedad. A pesar de que algunas parejas contratan a wedding planners, no saben delegar y se preocupan demasiado. Que un solo miembro de la pareja se implique en la boda conlleva una sobrecarga mental, y desinterés e indiferencia por parte del otro.
Así también, las dificultades con algunos familiares debido a su excesiva preocupación en la boda o el miedo al compromiso por parte de uno de los miembros de la pareja. Aparece la indecisión e incluso la ruptura del matrimonio antes de concretarse; la excesiva preocupación por organizar todo en perfectas condiciones; los desacuerdos con ciertos aspectos de la celebración, pues algunos quieren que sea sencilla, otros desean la gran fiesta con muchos invitados, y los problemas económicos que se dan por superar el presupuesto, ya sea del casamiento en sí o de la luna de miel.
La forma de regular los desacuerdos durante la organización es saber que “no se puede todo”, que no llegarán a cumplir las expectativas que se tuvieron sobre la decoración o la infraestructura de la fiesta y los invitados. En cuanto a la recepción en sí y sus dimensiones económicas, estarán regidas por el presupuesto, por lo tanto, no hay mucho que discutir. Es una decisión práctica y objetiva.
Pero en cuanto a los invitados, hay una decisión más subjetiva e intencional. No podremos invitar a todos los que deseamos, pero lo importante es saber quiénes son las personas con las cuales queremos compartir este día tan especial, sobre todo si tenemos en cuenta quiénes son los que permanecerán en el tiempo como testigos de un compromiso que, inevitablemente, para bien o para mal, incluye a toda la familia y la extiende, ya que estamos integrando a una nueva prima o cuñado, por ejemplo.
Los indiscutibles son “el primer anillo”: hermanos, tíos, primos hermanos y familia política —siempre y cuando no existan problemas de relacionamiento, claro—. Luego vienen los amigos de toda la vida, que no pueden faltar y, por último, los conocidos circunstanciales, a quienes les tenemos un cariño especial, pero que no deben generar el error de juicio de priorizarse por encima de los relevantes, ya que todavía no sabemos si serán vínculos significativos en la vida como para que tengan la distinción de formar parte del álbum familiar, ya que podrían ser pasajeros.
Por tanto, una forma de filtrar fácilmente a los invitados es saber a quiénes vamos a honrar con la invitación de ese día y en el tiempo, teniendo en cuenta que en el futuro habrá otros encuentros familiares, festivos o también dolorosos, donde solo la familia puede acompañar. Pecar de indiferentes con quienes realmente importan y celebrarían esta unión de corazón, y priorizar a los que solo van a brindar a “una fiesta más”, es pasaje seguro a herir susceptibilidades que no se podrán resarcir con otra fiesta u otro evento, ya que lo ideal es que los novios no tengan la oportunidad de invitar a otra boda a quienes sacaron de la lista.
Todo proyecto de pareja puede rescatarse a través de la buena comunicación —la cual es única, sin recetas, tips o formalismos—, desde la intuición y la comprensión entre dos personas que deciden sostenerse en cuerpo y alma
TERMINADA LA FIESTA
Hay personas que se manejan por las emociones extremas como, en este caso, la euforia y el estado maniaco que genera el preparativo de una fiesta. Es un tiempo de mucha concentración de energía y preocupación, expectativa y ansiedad y, por tanto, la pareja se mantiene ocupada y pendiente de lograr un objetivo común, lo cual hace que ambos lo sientan como una meta conjunta que los conecta y les hace sentir bien. Pero hay que tener cuidado cuando estas emociones terminan, el globo explota y queda un vacío. Si durante el noviazgo no sabían llenarlo, luego de un momento tan optimista se puede caer en la angustia de la nada, el aburrimiento, lo cual fácilmente se confunde con desamor. Este momento también será sensible, ya que dependerá de la madurez de los novios el discernir cuáles son las emociones pasajeras y las trascendentales para sortear los extremos emocionales que van a atravesar durante toda la vida de casados.
Algunos problemas que pueden surgir después de la boda son la vuelta a la rutina, los problemas económicos, las dificultades en la convivencia con respecto a la asunción de los nuevos roles y la excesiva expectativa en la convivencia. Por ejemplo, en el noviazgo la pareja ayudaba en la casa, ahora se asume como gran señor y deja las tareas para la mujer, o viceversa. La esposa no sabe ni quiere manejar las cuestiones domésticas y el hombre está acostumbrado a una madre machista, que hacía todo en la casa y él era el príncipe. Si no se hablan de estos temas de antemano, o no se acuerdan las expectativas laborales, económicas y del hogar, puede ser un problema. Este punto se debe tratar, sobre todo pensando en la llegada de los niños, crianza y trabajo, lo doméstico y la gestión hogareña.
ANTES, DURANTE Y DESPUÉS
Si sentimos que no podemos manejar la ansiedad que aparece, hay que tener en cuenta una intervención psicológica para aprender a comunicarnos mejor con la pareja y aceptar los nuevos roles que adoptamos en esta etapa. Saber que es el inicio de la toma de decisiones de a dos y que, muchas veces, los referentes que tenemos —como nuestros padres— pueden no ser perfectos. A veces idealizamos la relación de nuestros papás y pretendemos seguir la misma senda. Sin embargo, quizás nuestra pareja tuvo una mala experiencia con sus progenitores y no cree en el matrimonio, por tanto, su referente es menos esperanzador.
Si ambos pueden hablar de esto en terapia y desandar caminos preestablecidos, romper prejuicios y neurosis inconscientes, sanar heridas de infancia o traumas e inventar nuevos paradigmas, construirán un vínculo libre de arquetipos que no les pertenecen. Si bien toda pareja de película infantil termina con el famoso ideal del “fueron felices y comieron perdices”, en realidad dos personas que unen su vida empiezan su adultez después de esa escena: en la convivencia, que comienza con toda la euforia que el enamoramiento conlleva, y en la boda, es una aventura que trae consigo tropiezos, desarticulaciones, infelicidades, desesperanzas y frustraciones, además de las perdices. Pero superadas estas circunstancias, totalmente normales, es posible rescatar y reconsiderar acuerdos, expectativas e ilusiones para seguir adelante, siempre y cuando el amor sea consistente, maduro y libre de emociones extremas. Todo proyecto de pareja puede rescatarse a través de la buena comunicación —la cual es única, sin recetas, tips o formalismos—, desde la intuición y la comprensión entre dos personas que deciden sostenerse en cuerpo y alma, en atracción física e intelectual, que apuestan por el que sigue siendo el núcleo de toda sociedad: el matrimonio, civil, religioso, simbólico, de hecho o en cualquier formato en el que se desee establecer.