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Año Nuevo

De verdades y esperanzas

No recuerdo todo lo que siento, pero siento todo lo que recuerdo

Alejandro Sanz

¡Ya quisiéramos eternizar u olvidar algunos momentos! El primer beso, la sonrisa de nuestro primer bebé, las palabras de mamá o papá cuando las necesitábamos, ese abrazo con los abuelos… el primer desamor, la primera muerte, los fracasos, las pérdidas… Pero, ¿es posible eternizar o resetear el tiempo? Aunque suene a ciencia ficción, sí, a través de los recuerdos, que se organizan en nuestra memoria en función a las emociones que causaron, y de estas depende que los eventos, situaciones, palabras o imágenes que vivimos sean recordadas, o de lo contrario, reprimidas u olvidadas. 

Los recuerdos dependen de la forma en que los elaboramos para que lleguen a la conciencia, de modo a evocarlos; o si fueron dolorosos o traumáticos, enterrarlos. También aparecen en los sueños, equivocaciones u olvidos. Lo cierto es que tienen que ver con nuestra verdad, con lo que nos pasa o con lo que nos contaron que nos pasó y cómo lo interpretamos. Esto es lo que muchas veces no recordamos, o bien, lo imaginamos, falseamos. 

Cada año acumulamos una gran cantidad de vivencias que irán aumentando el bagaje de nuestra memoria. Muchas personas desearían olvidar la pandemia. Las emociones que fuimos sintiendo a lo largo del encierro (incertidumbre, depresión, tristeza, pánico, miedo, ansiedad y desamparo) fueron intensas; por tanto, lo más probable es que nunca olvidemos esta experiencia y, dependiendo de las cosas que tuvimos que atravesar —ya sea la muerte de un ser querido, como médico u otro personal de salud al cuidado de quienes enfermaron de covid-19 o transitaron una depresión o duelo—, este tiempo de vulnerabilidad será memorable. 

Las festividades de fin de año nos remiten a nuestros recuerdos más arcaicos, los de la infancia, que confirman el poder que tiene la mente de creer en algo, y evidencian que la inocencia es un elemento que condiciona ese fenómeno. Los recuerdos del tiempo en que creíamos en Papá Noel nos advierten que convencernos así no solo es patrimonio de la infancia, porque, en realidad, es posible que hoy sigamos creyendo en cosas que no son reales… y no lo sabemos. En un artículo de la BBC, dice: “La memoria humana se adapta y se moldea para ajustarse al mundo, y para ello es capaz de crear falsos recuerdos”. 

Indagar en nuestros recuerdos

Todos creamos memorias imaginadas. Los neurocientíficos dicen que “muchos de los recuerdos cotidianos están falsamente reconstruidos porque nuestra visión del mundo cambia constantemente”. Es increíble la capacidad de convencimiento de la mente para creer en ellos. Lo vimos en un experimento que realizó la psicóloga Kimberley Wade en la Universidad de Warwick, en Reino Unido en 2002, quien logró convencer a la mitad de los participantes de que habían volado en globo aerostático en la infancia, como pasajeros, con el simple truco de mostrar “evidencias” fotográficas manipuladas. “He estado estudiando la memoria por más de una década, y aún me parece increíble que la imaginación nos engañe para que pensemos que hicimos algo que nunca hicimos e impulsarnos a crear recuerdos ilusorios tan convincentes”, dice Wade. 

¿Es posible eternizar o resetear el tiempo? Sí, a través de los recuerdos, que se organizan en nuestra memoria en función a las emociones que causaron.

La razón de que los recuerdos sean tan maleables es simplemente que hay demasiada información para absorber, explica la psicóloga. “Nuestros sistemas preceptivos no pueden notar absolutamente todo en el entorno. Recibimos información a través de nuestros sentidos, pero hay huecos”, añade. “Así que cuando recordamos un evento, lo que hace la memoria es rellenar esos huecos con lo que sabemos sobre el mundo”, precisa. 

De acuerdo con otro investigador, los errores que comete la mente humana a veces tienen un propósito útil. Sergio Della Sala, experto en neurociencia cognitiva de la Universidad de Edimburgo, Reino Unido, lo explica de la siguiente manera: “Imagina que estás en la jungla y ves que la hierba se mueve. Lo más probable es que entres en pánico y huyas ante la idea de que te acecha un tigre. Una computadora, sin embargo, puede calcular y deducir que en el 99 % de las ocasiones es el viento el que produce el movimiento. Si nos comportáramos como computadoras, cuando de hecho hubiera un tigre, nos comería”. El cerebro está preparado para equivocarse 99 veces y salvarnos del tigre. Como en pandemia, nos lavamos las manos en piloto automático luego de poco tiempo de que eso se establezca, igual que el uso de tapabocas, lo que se dio más fácil en niños. Los falsos recuerdos, añade, son señales de un cerebro saludable. “Son subproductos de un sistema de memoria que funciona bien, que puede deducir muy rápido”, puntualiza. 

Algunos recuerdos son inofensivos, como olvidar las llaves del auto, pero otros, como ser testigos de un asesinato y “recordar” que fue una persona que en realidad es inocente, son cuestionables, y así pasa con todo de lo que estamos convencidos, ya sea en nuestra vida, la cultura, las ideologías, los paradigmas, la política, las costumbres, las fake news —sobre todo las referidas a la pandemia—, las vacunas y las estadísticas, por ende, todo lo que nos hace ruido, es digno de cuestionar. 

Descubrir esta “falla” puede hacernos discutir lo que creemos irrefutable y, por qué no indagar, preguntar y descubrir desde quién recordamos lo que recordamos, para ver si eso encaja con aquello que sentimos sobre lo que recordamos. Este es un simple autoanálisis valioso para nuestra verdad. Investigar esto es tarea de cada uno y una responsabilidad como padres, porque somos los constructores y quienes apalabramos la historia de los hijos. Hacerlo desde el lugar más sincero posible, para que sus recuerdos coincidan con aquello que viven y sienten —y lo que en el futuro recuerden de sus infancias— es fundamental para su salud mental y emocional. 

Laura Gutman, psicoanalista y terapeuta familiar, explica su metodología terapéutica, consistente en el arte de reconstruir la historia personal a través de su técnica, lo que da nombre a su obra, La biografía humana: “Existe una distancia entre lo que recordamos y la vivencia real de lo que sentimos cuando fuimos niños. Esa distancia está formada por aquello que nuestra madre dijo que nos pasó, lo que realmente nos pasó y lo que hicimos para sobrevivir a esas situaciones. Lamentablemente, aquello que no ha sido dicho, la conciencia no lo registra, es decir, no recordamos lo que no nos dijeron, solo eso que fue nombrado, contado de generación en generación”. 

Por ejemplo, si mamá siempre nos dijo que ella nos cuidaba mucho y que papá era malo, que no se preocupaba por nosotros y que ella era una madre muy dedicada, pero en realidad nuestra vivencia es que mamá estaba alejada, desconectada, y que era papá quien nos escuchaba y contenía emocionalmente, entonces sentimos una separación entre lo que se nos dice y lo que realmente sentimos. Eso genera un sentimiento ambiguo hacia ella y todo lo que representa, así como también lo que verdaderamente sentimos y pensamos sobre nuestro padre. Por supuesto, podemos vivir sin recordar y sin saber prácticamente nada sobre nosotros mismos, nuestras infancias o deseos. Pero tomar conciencia de que aquello que no sabemos también nos pertenece puede ayudarnos a develar los mecanismos y las dinámicas emocionales que nos estructuran y que muchas veces no tienen nada que ver con nosotros mismos, sino con prejuicios, ideas y creencias que fueron nombradas (por lo general) por nuestra madre y que son cuestionables para ayudarnos a manejar las dinámicas con los demás. 

Aclarar las confusiones y tergiversaciones, esos chismes familiares tan tóxicos —pero convenientes para quien los cuenta—, puede liberarnos y hacer las paces con quien amerite. Esa es la construcción de la biografía humana: indagar, investigar desde la intuición todo lo que “recordamos” desde el discurso de otras personas y por fin hacerlo propio a través de lo que realmente sentimos que nos pasó; sincerarnos con las ideas falsas que se fueron construyendo sobre los demás y confrontarlas con las experiencias que vivenciamos.  

En cuerpo presente

Probablemente hoy día es más difícil hacer coincidir las vivencias reales con aquello que recordamos, porque no estamos 100 % allí donde creemos estar. La concentración se encuentra dispersa: físicamente presentes en la cena familiar de Navidad, felicitamos a medio mundo con el celular y creamos este “desaire” de no considerarnos, de no mirarnos a los ojos. ¿Qué recordaremos así? Sería un regalo muy generoso que el día más representativo de la familia (porque festejamos un nacimiento, un cumpleaños) podamos regalarnos atención sincera. 

Dejar de lado los celulares o por lo menos utilizarlos solo lo necesario y así tener tiempo para conversar sin interrupciones; rememorar las historias familiares, aquellas que queremos que nuestros hijos recuerden, va a crear sin dudas una noche de emociones memorables y una tradición familiar de escucha y de hacernos sentir importantes. De esta manera, estaremos presentes desde el alma, y así vamos a poder imprimir a fuego esos momentos que el día de mañana nuestros hijos recordarán como el único tesoro más importante de sus vidas: su familia, y desde ese referente de libertad, construir las suyas.

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